lunes, 29 de diciembre de 2008

Superhéroes, mitos y literatura

Portada de la edición de ediciones Vértice de Los Vengadores donde lloraba la Visión. Años 60. De ahí me viene el rollo del blog.


(* Publicado en la revista de libros Mercurio. Enero 2009)

Imaginen sobre la mesa de un niño de lectura precoz el dilema: los cuatro mosqueteros ensartando a los sicarios de Richelieu o Los Cuatro Fantásticos luchando contra el tirano Víctor Von Muerte en la Zona Negativa. Las aventuras de Ulises en la Odisea o las aventuras de Tintín en el Tibet. Jesucristo haciendo de Hamlet en el huerto de los olivos o Spiderman sosteniendo en sus brazos el cuerpo muerto de Gwen Stacy. Ambos superhombres sometidos a torturas interiores. Ambos enfrentándose al hecho de que, aun siendo más poderosos que sus semejantes, ni todo su poder era suficiente para detener el destino.



Spiderman con Gwen Stacy en sus brazos. Ahí entendimos que los héroes también morían. El de arriba, Jesucristo, pues no.


Yo nací al principiar los años sesenta, cuando en Estados Unidos los cómics eran ya una forma de entretenimiento narrativo masivo, un cine barato –“cine para pobres” llamó al cómic Hugo Pratt, autor de Corto Maltés; “cine inmóvil”, lo llamó Cortázar, otro gran admirador del género- repleto de todo tipo de personajes y argumentos fantásticos, paródicos, cómicos, morales o políticos. Eran los años en los que comenzaban a transformarse las tradicionales aventuras de superhéroes surgidos en los albores de la segunda Guerra Mundial –Joe Shuster y Jerry Siegel vieron publicado a su Superman en 1938 por vez primera- en aventuras de mayor calado psicológico, por un lado, y en aventuras colectivas, por otro. Así se empezaron a lanzar las primeras ediciones de grupos de superhombres luchando codo con codo: la Liga de la Justicia de América, creación de DC, y Los Cuatro Fantásticos, X-Men y Los Vengadores, creaciones del guionista Stan Lee para Marvel. Yo nací en lo que llaman la Edad de Plata de del comic-book americano. Yo nací rodeado de superhéroes.




Con mamá en el parque de Málaga, señalándome a Superman por el cielo


Los Vengadores dibujados por John Buscema. Eran los años 60



En aquellos años, en España los tebeos eran –casi siguen siéndolo, que el Premio Nacional de Cómic sólo lleva dos ediciones- un arte menor. Un mero entretenimiento donde el chaval, al menos, leía. Esto es, tu padre se ponía contento si leías tebeos al principio porque se admitía que te enseñaban a leer y además se aseguraba que no le rompieras un jarrón jugando al fútbol en el pasillo. Pero, desde luego, jamás consideró que detrás de toda aquella narrativa articulada en viñetas pudiese alimentarse un cerebro de escritor o fabulador. Vale, Tintín estaba bien. Astérix era divertido. Y los dos tenían perritos: está bien que los niños tengan mascotas. El Capitán Trueno era de los nuestros. Mortadelo y Filemón eran muy graciosos, como Carpanta, Anacleto –esa versión hispana del Super Agente 86- o Zipi y Zape. Pero nada que se hiciera con dibujitos podía ser serio, niño, a ver si dejamos los tebeos y leemos algo de interés, que dicen los maestros que eres muy listo.



El libro de Humbert. Me lo regalaron cuando tenía siete años. Y aún lo conservo.



-¿Y me puedes comprar el libro de Mitología Griega y Romana?
Sí, claro. Un libro es un libro. Y era cosa de sacar pecho ver al niño con el libro de Mitología Griega y romana de Jean Humbert editado por Gustavo-Gili o con otro de animales y hombres prehistóricos donde se explicaban las teorías darwinianas y podías charlar de paleontología con seis añitos.
-Hércules hizo doce trabajos, como los meses del año y como los signos del zodíaco. Los australopitecos son antepasados del hombre actual, que es sapiens.
-¿Lo ves como eres muy listo? Esto es mucho mejor que los tebeos y los dibujos animados. Que luego te pones a hacer mohínes y se te queda una cara feísima.


Thor, el dios nórdico de la Guerra, con su mojlnir, el martillo de poder.



Así que comencé pronto a simultanear libro y tebeo. Y entre éstos ya se camuflaban una serie de volúmenes editados por la editorial Vértice que, bajo el epígrafe de Historietas Gráficas para Adultos, nos traían las aventuras de todos los héroes de la Marvel: Vengadores, La Masa, Dan Defensor, Patrulla X, 4 Fantásticos, Estela Plateada, Capitán América, Spiderman, Hombre de Hierro, Thor... Como las novelas folletinescas del siglo XIX de donde surgieron tantos títulos de Alejandro Dumas, Balzac, Hugo, Stevenson, Dickens, Dostoievski, Flaubert, luego celebrados literariamente, los cómics de superhéroes se adherían a la serialidad del continuará. Y como las novelas que se aconsejaban para mi mente infantil, creadas por Stevenson, Julio Verne o Salgari, estaban llenas de acción, aventuras y elementos fantásticos. Claro, que eso no lo podía apreciar mi padre que ni era capaz de hojear un solo tebeo, ni tampoco había leído jamás 20.000 leguas de viaje submarino, por más que lo recomendara con tesón y hasta con amenaza.




Supermán, años 50.



Amé los superhéroes porque luchaban y no desfallecían. Porque siempre sabían dónde estaban los buenos y, pudiendo tirarse la vida padre, elegían una vida de perros. Porque tenían poderes, como los dioses mitológicos y como el dios que aún había que reverenciar. Y mejores que ellos, dónde va a parar, que entre multiplicar panes y peces y atravesar galaxias en bolas sobre una tabla de surf no había color. Los hombres siempre nos hemos nutrido de mitologías que han devenido en religiones o ficciones simbólicas para explicar qué somos, escapar al temor de la muerte y simbolizar nuestros anhelos de divinidad. Y, de forma tan curiosa como recalcitrante, hemos sido luego capaces de creer reales nuestras propias fábulas. Los vikingos invocaban a Thor con la confianza que les traería la furia del trueno en sus batallas. Según leía yo en mis cómics, en las calles de Nueva York paseaba aún Thor blandiendo su martillo y encomendándose a Asgard, acompañado de otros tipos superfuertes que estaban una y otra vez salvando al mundo de amenazas.



Thor, pero el de la Marvel. Más molón que el otro, fijo.


Entonces ya entendía, aunque no tuviese capacidad para defenderlo, que Teseos y Batmanes estaban cortados por patrones similares. Que Superman era una especie de Jesucristo con malla y capa: inmortales, su reino no era de este mundo y ambos tuvieron padres adoptivos. Que el Capitán América y Prometeo se parecían mucho. Vale, las historias de los superhéroes siempre tenían el mismo esquema: malo-malísimo amenaza al mundo o a una parte de él; bueno-buenísimo lucha contra malo-malísimo para impedírselo; malo-malísimo está a punto de derrotarlo; bueno-buenísimo acaba dándole su merecido hasta el próximo número. Pero es que las mitologías y las religiones también eran siempre parecidas. Y en nombre de todas se había matado alguna vez por pura convicción de que era ésa y no otra la verdadera y fetén. No conozco ninguna guerra que haya traído bajas entre amantes de Magneto y adoradores de Lobezno. Al cabo, los tebeos eran sólo historias. Bueno, historietas, que ni categoría de historias tenían. Y nada malo podían traerte, aunque papá pensase lo contrario.
-Esa mierda sólo te llena la cabeza de tonterías.




La portada del primer número de los Vengadores. Año 64.



El problema de la credibilidad del superhéroe al que su condición de personaje franquicia le ha hecho pasar una y otra vez por situaciones inverosímiles, malos dibujantes, guionistas acelerados y decenas de cambios para seguir asombrando al público, sólo lo solucionarán el tiempo y los concilios. Eso mismo le sucedió a Jesucristo del que sus epígonos contaron y escribieron todo tipo de historias, muchas contradictorias, y del que hoy, oficialmente, y por más que la historia y la arqueología se empeñen en demostrar que la elección de las ipsum verba carecía de más fundamento que el de fijar la imagen deseada por el poder religioso de turno, sólo se admiten cuatro versiones, corregidas y manipuladas. Bueno, eso mismo le pasó al Quijote, del que salieron versiones, precuelas y ediciones apócrifas hasta muchos años después.



Hasta Will Eisner, el creador de Spirit hizo una versión en cómic de El Quijote



Cuando en el instituto mi profesor de Literatura nos enseñó que El Quijote no fue considerado hasta bien entrado el siglo XVIII el momento literario que ahora es sino un relato paródico donde se contaban las aventuras de dos idiotas imposibles, un libro humorístico, sin gravedad, como si la literatura se midiese por la densidad y oscuridad de sus temáticas o presupuestos formales, empecé a pesar que tal vez todo fuera cuestión de perspectiva. En el fondo, el canijo avejentado vestido con armadura y el gañán regordete y flatulento subidos a sus monturas, eran en su época tan ridículos en su vestimenta como nos parecerían si nos cruzáramos en la realidad con la Bruja Escarlata o Wonder Woman. Cada época crea sus mitos, o actualiza los arquetipos anteriores y también inventa o actualiza su vigencia y significados.



La Bruja escarlata, de los Vengadores, por Frank Cho. Se llegó a casar con la Visión que era un androide. No me preguntéis cómo lo hacían.



Los cómics de superhéroes son un compendio de la imaginación humana, de sus mitologías pasadas y contemporáneas. Hoy los superhéroes, además de franquicias que producen mucha pasta, además de mitologías posmodernas, son nutriente de obras literarias más que estimables como la novela que ganó el Pulitzer en 2001 de Michael Chabon Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay (Mondadori), un título que describe maravillosamente la situación social y económica de los Estados Unidos donde surgió la llamada edad de Oro de los Cómics (años 30).




Ilustración del gaditano Carlos Pacheco para Los 4 Fantásticos.



A estas alturas, decidir qué narrativa eliges para alimentar tu ocio, tu espíritu o tus Batuecas particulares, si pictórica, cinematográfica, oral, literaria, fotografiada o viñeteada, carece de importancia. Hay novelas capaces de matarte de aburrimiento y cómics que te ensalzan el alma. No lo digo yo, lo dice gente como Auster, Cortázar o Savater. Ahora es el momento de leer Persépolis de Marjane Satrapi (también existe en película), de hacerse con algún álbum de Daniel Cloves –Ice Heaven, puede bastar-; cómo no, devorar lo que sea de Will Eisner; de leer a Chris Ware, a Carlos Giménez, el Maus de Spiegelman, las historias Rutu Modan, las maravillosas historias de Taniguchi, el Ozu del cómic japonés, de la fabulosa Lost Girls de Allan Moore y Melinda Gebbie, una historia paraliteraria donde unas adultas Wendy del Peter Pan de Barrie, Alicia del país de las maravillas de Carrol y Dorothy la protagonista del Mago de Oz de Frank Baum, se encuentran para dar rienda suelta a todas sus fantasías sexuales.



Marjane Satrapi


Carlos Giménez


Ilustración de Art Spiegelman sobre Maus


Ilustración de Chris Ware. El autor de Jimmy Corrigan. Imprescindible.

Y un Icaro de Taniguchi.


¿Y de los superhéroes, qué? ¿Hay alguno que llevarse a la cama pasados los cuarenta? Muchos, les diría. Muchísimos. Pero tal vez baste uno sólo: Watchmen (Planeta) obra creada en los años 80 por el guionista y escritor inglés Allan Moore –posiblemente, el escritor que más ha contribuido a demostrar que la complejidad de las tramas y los personajes puede aplicarse a géneros tradicionalmente considerados menores- y el dibujante Dave Gibbons (exquisita también The Originals, que ha salido este año, una obra exclusiva de Gibbons que recrea en una estética retrofuturista, las peleas entre mods y rockers de los años 60), la primera novela gráfica que ganó el Premio Hugo, hace ahora 20 años. En aquella historia el cómic dejó también de mirar con desdén al superhéroe. Lo dotó de problemas adultos, de artritis, de profundidad psicológica, halitosis, crueldad, complejidad y miserias. Era cuestión de tiempo que los mitos crecieran, pegaran un puñetazo en la mesa y luego les doliese. Todo es mudanza. Vi morir a mi padre en la cama. Como a Alonso Quijano o el Capitán Marvel. Hasta entonces, y hasta que el cuerpo aguante, seguiremos leyendo tebeos. Y novelas. Y poemas. Y mitos. Y ensayos. Hasta prospectos de farmacia. Vaya a ser que algún efecto secundario nos dé un superpoder de chiripa.





Los Watchmen, de Moore y Gibbons. Miller los ha adaptado al cine. Miedo me da.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Más nostalgie televisiva

Ah, amigos -amigas también, y, a veces, sobre todo- los dichosos cuarenta. La década vital donde uno comienza a tirar del hilo de lo que fue, pareció, vió, olió, escuchó... y se regodea comprobando que la cabeza sigue ahí, aún sin alzheimer severo. Tras el alarde técnico que me supuso poner por fin un video der yutú en el blog -ya , ya pondré podcasts, y hasta peepshows on line, dejadme a mí solito, va-, y reconociendo que era tan fácil como pinchar en ayuda y leer "cómo poner un video de youtube en tu blog" y activar el cutypasteador que todos llevamos dentro, me he tirado el barro de lleno, señores -señoras, ante todo-, y he decidido poner más, que hace bonito.

Atendiendo primero a las peticiones de mis lectores -lectoras en este caso- pondré ésos que me ha pedido la audiencia:





El primero, el de Skippy. Skippy, Skippy, Skippy the bush kangoroo, que decía la canción. Una de las series con animalito encantador protagonista de nuestra infancia (que yo recuerde eran Rin-Tin-Tin, Lassie (todo perros), el pato Saturnino,





el oso ben de Mi oso y yo, Clarence el León bizco de Daktari (donde también estaba la mona Judy), Furia (un caballo maravilloso y negro, que podía ser marrón pero que se veía negro en nuestras teles), Skippy, el canguro australiano y, el mejor de todos...







Flipper! (sí, Ginebra, Flipper), el delfín. Que fue una serie que se adaptó de una peli previ y de la que luego se han hecho varios remakes en series y pelis, una con Elijah Wood, el Frodo Bolsón de El Señor de los anillos.


Todo eso si no contamos como animales reales a la perrita Marilyn o la ratita Violeta, de Herta Frankel y sus muñecos, o al inefable Topo Giggio, er topoyiyo, que era más cursi que Doris Day contando pitufos y bastante más gay que los teletubbies, que ya es decir.










De los dibujos animados aún no hablo. Ya lo haré. Ya pondremos algo de Tom y Jerry, de Pixie, Dixie y el gato Jinks, de Patán, "peggo malcgiado, peggo fanático de medaias" y el Escuadrón diabólico. O de los Autos Locos, con Pierre Nodoyuna, Patán, Penélope Glamour y Pedro Bello. Vaya, que no me resisto...





O de los Imposibles: Cangurombre, Multihombre y Fluidombre. ¡Me encantaban! O de Meteoro. ¡Ay, Meteoro!





O los Supersónicos. Popeye. Carlitos. Daniel el travieso. La pequeña Lulú. O de Maguila, Tiro loco McGrow, Huckleberry Hound, la tortuga Dartagnan y Dumdum, La Hormiga Atómica, Yogui, Pepe Pótamo y su hipohuracanado grito, Leoncio León y Tristón, Super Ratón, Don Gato, Félix el gato, el único-único gato, el Pájaro Loco (Loquillo), los de la Warner Bros (esto, amigos, es una producción de la warnerbrothers para televisión y esto es to.., esto es to..., esto es todo, amigos: gran Porky), los de la Disney (desde la tierra de la Fantasía...) y todos los de Hanna-Barbera (Wilmaaaaa, ábrreme la puerrrta, Wilmaaa: ¿no era Pedro Picapiedra el australopiteco de Hommer Simpson?). De los del telón de "koniek" tampoco voy a hablar mucho. Vamos que dejo de hablar del todo en este instante, que hace hambre, hay que trabajar y no es plan.






That's all, folks!



miércoles, 26 de noviembre de 2008

Mi vida sin mí


Isabel Coixet, además de una mujer muy inteligente que sabe hacer conmovedoras películas, suele presentar unas bandas sonoras admirables en sus filmes. Senza fine, de Gino Paoli, Hope There´s Someone de Antony and the Johnsons, All the world is green, de Tom Waits, Pour vous aimer de Juliette Greco, Gioco d'azzardo de Paolo Conte, God Only Knows por la Langley School Proyect, o Historie d'un amour de Dalida, son algunas de las canciones que se hacen más carnales y emotivas dentro de sus películas. Estoy deseando que venga a La Música Contada, pero creo que esta temporada, que anda en Japón rodando su nueva peli, va a estar complicado.

Pego aquí una de Mi vida sin mí, que siempre me conmovió. Es Sometime Later, de Alpha. Una canción de aire bristoliano y triphopero, que canta Martin Barnard y que fue publicada en 1997 en el álbum Come from heaven (Por cierto, estuvieron en el AV Festival que organizaba Olga Payar en Fuengirola). Sí, en muchos momentos me declaro fan de "la cofradía de la pena", expresión que dijo Christina Rosenvinge caundo estuvo hace años en La Músuica Contada y donde me descubrió, entre otras, a dolientes como Cat Power y Stina Nordenstam. Y esta canción es para días de lluvia. Otoños como el de esta mañana. Sí, se puede estar enamorado, feliz y ser melancólico. Ya lo decía Billie Holiday: "I'm glad to be unhappy". Bueno, "i'm glad to be happy" this morning.

Las series de cuando éramos chaveas



Me encuentro en el Youtube este montaje con las cabeceras y sontonías de la práctica totalidad de las series americanas que veíamos cuando niños. En Málaga se utilizaba entonces la expresión chavea o chavó, para referirse a niño, chaval. Hoy ni somos niños ni chaveas, ni las series son más que un recurso nostálgico. Como estoy en esas edades, me regodeo en el t'acuerdas?

Ay, Jim West, Tierra de Gigantes, Viaje al fondo del mar, El hombre de cipol, Embrujada, Perdidos en el espacio, El túnel del tiempo, Daktari, Tarzán, Bonanza, El virginiano, Diligencia, Daniel Booone, Hawaii 5.0., Rintintin, Flipper, Lassie, Ironside, Mannix, Aquamarina, Los guardianes del espacio, El capitán escarlata... Y lo dejo aquí, que es hora de comer.

martes, 25 de noviembre de 2008

Entrevista, egotrip y algunas joyas

Gary Lucas, visto por Miranda, durante los ensayos de Valladolid.


Bill Plympton. Maestro de la animación sin ordenador.

Me hace Cristina Consuegra, periodista de la revista digital de cultura Antequltura, una entrevista sobre La Música Contada. Así que vamos a darle al egódromo un ratito. (Si os da por ahí: http://www.antequltura.es:80/index.php?mod=verNoticia&id=698).
Y si pincháis aquí, en estos dos links, (http://www.cylcultural.es/cine/seminci/2008/fibla_arbol.htm y http://www.cylcultural.es/cine/seminci/2008/gary_lucas_der_golem.htm) veréis reseñas con vídeos de las actuaciones de Cine y Música que produjimos para la Seminci de Valladolid desde mi productora de El Pez Doble, con el guitarrista neoyorquino Gary Lucas sobre el film mudo de Pail Wegener El Golem y con el duo electrónico Fibla + Árbol sobre la película taiwanesa Goodbye Dragon Inn. Impresionantes. Ahora estamos trabajando para traerlos junto a otras a Málaga en un ciclo más completo.
Gary Lucas, Bruno Galindo, Vicent Fibla, Andrés Argil (Rey Trueno), Miguel Marín y Sara Pérez en la Seminci.
Momento del concierto en directo de Fibla + Árbol durante la Seminci.
Gary Lucas durante su performance musical sobre El Golem en Valladolid. Un pasote lisérgico.
Mientras tanto, dos recomendaciones: una, el documental Goodbye America, de Sergio Oksman, con el protagonismo absoluto del gran Al Lewis, el abuelo Drácula de La Familia Monster, un activista lúcido e inquebrantable que pone a su país en su sitio. Compradlo, bajadlo, haced lo que queráis. Lo vais a dirfrutar. Una lección de vida.

Al Lewis después y durante su etapa en Los Monster. Qué grande.


Y, dos, la película de animación del Bill Plympton, The tunes. Ya sabéis, Plymptom, estuvo nominado al óscar por su corto de animación Guard Dog y es un auténtico genio. Animación a lápiz, dibujo a dibujo, llena de imaginación e ironía. Inaceptable que no os lo veáis. The tune va de un compositor al que la musa le abandona y tiene uan hora para entregar al productor sus canciones. Una delicia. Dos delicias. (Todo es para compensar el egotrip de la entrevista, osea).
Fotograma de The Tune, del gran Bill Plympton.

jueves, 20 de noviembre de 2008

La familia contada

Sesión de Jon Sistiaga. Sala gades. 15 noviembre 2008.

Sesión de Corcobado. Teatro Cánovas. 19 noviembre 2008.

Susana Cáncer en la sesión de Corcobado.

Corcobado cantando por Sinatra.

Jon Sistiaga dirigiendo a las masas y pidienmdole a Conde que meta la música.

Ya he contado antes aquí cosas sobre el ciclo que dirijo desde hace nueve años desde la empresa El Pez Doble, La Música Contada. (http://www.lamusicacontada.com/). Este año, el noveno desde que iniciáramos las programaciones entonces desde la salita del Museo Municipal de Málaga, es la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía la que auspicia nuestra programación. Hasta la fecha hemos disfrutado de tres sesiones de discofórums, las de Chojín, Sabino Méndez y Jon Sistiaga y una en concierto contado, la de anoche con Javier Corcobado, que fue intensa y emotiva. Como lo fueron cada una por motivos distintos las de Chojín, Sabino Méndez y Jon Sistiaga. Ya casi hemos cumplido las 150 sesiones y aún hoy me sorprendo y emociono durante las sesiones. Sobre todo, al ver luego cómo el invitado se divierte y se lo pasa pipa y el público agradece y disfruta estos encuentros absolutamente únicas con los personajes y con las músicas que han conformado o acompañado su ideario, sus emociones, sus gustos o su carácter.

Tras la sesión, con Jon. Le dije que tuviera cuidado porque a veces con el micro recordaba a José Luis Perales. "Qué cabrón eres. No he parado de recordar eso durante la sesión", me confesó divertido.


Isa, Carmen, Miranda y Jon, en el Trifásico, tras la sesión. Dejad que las chicas se acerquen a él. Pero no mucho...


Poco a poco, hemos ido conformando una pequeña familia entre el público, la spersonas que hacemos posibles LMC, el personal de los teatros y los invitados que nos abren sus intimidades a base de canciones e historias. Y cada nuevo invitado que viene se acaba integrando en esta pequeña gran familia. Anoche, tras la sesión de Corcobado -con la exquisita Susana Cáncer a los teclados- donde el poeta cantó temas como Digan lo que Digan de Rapahael, Poupée de Cire Poupée de son de France Gall/Gainsbourg, Puerta de amor de Nino Bravo, Corcovado de Jobim, The world we knew de Sinatra, Sombras de Javier Solís, Hoy daría yo la vida de Martihna, Nature boy de Nat king Cole, Bésame mucho de Consuelo Velázquez o Enfermo de ti, del mismo Javier Corcobado, acabamos con el ánimo arriba y ganas de karaoke. Pero no había ninguno abierto en Málaga. Conde, Miranda, Isa, Sabine, Susana, Thalia, Antonio, Javier y yo mismo recorrimos garitos mientras entonábamos canciones como viejos camaradas y como tales, nos despedimos con abrazos y fraternidad. Miranda y yo estuvimos luego en casa bailando toda la noche. Al cabo de 9 años puedo admitir que LMC logra emociones y cercanías que no procuran otros formatos. Permite descubrir intimidades del personaje que ni él mismo sospecha antes de entrar al escenario. Así contó Javier:




-Ahora, con 45 años, sigo siendo el mismo niño que su familia hacía subirse a la mesa del comedor para cantar canciones de Raphael. Nadie me dijo nunca que cantara bien, sino que me sabía muy bien las letras. Pero ahora, como entonces, sólo tenía una cosa clara. Quería ser cantante. Y lo soy. Nadie me dice tampoco ahora que cante bien. Pero soy lo que quería ser.
Desafinado o no, Javier provoca una emoción con sus graves y sus desgarros difícil de explicar. Siempre he admirado a los artistas, pero sólo me han conmovido de veras las personas que arriesgaban su alma y su corazón cuando se enfrentaban al público. Qué gran tipo Javier. Ya ha vivido lo suficiente para calzarse las botas con podería. El poderío de conocer sus fragilidades y sus fortalezas. De tener heridas y desconchones. Como ese micrófonos que usa, lleno de golpes y abolladuras para que capte mejor -confiesa- los graves de su -él dice- limitada pero sugerente voz. Un hombre que quiere hacer una versión de Carioca de Fred Astaire porque "parece volar cuando la canta". La rudeza de Corcobado es frágil. Y ahí, en no esconder esa flaqueza, radica su poder.



Sabino, mirando sus notas durante sus sesión. Sala Gades. 25 de noviembre 2008.

Con Sabino Méndez, que estuvo preciso, contundente, docto y inteligente y amable, también hemos ido armanado una relación de respeto y afecto que nos enorgullece. Suya fue una de las sesiones más coherentes y razonadas y con más gusto musical que recordamos. Con Jon Sistiaga, nos rendimos a sus dotes de comunicador impresionante y a sus ineligencia rapidísima y su naturalidad y contundencia. El auditorio de la Sala gades, donde muchas personas se quedaron fuera estuvo sobrecogido sin decir palabra con los testimonios de las guerras y conflictos que ha vivido en directo. Jon nos prometió que iba a interceder para que viniese a LMC su amigo, el gran actor porno, Nacho Vidal. ¡Sería la polla, nunca mejor dicho! Como ayer mismo una amiga me comentó con malicia ante esa posibilidad, sería "fantástico poder descubrir otras cosas de él que no conocemos". Y otra: "vas a tener que alquilar un pabellón de deportes sólo para mujeres". Un placer fue conocer a Jon y ver su disfrute con la sesión. Como lo fue, en fin, descubrir el impresionante talento como comunicador de El Chojín que rejuveneció y reventó el aforo de La Música Contada con chavales de menos de 18 años y demostró que los maestros y padres deberíamos asesorarnos por un tipo como él a la hora de dirigirnos a los muchachos. En la cena posterior, con Duende y Jorge, Chojín hizo las veces de aliado con los adolescentes. Lo importante, y eso es algo que los padres tardamos en entender a veces, es que a tus hijos les llegue el mensaje, no que ese mensaje tenga que venir directamente de ti.


El Chojín, escuchando algo de soul durante sus sesión del 4 de octubre. Sala gades.

Después de tantas sesiones debo confesar que LMC es una de las cosas que más felicidad me han traído a mi vida. Por una simple razón: porque he podido conocer a personas y artistas asombrosos y he podido compartirlo con muchas personas en igualdad de condiciones. Siempre quise que LMC fuese una cosa de todos. Creo que lo hemos conseguido. Gracias a todos los que han hecho algo por ayudar a ello. Aún sigo con ganas de escuchar canciones e historias.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Cuando todos follan

Ficha: Sex Machine. (La ciencia explora la sexualidad). Edouard Launet. Traducción: Arturo Peral. Alba Editorial. Colección Freak. 192 páginas.
Recopilación de artículos del periodista francés alrededor de curiosidades sexuales que aúna humor y rigor científico

Con los temas de sexo siempre solemos andar de puntillas, con lo difícil que es fornicar así, salvo para los del Circo del Sol. Cuando en el sexo solemos usar palabras éstas tienen el doble peligro de exiliarnos la libido para siempre cuando las usamos con propiedad y exactitud académica o de encendernos la mecha cuando tiramos de las excluidas o más zafias del diccionario. Esto es, hablar de lo prohibido exige tener un doble diccionario a punto y la atención puesta en las mejillas encendidas del otro. No: el monólogo, la gaya ciencia o la chispeante ocurrencia no son maneras útiles de hablar del sexo en su transcurso. Sin embargo, bien elegidos el tono y las ocasiones, pueden ser excelentes vías para abrirnos las picardías y el apetito. Édouard Launet es un periodista científico francés que lleva años escribiendo en Liberàtion, entre otras cosas, unas fantásticas columnas llenas de palabras y datos científicos sobre sexo. Como buen divulgador y conocedor de la ciencia, conoce todos los truquitos del enseñar deleitando. Más bien sonriendo y haciendo sonreír. Sabe bien que todas las cosas son susceptibles de ser nombradas de varias maneras y que él no es ninguna autoridad en lo de enseñar posturas coitales o trucos de SIMCA 1000.
Launet siempre habla de estudios científicos publicados en revistas que nadie en su sano juicio cogería con una sola mano en la intimidad del retrete. Habla de tantos por ciento, de prácticas extravagantes medidas en laboratorios y de extraños experimentos que la ciencia hace para medir cosas como la intensidad del orgasmo en varones y hembras, la frecuencia de la masturbación en edades provectas o las tendencias homosexuales entre los pingüinos. Con todo eso hablado a través de 50 columnas, Launet ha reunido materia para culminar un libro fresco, dinámico, divertido, facilísimo de leer y lleno de curiosas revelaciones. Sex Machine (la ciencia explora la sexualidad) -¡gueropa para guripas!-, publicado en España por Alba en su colección Freak es, también, un buen manual de preseducción para adictos al dato y a la anécdota porque en su capacidad de hacernos sonreír abre una de las primeras puertas del contacto. Ya sabemos que si tu presa sexual ríe o te sonríe con deleite tenemos una oportunidad de que las glándulas mamarias acaben transformándose en qué-tetas-más-ricas-tienes. Launet, sin dejar de levantar la ceja al hablar de estudios que muchas veces deben someterse a la poca fiabilidad de las confesiones del sujeto estudiado -¿quién dice la verdad de lo que folla y cómo lo hace?- se pregunta y responde a cómo sería un coito en gravedad cero. E incluso revela que el amor y el deseo pueden medirse algebraicamente. O cómo los jóvenes yanquis creen que –ay, la sombra de Clinton– las prácticas de sexo oral o anal no son sexo en estado puro sino una suerte de ejercicios preparatorios para la coyunda clásica. No es de extrañar que los americanos se encojan de hombros con cara de “¿quién? ¿yo?” cuando se les dice lo mucho que le dan por culo a los demás.
Se ríe el autor junto a nosotros durante cada artículo de la tremenda importancia que se le concede al sexo y a la nunca bien ponderada manía íntima de sufrir por no saber nunca qué lugar ocupamos en la escala de los amantes rivales que en el mundo han sido, son y serán. ¿Huelen mal mis pudendicias? ¿Excreto con abundancia? ¿Me amaino en exceso solo? ¿Cuánto es pollón y cuánto mi cosita? ¿Te pongo cuando me miras o miras cuando me pongo? ¿Soy guarra si grito mucho? ¿Si ella expande mi orificio estaré ocultando un vicio? Oigan, guripas del mundo unidos, no están solos en sus dudas. Launet desvela una a una muchas de nuestras preguntas. Y nos dice, datos en la mano libre, que se puede concluir que a las mujeres, en general, la longitud se la suda, no tanto así los grosores; que década que pasa, cada vez más hombres heterosexuales en pareja estable –hasta un 40 y tantos por ciento- se dejan hurgar por su chica en las profundidades anales sin que por ello le empiecen a pirrar las películas de gladiadores o vean a escondidas Queer as Folk. O que el tamaño medio de un pene inglés en erección es de trece centímetros y que nada tiene que ver su longitud con el número de calzado que gasta. O que las mujeres que más gritan y fingen suele tener más amantes de media que las que cultivan el sottovoce. Y todo esto con más datos que Solbes explicando el IPC. Mucho mejor que éste, vayamos a penes, que con Èdouard te irías luego a tomarte unas cañitas con la confianza en que además de único no eres sino un número más de los que se comen la cabeza por no saber si estás pegando bien el sello. Al cabo, todos follan. Hasta los obispos, dicen.
Publicado en la revista de libros Mercurio. nº 105. (Versión sin dulcificar).

lunes, 10 de noviembre de 2008

Belinka cumple en capicúa


Isabel, medio transida.

Hoy cumple años Isabel Bono, que es poeta y amiga, y escribe más que bien y sueña cada noche a lo Tim Burton con sus amigos como protagonistas y lo escribe cada día en un blog que es éste: http://laespumadelasnoches.blogspot.com/. A algunos amigos no nos queda muy claro si tiene esos sueños o se los inventa, pero en todo caso quedan chulísimos escritos. No deja que le pongáis comentarios, que buena es ella para decidir quién o qué le escriben. Dice que la foto suya que ha puesto coronando ese blog es igual que la imagen del mío, pero en alegre y que menuda casualidad.


El blog de La espuma de las noches


A Isabel le encanta tener amigos escritores, dibujantes y músicos, leer libros raros, ver pelis que nadie ha visto, guardar cosas de cuando chica y acordarse de todo, cosa que compensa diciendo que se olvida de todo, que se siente muy poco inspirada y poniendo morritos. Tiene pecas y es lo más parecido al espíritu Amelie en tres dimensiones que he visto. El día que durante una cena con Antonio Luque, Sr. Chinarro, del que es fan -Isabel es muy fan en sí misma-, le presentó al muñeco que siempre le acompaña en el bolso, el Erizo César, diciendo que César era muy fan suyo, fue de flipar ver la cara de ciego que ya tenía Luque mirando a aquella tipa sonriente pidiéndole un autógrafo para el muñequito diminuto. Claro, que si se lo llega a pedir Naomi Campbell en aquel momento, Antonio hubiera puesto una cara parecida. Por cierto, Sr. Chinarro viene el 5 de diciembre a La Música Contada a Málaga. Sala gades. 20 horas. Gratis la entrada.

El erizo César en Escocia


Isabel con Alberto, una tarde en casa


Isabel se casó muy jovencita con el chico más inteligente de la clase de Los Olivos, Alberto, que es médico y lo hace todo bien y es casi tan raro como ella o más, aunque él debe pensar que los que somos verdaderamente raros somos los otros. Alberto es muy callado y sereno por fuera y sonríe socarrón con las comisuras de vez en cuando, hace documentales de tipos que viven o bordean el fruiquismo y saca y colecciona fotos de gente gorda y material republicano y estalinista. Isabel dice que Alberto se parece a Sam Shepard y que cuando sale en las fotos pone la mandíbula de Buzz Lightyear. Discutírselo es tontería. Isabel es muy cariñosa y me ha regalado cosas de arrebatarse: tebeos de Pumby, una muñeca Nancy vestida de legionario que toca la corneta, estampas de Kurt Vonnegut delante de unas hortensias, porque dice que Vonne (ella llama Vonne a Kurt) es muy milagroso en estampa plastificada, o pelis de los payasos de la tele... La llaman Belinka y nunca me acuerdo del por qué.
Hemos intentado escribir juntos alguna cosa por mail. Siempre nos quedamos encallados en algún sitio, aunque ella aprovecha siempre bien los resultados. Isabel es el personaje literario vivo más divertido que he conocido. Y una escritora fantástica. Viaja mucho y hace fotos también. El texto que escribió sobre su padre es una de las cosas más tiernas que he leído nunca.


Como hoy es su cumpleaños capicúa le he regalado algunas cositas virtuales:


Siéntate en una de las sillas del cuatro de tu cumple

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Tómate un zumo de trilaró-jorigú a mi salud

(y a la tuya, que estamos celebrándote).

Toma, un pastel virtual, con sus velitas y todo.

Receta mancomunada de los profesores Chivete, Bacterio, Tornasol y Franz de Copenhague.

Pumby y Blanquita bailan en el centro. Son comestibles.

Los que tocan jazz chico en la banda son cerillas animadas de las Merry Melodies. ¡Me costó un pastón contratarlas!

Sí, no es magia: ¡saben a Palotes de fresa y chicle Dunkin!


Y las serpentinas se disuelven en el aire. Los matasuegras suenan a La leyenda de la ciudad sin nombre.

Hay pitagoles para todos.


Chicas dándose al pitagol.


"¡Esto es todo, amiga!"




Felicidades, Bonnypenny.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Pacífico (Teoría de la desgracia)


José Antonio Garriga delante de un reloj. A él le gusta detener el tiempo con las palabras.


Mi buen amigo, crítico y escritor Miguel Ángel Martín -Miguel Ágel Oeste, es su alias- acaba de devorarse la última novela de mi compadre José Antonio Garriga. Como él no tiene blog y aún no sabe si se atrevería a esto de exponerse al público me pide si puedo hacer un post con la crítica que él ha hecho de la novela de su admirado Garriga, Pacífico. Cómo no, le digo, ésta es tu casa. Así que, sin más, mientras cuento las horas para el regreso de Miranda, le damos la palabra al queridísimo Miguel Ángel.



Éste es Miguel Ángel. Ya le he dicho que en este blog no tiene mucho sentido ocultarse




TEORÍA DE LA DESGRACIA


APUNTES SOBRE PACÍFICO de JOSE ANTONIO GARRIGA VELA


Por Miguel Ángel Oeste




UNO. Dice el narrador de esta absorbente, magnífica novela que “La mano caliente de mi padre ahuyentaba el miedo de mi cuerpo”. Y sí, nacemos niños e inocentes hasta que la vida nos va cambiando y empezamos a sentir frío, y nuestro primer héroe, nuestro padre, un día deja de serlo. Y entonces el mundo empieza a ser más frío y más extraño y empezamos a hacer (y hacernos) preguntas. Pero las respuestas que recibimos son diferentes a las propias.

Y ése, y no otro, es el momento exacto en el que el niño que había pensado ser santo decide ser escritor.

DOS. El niño es el narrador de Pacífico. El niño cuenta la historia de su familia: su hermano Sebastián, un hombre tranquilo que construye barcos y sueña con Marta y es enviado al infierno por no hacer nada. De su madre, una comadrona que vive entre dos hombres en la misma casa. Porque su marido (un vendedor de perfumes) persigue el deseo de mujeres más jóvenes. Marido y amante combaten sin puños por esa mujer. De su padre que huye hacia delante. Hasta que se arrepiente y promete volver a ser el que alguna vez creyó que era. Pero no. Porque vuelve a huir a la mayor de las velocidades hasta que se estrella. Y ya no puede moverse. Entonces es el mundo el que se mueve y él que está quieto, aunque continúa corriendo sin moverse del mismo lugar. De Fernando Nogueira, un periodista deportivo que tiene alquilada una habitación en esa casa de Calle Comercio que funciona en la novela como un microcosmos universal que se proyecta sobre el universo. De Marta con el cuerpo de Estelita Raval. La Mujer del Alambre. Y de un perro, Chivato, un animal sin memoria que juega con los designios de la vida como si fuera Shakespeare. Y de otros personajes secundarios entrañables (todos lo son) como el entrenador Alcántara o el maestro Linares.

TRES. Pacífico es una novela soberbia que se lee en un sosiego expectante, mientras paulatinamente crea una tempestad en nuestras emociones. Y también: Pacífico es un libro para leer bajo una luz tenue, de noche, en calma, porque su fulgor es fuerte y su intensa fuerza de arrastre es mayor.

Pacífico, la novela, es mayor que ese océano homónimo.

Jose en el cementerio de Montparnasse, en París, junto a la tumba de su escritor favorito, Samuel Beckett



CUATRO. Estamos ante una historia triste escrita bajo la templanza de una voz narradora melancólica y suave. Una templaza que a cada párrafo explota en múltiples y profundas cuestiones humanas, morales… sobre la rara a la par que vibrante existencia de un mundo cerrado o contenido en Calle Comercio, pero abierto y expansivo en pensamientos y deseos.

CINCO. José Antonio Garriga Vela consigue algo muy complicado: nos introduce dentro de este rotundo libro, y cuando sales de su interior, lo haces por un lugar distinto al que se entró. Y mejor (o más importante): sales más sabio, más humano, con ganas de vivir (aunque la vida huela mal), y de querer a tus seres queridos aunque sepas que son éstos los que te ponen límites.

SEIS. Una apreciación personal y subjetiva. Mientras lo leía tuve la sensación que imaginaba a Garriga Vela escribiendo, subido a uno de esos alambres por los que Estelita Raval hacía equilibrios por el alambre, pues su prosa, o la cadencia de sus oraciones, parece caminar por esa fina cuerda, seduciéndonos igual que si mirásemos el número de un funambulista.

Escribir es hacer funambulismo con los pensamientos y con la imaginación y con la memoria. Eso parece decirnos este acróbata de las letras. Un maestro en un número imposible que hace posible, mientras el público (nosotros) abrimos la boca (la mente).

SIETE. La literatura de José Antonio Garriga Vela es un recorrido por las debilidades del hombre sobre la manifestación o agotamiento de los sentimientos en esta derrota que es el tiempo.

OCHO. Pacífico nos muestra enseñanzas tan básicas, tan necesarias, tan humanas, y que, sin embargo, nos llevan a errar una y otra vez, ya sea por dejarse arrastrar por el deseo o por las vueltas y revueltas que da la vida o por simple azar o por lo que sea.

Y también, por sus páginas, se oyen los tambores-ecos de Kafka, de Faulkner, de la trágica extrañeza azarosa de los personajes de Auster…, de las verdaderas miserias de la vida por erosionantes y sentidas en un grupo de personajes entrañables con sus grandes defectos y mínimas virtudes como todos nosotros.

NUEVE. Pacífico es una sutil historia de tristeza, de inmensa tristeza, pero a la vez es una especie de canto a la vida, a compartir cualquier momento, a sentir, y a amar de la mejor de las formas. A la vez, Pacífico muestra las dos caras de esta vida con sus incontables matices; a pesar de esa diáfana dualidad de los polos: positiva para el narrador, negativa para Sebastián.

DIEZ. Un día se es niño y la mano caliente del padre ahuyenta los miedos. Otro, de repente, sin avisar, todo cambia. No hay un día preciso. Pero todo comienza a cambiar, porque las respuestas del padre a las preguntas del niño sobre la vida empiezan a diferir de las del niño. Estamos escuchando hablar a ese padre sobre el mundo y sus héroes (sus dueños lo llama él); el niño lo mira, le surgen dudas y entonces le pregunta: “Y nosotros, papá, ¿de qué somos dueños?”. “Nosotros, hijo, somos dueños de la desgracia”, le contesta el padre.

Y ése, y no otro, es el momento crucial en el que el niño descubre que ni Dios ni los Santos existen. Por lo que empezará a escribir la historia de su familia como la forma inequívoca de constatar su memoria, aunque los mexicanos afirman que el océano Pacífico no tiene memoria, a diferencia de esta maravillosa novela, Pacífico, que no sólo tiene memoria, sino que se queda en la memoria y nos acompaña a ese paso inevitable, a esa “extraña forma de vida”.


Éstos somos Jose y yo, en París. En Montmartre. Hace ya cinco años