miércoles, 13 de febrero de 2008

Maniquíes: Estocolmo, Estambul, Tánger, Málaga








Levantarme a las cinco de la mañana con el Bósforo naciendo; ir al retrete y usar ese chorrito bendito que tienen ellos en sus váteres y que alivia el ojete (perdón por lo gráfico pero todo hombre guarda dentro un ordinario); desayunar como un turco más desde la azotea del hotel Orán donde una camarera lenta y delgada con ojos de gata se mueve como un fantasma. Y decir Bósforo, Dardanelos y Mármara o Çemberlitas como quien invoca palabras que fueran cofres mágicos. Leer el periódico en inglés, fotografiar maniquíes, que es lo que más me interesa de este viaje, leer a Adrianne Rich ("un poema puede comenzar con una mentira y debe ser despedazado..."); volver a la habitación, despertar a Rosa (...); sentirme Indiana Jones ante los dípteros que pueblan la habitación y exterminar a trece como un ninja samurai y, en mi delirio vengativo, llenarme las manos de mi propia sangre en otros cuerpos (son lentos los mosquitos turcos, como todo en este lugar: va ralentizado) y volver a echarme en la cama, ahora ya sin enemigos. Soñar extraño, como dentro de un tiempo mágico que sólo surge cuando viajas o cruzas un desconocido umbral. En mi sueño tenía poderes. Podía volar y dar un calor especial a la gente que la sanaba. Apareció mi primera novia, Nuria, la actriz. Convertida en vıeja amiga, fiable, independiente y capaz de entenderme. Una cómplice, claro. Me dijo, con una trenza enorme que se perdía como una serpiente por las calles: "tú vives dentro y fuera, alteras el tiempo y el espacio y sanas; tu alma es antigua pero no lo recuerdas todavía". Me gustó volar con una chica que era un maniquí triste como estos que pueblan por aquí las calles, y enseñarle los tejados de muchas ciudades. Y mirar abajo y verme repetido en momentos de mi vida que se simultaneaban. Ahí podía verme jugar en el colegio de párvulos, andar por los pasillos de El Prado, cantar en el escenario del colegio Los Olivos, dibujar comics, reír con los amigos en la primera comunión de ¿mi primo Pepe?, besar a las orillas de un embalse... ¿Sabes que conocí a Nuria a las orillas de un embalse en Málaga, en El Chorro? Luego de volar, esa extraña chica ya no era un maniquí. Estaba viva y sonreía.
Luego me he levantado, he encontrado por fin un ciber y antes de mandarle a mi amigo Jose unos texos para la Feria de Casares, me he puesto a escribirte. Escríbeme para poder vivir lo que cuentas cerca de este nogal que entra por las ventanas del ciber. Algún día tendré que reunir todos los fragmentos de mí. Mientras tanto, sigo repartiendo mi ser en varias hadas, en varios oídos cómplices. Para entenderlo entero hay que juntar las piezas. Todas son distintas y la misma. Ahora debo trabajar. A la tarde iremos al hamman y a la maravillosa basílica cisterna. El agua es eterna y deja el ánimo en su equilibrio exacto.
(...)
(Extracto de un mail a Isabel B. Desde Estambul. Julio 2007).

martes, 12 de febrero de 2008

La vuelta


La vuelta a los ojos de mi hijo.

Desayuno un vaso de zumo de coral.

Dos tostadas con alma de gaviota

y un café de sombra de palmera.


La voz del mensajero trae músicas cerradas.

Llaman del otro lado: una mujer quiere salir corriendo.

Sientes su columna arquearse, su piel iluminarse

mientras todo oscurece en torno suya.


Es como si escucharas caer gotas de mercurio en las palanganas del tiempo.

Siempre al otro lado.

De repente una lenta tormenta cae en su derredor

y ella no se inmuta: el agua no le toca.

Una voz muy pequeña y oscura

susurra como si hubiera conocido la noche de todas las tristezas

y ya no recordara

esa voz que celebra y se disuelve instantánea.

Mientras el aguacero no le toca siquiera

ella sigue pidiendo que la abracen

y que la lleven lejos, lejos, lejos

en un cofre de fuertes brazos de donde pueda entrar y salir sin condiciones

donde pueda dormir y despertar antes del frío.

De vuelta a los ojos de mi hijo,

al zumo de coral

a las viejas fragatas

a los mensajes del confín.


Sobre la música canta una mujer a la que le duele el alma.

Sonríe mientras tanto.

Se parece a los ojos de mi hijo.
Es un hermoso día.

Felicitación navideña 01




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De quijada (ideal para lejanísimos parientes y vecinos de comunidad armados con sidra y mantecado; cortés y tajante. Con un almanaque de Carnicería Montánchez de regalo).

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Hasta la vúlvula (único en subidas festivas de alto contenido sexual y mañana no me acuerdo; cuidado con las arcadas; se aconseja utilizar después del Killing. Modelos en látex y cuero negro).

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Un griego (¿Zorba?, ¿Cavafis?, ¿Platón?, ¿Eleftería Arvanitaki?, ¿Fassoulas?, ¿Demis Roussos?, ¿Onassis?, ¿Andros? No se me ocurren más, oyes).

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Felicitación navideña 04




También cuando la voz se achica, duelen la espalda y los días y el espacio a tu alrededor se está vaciando de presencias queridas, estás ahí. Seguimos ahí. Seguís ahí. De tanto en cuanto, callar es necesario. Pero que nadie os calle a vosotros. Para decir, asentir, disentir, silbar, acariciar o respirar. Para levantarnos o permanecer en la guarida. No dejemos que la tiniebla nos haga cerrar las manos. Son tiempos difíciles, aunque necesarios. No está tan contento el corazón, cierto. Pero está. Y como no andamos muy capaces de animar ni de juntar palabras como antes, pero no estamos dispuestos a dejar que la nada nos coma, os mando esta traducción macarrónica del inglés de una de mis canciones preferidas. Es I've seen it all, la compuso y cantó Björk para la película y banda sonora de Bailando en la oscuridad, donde interpretaba a la madre ciega Selma. Si no la tenéis, sois mayorcit@s ya para haceros con ella. Pero me gusta lo que dice y recuerdo por qué lo decía. Que el resto de vuestra vida os sea propicio. Besos a tod@s y felices momentos hasta en navidad.

Ya lo he visto todo

Ya lo he visto todo,


ya he visto los sauces del cielo llorar,


y he visto a mi tierra recobrar la paz.
He visto a un amigo matar a otro amigo,


y vidas enteras perdidas sin más.




Ya vi lo que fui –Sé lo que seré
Lo he visto ya todo, y no hay más que ver

Tú lo has visto todo. Todo lo que has visto
Puedes revisarlo en tu pantallita
Las luces y sombras,


lo enorme y lo chico


recuérdalos bien: no más necesitas


si viste quién fuiste, sabes qué serás.
Ya lo has visto todo, no hace falta más.

Felicitación navideña 07




A todos los que aún pueden mirarse al espejo
y no se dan vergüenza
o desprecian sus cuerpos.
A todos los que aún no
(ni ya, tan pronto)
se rinden
ni creen haber nacido para salvar el mundo.
A los que han elegido sus cariños
y no los dejan morirse
ni exigen lo que no son capaces de dar.
O los que no se cansan de intentarlo
aunque el premio sea un churro
o pierde o ganan y abrazan al contrario que les hizo campeones o segundos.
Al que no le importa mostrar quién es
por miedo a perder algo
y al que se disfraza para enseñarle todo al que está enfrente.
A los que no se avergüenzan de amar a quién, cúando, cómo o tanto?
y pasan de cuánto, muuuucho, vayaaa, dame
y no temen dar más o menos que el otro.
A los que no dan bacalá como besugo
ni se hornean la espalda para sentirse príncipes.
A los que actúan para entretener o revelar
no para engañar.
A los que piden perdón y perdonan
aunque sea imperdonable.
A los que saben estar larva, gusano o mariposa
por más que sepan que todo se acaba en un ratito
y sepan que no saben qué coño pasa luego.
A los que saben unirse para aliviar lo que les pesa,
a los que les falta y dan y recuperan siempre:
a los que se acuerdan que siempre, infinito, jamás y eternamente
son palabras que no deben usarse nunca (perdón, con exceso)
porque no sabes lo que miden.
A vosotros, que ni falta hace que os desee algo bueno,
en el año de James Bond
os invito a reclamar licencia para matar
a los estúpidos que llevamos dentro,
aunque sea de la risa que provocan
cuando fingen delante del espejo muertos de vergüenza.

Y apuntarse a eso de los orgasmos planetarios
porque aunque los tiranos, canallas y dementes no van a acabarse de repente
os vais a sentir mejor, seguramente.

Suerte, besos y salud en 007

Felicitación navideña 08


Hay una grieta en todas las cosas. Y es ahí por donde la luz entra. (Leonard Cohen)


69 razones para felicitarme la vida en un año. Sin orden ni importancia.


1. K. canta una nana en un idioma que no entiendo. Pero entiendo su emoción. Su sonrisa. Las lágrimas de K. La amistad de K y su luz que aún no reconoce.
2. I. habla conmigo por teléfono. Me nota triste. Sin decir nada coge un tren y el autobús y se presenta en mi casa. Almorzamos juntos y nos sentamos bajo mi limonero. Otro día me manda una postal desde París con su letra bonita donde sale Beckett. Otro día me regala un tebeo de Pumby. Otro, la postal talismán que tiene de Vonnegut rodeado de hortensias azules. Otro día me recuerda cariñosamente en un recital, donde lee un texto sobre su padre que nos hace reír y llorar. Otro día su A. y yo nos unimos para lanzarle una apuesta sobre un aparente Toni Miró. I. chulea, con seguridad. Se juega hacernos un stripstease. Pues no, no es Toni Miró. Le ganamos la apuesta y se lo refregamos. Yo más que A. que es mucho más educado y discreto. Le perdonamos luego tras hacerle rabiar un poco andando por el parque. I: un año entero de palabras escritas, calor seguro, inspiración, inteligencia y RNV.
3. David Duchovny en Californication, como Hank Moody, a su hija -lo recuerda Carlos-: "¿quién ha ganado esta vez, mamá o tú?", pregunta ella. "Lo importante no es quién gana sino cómo se juega", responde.
4. John Cassavettes. Sus películas. Él. Como inspiración. Porque es posible.
5. E. aparece de repente. "Si alguien se llama algo que empieza por la letra E, tengo que hacerle un hueco en mi vida". El empirismo manda. Yo también empiezo con E, pero me pongo casco.
6. Pensar, de Vergílio Ferreira. Los poemas de Yannis Ritsos.
7. La sonrisa de Ch. cuando es María. Descongela corazones. Con Ch. a 250 kmph gritando canciones de Freddy Mercury "for every single day of my life".
8. Los abrazos de Duende. Su lucha. Su desesperación. Su crecimiento. Su desconcierto. Su búsqueda. Sus miedos. Sus errores. Su corazón de buen hombre.
9. Mi amiga del alma, E. Mi amor platónico. Mi hermana cada día. El año que comenzó a saber que era escritora y no sólo que quería serlo. Su libro. Caminamos juntos. E. da un paso adelante y dice vamos juntos a por esto. Por su felicidad plena, que ya le toca.
10. El día que E. rompió las máquinas y volvió a arreglarlas. El día que E. creó una tormenta en el pecho de un hombre. El día que E enjabona la espalda a un hombre y él se estremece. Citas en los embalses, en las iglesias derruidas, cerca de las ciudades olvidadas y sumergidas. Sobrevolándonos a nosotros mismos en otras ocasiones. Cada segundo con E. Aquello de Félix Grande me viene a la memoria: "en el amor no existe lo verdadero sin lo irreparable". Revelar lo oculto. Rebelarse ante la ocultación. Sí, eres tú. Sí, soy yo. Así de claro lo tenemos.
11. La especia de E & H. Las imágenes de E. Sus pasadizos ocultos. Las coincidencias, más allá de lo físico. Lo que no tengo que decir. Aprender a callar. La madura adolescencia. Su perdón. La muerte de la culpa.
12. Un atardecer en Estambul. Leyendo a Juan Bonilla con R., bebiendo zumo de naranja y té. Con R. entre los maniquíes. Oran Pahmuk.
13. Ya sin miedo. Los días brillan aun en lo gris. Las fiestas. Las pérdidas. Los renacimientos. El calor de las manos. La sanación y la intuición. Las señales por todos lados, como las piedrecitas blancas de Hansel y Gretel.
14. Modern Times en casa de E. 60 tardes en casa de E.
15. La luz de Asillah. El azul de Amendis. La risa de E. La complicidad de J.
16. Un ángel dorado y femenino en el cementerio de Estocolmo. T. y su melancolía. Ch. y yo y nuestro estupor. Tan cerca y tan lejos. Tan lejos y tan cerca.
17. A. le dice a su amiga A.: "Neni, este cucurucho lo quiero pa mí solita, ¿vale?". A. sale de una película de Almodóvar. Pero es de carne y hueso. Sombrero, señora.
18. Series que he estado viendo desde mi mula y los packs: House, Lost, Heroes (bueno, con reservas), Californication, Big Love, Shark... Siempre hay que volver a Six feet under.
19. Inland Empire, de David Lynch. Sin compañía y con las luces apagadas. Otro miedo.
20. Hotel Oran. F me mira un instante a los ojos. Sonríe. Una mirada por trescientas mías. Su hombre me amenazará luego, arrugando mi postal y enseñándome el anillo. F más tarde traerá un té y volverá a sonreir, dando las gracias por haberle mirado así. "Thank you for some of the best days of my life".
21. Volver a leer poemas en voz alta.
22. Volver a escribirlos en voz baja.
23. Volver a hacer fotos... a fotto voce. Como dibujar, pero más rápido... Seguir inventando sin parar. Y han regresado amigos del pasado.
24. Nace el hijo de A. y E. Se llama Darío, como mi primer amiguito en un colegio. A y E lo pasan muy mal en los meses anteriores. Fuerza y recompensa.
25. Crece y sonríe el hijo de V y Y. Se llama Héctor. Como yo.
26. Las primeras canciones de Duende. Su primer sexo. Su primera novia. Ya somos igual de bajitos: igual de altos para él.
27. La lagarta, la araña, la gata encerrada, el sentadito en la escalera y la ginebra a palo seco. Esperando los sueños. Todo blogueado. Lupe acabará siendo premio Primavera o Nadal en poco tiempo. Una noche con ella, con Duende con J & B, en casa de E. Restitución y cercanía.
28. Con J. y E., en Nerja. J. me recomienda un libro de Martin Amis y otro de Adam Philips: Huir del cliché y Monogamia. Nos emborrachamos dignamente. El privilegio de que a quien admires se dirija a ti con cariño y respeto.
29. Echando de menos a R cada vez que juego al Jewel Quest. ¿? Ganas de hablar con él. Veo a P y me saluda. Hablo con ella. Va sanando.
30. Las conversaciones sobre mujeres con C. Cuando salimos a bailar y todos creen que somos novios o hermanos. Su amistad, inteligencia y chulería. Ir a comprar ropa juntos. Primo.
31. Los viejos amigos que se van encontrando. Los poetas y los artistas entierran sus hachas y encienden sus pipas. En el horizonte, ser E y yo quienes pongamos casita a toda esa necesidad de familia construida. Qué buena sombra tiene esto, niña...
32. JB. cuenta la historia de su hija L en una cena, con D (MA), J y conmigo. JB cuando cuenta sus historias no tiene rival. Tardes con C y noches en casa de ella y JB. Mis piques con L y P.
33. Punset nos lleva de la felicidad al amor sin abandonar nunca las preguntas. El Madrid nos lleva al estupor, la taquicardia y a la fuente de mi pueblo con J y N. El europeo de basket.
34. Las vi, las presté y aún las recuerdo: Vivir rodando, Mondovino, Ratatouille, La niebla entre las palmeras, Tú, yo y todos los demás; Little miss sunshine; La ciencia del sueño, La vida de los otros; Caché, Shadows, Faces, Scoop, Borat, Primavera en un lugar pequeño, Fur, El manuscrito encontrado en Zaragoza, Babel, The good shepard, Shortbus, Historia del Blues, Crossing the bridge, I'm your man... Ah, el documental de la gran Martha Zein, Feliz vida loca. ¿Y las canciones? Uffff. Un monográfico. ¿Otro día, vale?
35. Los Tweenies y los Trwinies. La terraza de E y sus delicias en el paladar y los sentidos. El sitio donde nos curamos las heriditas y nos enseñamos caminos... (En casa de E sus textos y fotos. Me conmueve. Suena Alpha Sometime later en esa noche en la que estabas tan guapa. Más todavía que siempre).
36. La cena en el café de París con M&M durante el festival de cine. ¡Me lo habéis prometido: este año repetimos!
37. Cantar, bailar, reír, hablar, acariciar, amar, morder, lamer, comer, sentir, leer, reconocer, llorar, pensar, soñar, hacer, construir, inventar. Jugar. Ser.
38. Big Br. y yo firmamos un pacto gusano y empezamos a trabajar juntos. Grandes noches en Málaga y Sevilla. Croonerismo activo en Emily Oh y Pimpi La Florida. Lo que queda por venir...
39. C y yo recuperamos ser amigos. Intentamos arrancar la furgoneta que estaba en el garaje y funcionaba.
40. N sufre. Es difícil ayudarle. Toda la suerte del mundo a N. Toda la fuerza y la serenidad. Aquí estamos.
41. Mi amigo J. Siempre. Haga lo que haga. Callado o con palabras. ¡Me diste hasta un consejo, cebolleto, que te pierdes!
42. Con B y J en el campo. En el frío y en el calor. Cercanos, excepcionales, cómplices. Amigos.
43. Una madrugada nos bañamos todos en la Malagueta. Como críos saltamos desde la plataforma. En ese balcón, otro día, con E.
44. Cuando Duende y yo nos descojonamos y hacemos estupideces. Su risa que suena como una campana. Su boca, que dejará a las chicas derretidas.
45. E. comienza a ocuparlo todo. E. es el punto de destino. Arthur Tress y Cahun. ¿Por qué se parecen tanto nuestras almas?
46. Bailando con N frente a la Fábrica de cemento. Comiendo con él en el Rincón un jurel espetado.
47. Los inicios de Málaga Frita. Las canciones de Caradefuego. Las canciones de Conde. Las de Gastmans. Las de Filetones. Las del Elphomega. Las de Thalia... Acabará siendo. Al tiempo...
48. Con JL y G en Miguelito el Cariñoso. Con Br. y PC en Miguelito el Cariñoso. Las cenas de LMC. Con M., K., B. y los LMC’s el día que R. y yo hicimos juntos La Música contada.
49. Otro regreso: V en mi vida llevándome las legalidades. Salir al campo de batalla sin miedos. El año que se fue Duende, también aprendí cosas. A veces marcharse es estar más cerca. Duende regresa.
50. Con A y P en Granada, en un concierto que ni me enteré. La ternura de A. La energía de P.
51. ¡¡¡Quéfffuerte, qué fffuerte, qué superffffuerte!!! El libro de tu padre y la fiesta de tus ex.
52. JMV. Otra vez. Como nunca. Hablando con él en la Medina y en el Minzhav. Qué cojones tienes, poeta.
53. En el año más regular de mi jardín, el olor de las rosas trepadoras y la fuerza de los coleos.
54. El perfume de canela y naranja que Ch. me regala. El perfume sutil y dulzón de la hoya carnosa de mi terraza. JB me regala una plumaria y yo medito sobre la hierba o agarrado al limonero.
55. Los padres nuestros que tenemos que acostar de una vez. ¿Verdad, amigos? La carta al padre de I.
56. Mi padre revelado. Perdonados y reconocidos sobre la chimenea. El hombre que bailaba. N. me dice "me encanta verte bailar porque aunque eres raro bailas con el alma". La sonrisa de N. Y mi N. que me llama un día estando en el tren, casi 30 años después. Conocía E sobre el lugar en que te conocí a ti. (¡Ese guionista!).
57. ¡El Minzhav! ¡La playa del Hotel Mirage! Tánger entero. Gracias, familia Baraka. Es cierto que ustedes traen fortuna.
58. Mondotaxi, A. y las nueve revelaciones: templo, sumo y cúpula. Las nenis de Charlie. Su sentido del humor.
59. C y S desde el pasado, con amor. Poniendo afecto y las cosas en sus sitio. C diciendo ¡guapo!, como quien anima a un Cristo. Su sonrisa que me ayudó a traerla del pasado.
60. Los poemas de I, de CL, de ME, de A, de P. Punto. La voz de CL. Su novia, A, se parece a mi madre. CL es niña de mis ojos.
61. Sí, soy lesbiano. ¿Y? Me gustan las mujeres. ¿Y?
62. Andy sobre un escenario. Único. Provocador e inteligente. Nos regala a Boris Vian y me hace conocer a ES, su novia. La mismísima ES. Pasa de la pantalla a la vida real. Como una Rosa púrpura del Cairo. Es aún más guapa en la vida real. Aún más real en la vida guapa.
63. La gata negra en la casa de Dönemüregottan. Su ronroneo casi pornográfico.
64. Gracias, Trinidad. Por cuidar todos mis cuerpos y darme norte una vez a la semana
65. Gracias, Susana. Panoramix. Por ser el referente de mis vaivenes y mi salud una vez al mes.
66. Gracias, Guillermo, Antonio, Teresa, Agur, Alfredo, José Luis por dejarme seguir comiendo. Gracias E, vecino, por traer ilusión y ganas y música. Esto acaba de empezar. Gracias otra vez G, por quitarme un poquito la mordaza y darme lugar para las letras.
67. Gracias, S.Psi. Sí, tú. Ojalá seas feliz. Llama un día. Salud, fortuna y cariño a ti, querida M. Algún día no nos hará daño reencontrarnos. No, no encanto serpientes.
68. Gracias, M... Con y sin testigos. Con y sin gafas. Con alias o sin él. Me cincelaste fino. Me encantó volver a verte cercana y cómplice. Me acordaba de toda tu casa. Salud y amor, amiga.
69. Gracias por estar siempre, por haber sido, por sonreír así y regalarme lo que nadie puede imaginar. Por los ovarios que le echas y la fortuna que traes. Por tu alma llena de sol y tus sueños aún por explotar. Por tu honestidad, tu fuerza y tus ganas de vivir. Por tu belleza. Por tus miedos. Por el camino juntos. Por el camino pendiente. Por las complicidades. Por los días grises y dolientes. Por los días luminosos donde reímos como campanas. Por los poemas que no hemos escrito. Por la piel. Por el sexo. Por la ternura. Por la caricia. Por el estremecimiento. Por el deseo. Por el amor. Por la curiosidad. Por la alegría. Por la belleza. Por la risa. Porque no tengas que irte nunca más. Por todo lo porvenir. Por la caída del miedo. Por atrévete y anda. Por inventarnos la vida. Porque no pienso dejar escapar lo que es sin remedio. Porque no dejo de recordar a quien amé, aunque no podamos seguir juntos. Porque no puedo recordarlo todo y ya me gustaría. Por lo que nos despertamos unos a otros. Por ti. Por nosotros. Por vosotros. Por aguantarme.

Felicitación navideña 06


Al acabar el año de Madrina Mandarina de los dragones Rojos
El mismo año que el brote crece y trepa
y encuentra su deseo y no lo entiende
El año que los amantes de cristal se miraron al espejo y supieron del frío
fueron días de ir cerrar puerta a jerarcas y urracas del espíritu
El año que supiste que el amor se pega como un virus
y duele al arrancarse como un corazón vivo
(Que no siempre es contento).
El año de las flores, racimos y semillas y de atender la vida
El año donde robaron las flores de reír y rezar un secreto
El año de las runas, las hadas y las parcas
El año de ir cantando al precipicio mientras el perro muerde
El año de los límites y las constituciones
El año del arcano que no sabes leer
El año que te hiciste reptil y huyó el felino
El año que la madre dejó de robarte el aliento
Y acabó sonriendo en el rostro inocente donde fundaste todo
Y te rompió el cristal y lo llenó de espejos
Y entendiste el cyan, el cadmio y el magenta
El año del enésimo adiós tras para siempre
El año que tirité mucho por las noches y reí como nunca
El año del zahorí emboscado entre los dedos
El año de la fuente de eres tú sin dudarlo.
El año de neptuno azul en las pantallas y venus alada en las espaldas
El año de las mil canciones y la asamblea de yoes
El año donde cerré el puño y acaricié como nunca
El año que me arranqué la piel y encontré otras debajo
El año donde los camaradas quisieron abrazarte.
El año donde las dudas se hicieron inquilinas.
El año que leí cábala y me explotó el conjuro.
El año que se acaba y no sé qué decirle.
El año que debo amar por lo encontrado y hecho.
El año que debo odiar por matar lo que crece
El año donde el niño te guió de la mano y dijo basta
Un año que terminas sereno y mientras tanto
Los viejos niños miran detrás de la vitrina
Y no saben soñar con gatos de dibujo y brujas escondidas
No hay recompensa alguna. Hay la cosa de estar
Esperando seguir ahí para contarlo
Celebrando estas heridas, las mías. Con orgullo las muestro.
Madrina Mandarina sigue viviendo allá, donde los almirantes y dragones pendientes.
El loco sigue acá, donde a veces hay flores, fuentes y cuentos y canciones.
El loco está callado mientras habla.
El loco dice mucho mientras calla.
Ahora está helando. Ahora se derrite. Ahora el viento sopla.
Ahora mil deseos no se cumplen y un millón se construyen.
Un año de estos ya no tendrás deseos.
Un año de estos entenderás las cosas.
Y volverán las canciones del fuego a sonar en la aldea
Y no serás más que un antiguo relato para niños que miran los cristales.
Y los Dragones Rojos se comerán al miedo.
Y te preguntarás por qué han tardado tanto en volver al principio.

H.M.

“Los escritores, cuando ganan pasta se vuelven de derechas”


Entrevista a Peter Viertel


“El señor Peter les espera fuera”. Avisa una de las chicas que trabajan en el Club de Golf Río Real, una de ésas urbanizaciones de Marbella que quitan el hipo y que no habrías visitado jamás porque tu reino no es de este mundo. Su forma de presentarlo denota que, aunque ella es muy joven, sabe bien que nuestro objetivo es aquí una institución. Y aparece Peter Viertel con jersey de pico azul, camisa amarilla, pantalón vaquero y deportivas Nike. Sus andares y las manchas en el dorso de las manos le delatan algunos años, sin duda, bien aprovechados. Su forma de hablar, su ironía finísima, su decisión revelan que siempre ha hecho lo que ha querido. Dice tan bien los tacos que entran ganas de emborracharse con él.
Bromea en un idioma que no es el suyo. Habla casi siempre en pretérito perfecto, aunque algo haya sucedido hace 60 años, pero advierte cuando sospecha que no ha dicho algo bien. Y siempre acierta. Tiene el carraspeo de un hombre de 87 años de origen alemán y acento yanqui. La editorial cordobesa Berenice acaba de publicar una de sus novelas favoritas en español, Una bicicleta en la playa. Publicada por primera vez hace ya 45 años, la novela, con gran contenido autobiográfico, narra la peripecia amorosa y vital de un adolescente alemán emigrado con su familia a la próspera California norteamericana y que se enfrenta al mundo del amor, el deseo, la política, el mundo del cine, los secretos, los celos, la familia y las convenciones sociales con sonidos bélicos de fondo: el ascenso de Hitler y la Guerra Civil española.
Hablamos, bajo un emparrado de su porche, de los años, del Hollywood dorado donde fue guionista de películas míticas como La reina de África o We Were Strangers (Houston), Sabotaje (Hitchcock), El viejo y el mar (John Sturges), Fiesta (Henry King), o inspiró filmes como El hombre que pudo reinar o Cazador blanco, corazón negro, basado en su propio best seller, que dirigió para el cine Clint Eastwood.
La tarde es hermosa. En algún lugar de su casa, descansa su esposa, Deborah Kerr, una de las mejores y más hermosas actrices de su generación. Dos gatos merodean. Los ojos del señor Peter han visto mil batallas.
P. Así que Una bicicleta en la playa es su novela favorita…
R. Ha sido la que más cerca está de mi corazón. Expresa mejor mis debilidades que mis talentos. Su precio no es muy grande y el placer y la satisfacción que produce leerla es mucho más grande. Es una novela que se defiende sola. Le gusta mucho a la gente.
P. Dicen que la zona de California, donde se sitúa la novela, se parece a Marbella.
R. Sí, Santa Mónica es un lugar muy parecido a Marbella. Sólo que se ha defendido mejor del tiempo y de los ladrillos. Allí no había Incosol ni tantas carreteras.
P. En su novela la Guerra Civil española aparece una y otra vez como un símbolo.
R. En aquella época todos queríamos combatir en España por un cierto esnobismo. Eso era lo cierto. Además fue realmente la primera victoria del fascismo, de Hitler.
P. Se habla mucho de la crispación política española actual ¿Después de cuarenta años viviendo aquí ve similitudes con aquel tiempo?
R. Nunca se sabe lo que va a pasar en un país. Eso es difícil que se repita una guerra civil de nuevo. Pero el tono que existe es muy malo y da miedo. Lo que está haciendo el PP es ridículo.
P. ¿Y la política de su país?
R. Cuando mi familia llegó a EEUU ya existía la mezcla. Todos queríamos ser americanos. Es un país cuya fuerza reside en la mezcla. Pero ahora tenemos un presidente que sólo es el favorito de cinco idiotas.
P. ¿Sigue siendo un hombre de izquierdas?
R. Debe ser porque no vendo muchos libros. Los escritores cuando gana pasta se hacen de derechas. Yo creo que es difícil ser escritor y facha al mismo tiempo. Para escribir necesitas los sentidos abiertos. Y si los tienes abiertos, es difícil ser facha.
P. ¿Qué le ha dado Hollywood?
R. El glamour es divertido, pero no me interesa. Lo que me ha dado es dinero para poder escribir novelas. Y una esposa, que es la mejor actriz que haya conocido.
P. ¿Escribir para el cine o escribir novelas?
R. La literatura y la escritura cinematográfica no tienen nada que ver. El cine es mucho más fácil. Eso sí, te da un dominio de la estructura ideal para las novelas. También siempre tuve facilidad para escribir diálogos [su padre fue autor teatral reconocido en Alemania]. Todo lo que aprendí de escribir guiones me lo enseñó Hitchcock en una hora. El gordo tenía que conseguir un script de un argumento. Se vino al cuartucho donde yo trabajaba y en una hora me enseñó cómo va eso de la estructura. Estuvo bien porque eligió mi guión frente al de Dorothy Parker y otra gente.
P. Llama la atención que se haya decidido a aprender el idioma. Muchos compatriotas suyos que viven en la costa no se dignan a hacerlo.
R. Mi español es asqueroso. Como tengo mucha cara lo hablo. Con cara se habla cualquier idioma. Lo aprendí con la gente del toro que conocí por Hemingway. Luis Miguel Dominguín me decía “tú no has aprendido español, te lo has inventado”.
P. Usted se llevaba bien con John Houston, que tenía fama de duro, a pesar de que en su novela Cazador blanco, corazón negro le da bastante cera…
R. En la literatura no hay amistad, hay que escribir lo que uno puede. Cuando la acabé lo primero que hice fue llevársela. Me recibió en un rodaje y lo paró y se leyó la novela en una noche. Le dije que si algo le molestaba, lo cambiaba. Y me respondió que el final era blando y que su personaje no era suficientemente hijo de puta. Y me dio una idea para el final. Era su manera de demostrar que era más duro que yo.
P. Luego la dirigió Clint Eastwood.
R. Para entonces yo era más viejo y calvo. Clint es un director muy serio en sus relaciones con el estudio, todo lo contrario que Houston… Un tipo honrado. Le intenté convencer de que rodara una escena del principio de la novela que yo veía fundamental para la historia. Pero no me hizo caso. Es típico de los directores: quieren que el escritor de la novela esté muy lejos o haya muerto antes.
(P. Una de las mejores películas que guionizó fue La Reina de África. Compartió rodaje con Houston, Bogart, Katherine Hepburn… Ahora se comenta que la relación amorosa entre ella y Spencer Tracy intentaba ocultar la homosexualidad de ambos.
R. Ah, Kate era fantástica. Valiente, guapa para llorar, inteligente, con clase… Eso que dices es una estupidez. Hoy se pretende que todo el que tenga o hay tenido fama sea maricón (sic). Es ridículo. Ella era más fuerte que Spencer, que era muy buen actor y muy divertido, pero mucho más débil. Le sacó del alcohol.)
(P. En su novela, el personaje del adolescente que está basado en usted mismo, le pega en una escena un bofetón a su amante, una mujer casada trece años mayor y se tira gran parte de la novela lamentándolo.
R. Sí. Pegar a una mujer es siempre una equivocación. Aunque sientas que muchas veces se lo merezcan, no puedes hacerlo.)
P. Lo cierto es que más que en la literatura o en el cine, donde usted es un ídolo es en el mundo del surf. Fue el primero en introducirlo en las costas francesas en los 50 y luego en España. Y se conserva usted de lujo.
R. Una de mis pocas virtudes es que nunca he sido autodestructivo. Sí, es cierto. El surf es un deporte muy puro. Bastante místico. Quizás por su sencillez: sólo hace falta el mar, una tabla y la cera para untarla.
P. ¿Y cómo no tiene más fama como escritor?
R. Mi problema ha sido siempre el conflicto entre la vida y el arte. Y he elegido siempre la vida. No he escrito las suficientes novelas. Y no soy ni un autor ‘literario’ ni un autor de best sellers. Me quedo con esa cita de Hemingway cuando decía que había escrito para la gente que mueven los labios cuando leen.

Una bicicleta en la playa

Lo primero: todo un acierto de la editorial Berenice publicar por primera vez en español esta historia de amor en tiempos de guerra en una traducción muy solvente de Carmen Acuña y Marcos Rodríguez. Lo más interesante de Una bicicleta en la playa –de la que su autor confiesa que Garci le tienta para llevarla al cine– es su fluidez y la capacidad para retratar una época -años 30 en los albores de la segunda Guerra Mundial- y las situaciones de desasosiego y desorientación del personaje principal, un adolescente alemán emigrado con su familia a Estados Unidos en su verano del amor mediante el diálogo y la descripción de personajes y escenarios. Novela que se hace amiga mientras te convence de que la dejes hablarte, Una bicicleta describe el conflicto entre el deseo sexual y los anhelos de un chico que se enamora de una mujer casada doce años mayor que él. Partidos de tenis, encuentros sexuales furtivos, starlettes desahogadas, aristócratas europeos venidos a menos, radios que escupen la guerra como una amenaza que ensombrece a los adultos y enaltece las discusiones ideológicas de los jóvenes que ven en las armas un motivo romántico al que acogerse y el conflicto de una familia judeoalemana que ve cómo los chicos jóvenes se sienten valedores de un país que entonces era el colmo de lo moderno mientras Europa se desangraba por todos lados. Una excelente elección para este verano. No hay códigos secretos, curas asesinos ni platillos volantes. Qué alivio.

H.M. (Publicado en Mercurio. 2007).

Confesarse con melodías prestadas


Ficha: Siberia propia. Isabel P. Montalbán. Bartleby ediciones. 72 páginas.

A través de sus memes y citas literarias, Pérez Montalban revela su poética y su tributo a la literatura

Para quien no la conozca, Isabel Pérez Montalbán, Isabelita o Pepunto para amigos, cordobesa afincada en Málaga desde hace años, es una poeta de palabras mayores y una trabajadora impenitente. Es también una persona tan cercana como huidiza. Una mujer que en carne y hueso no parece sino un emisario diplomático de la que aparece en su escritura. Una escritora de altura que, poemario a poemario, ha ido convenciendo a los que se hayan visto atrapados por la capacidad de sobrecoger de sus textos. Una mujer que ha elegido confesarse con el disfraz revelador de la poesía y que en cada libro va saldando cuentas con los seres que la habitan, con su biografía, con su familia y ancestros, con su cultura, con su identidad, con su deseo y sexualidad, con sus emociones, y, ahora, con su propia naturaleza de escritora, de autora. Ahora, decía, con este libro nos muestra su casa: la casa de las palabras de los otros, de todos los escritores que ha ido siendo al ir leyendo y amando a cada cual y que la han convertido en una mujer de palabras, una desconocida que confiesa.
Siberia propia es el título de un libro de cuarenta poemas trufados con centenares de citas de títulos o fragmentos de novelas, relatos, ensayos o poemas de otros tantos autores, clásicos, contemporáneos o actuales de la literatura universal. Citas que luego recoge y ordena al final del libro con minuciosidad académica por orden de aparición y orden alfabético, como si de los actores y técnicos en los créditos de una película se tratase, dándole al poemario una intención de obra colectiva. Porque si empieza con una cita de la Carta de una desconocida de Stefan Zweig –que tan brillantemente llevó al cine Max Ophuls, tan grato a la cinefilia de Isabel- y, realmente, así llama en su interior a todo el poemario, termina en su último verso con una cita al libro de memorias de Neruda, a quien ella tanto reconoce, Confieso que he vivido.
Esta Siberia propia que nos ofrece la poeta es muchas cosas a la vez. Collage, obra colectiva de mano única, acción poética –no hay que desdeñar el conocimiento que posee Isabel del arte contemporáneo- y artefacto confesional. Un libro culto, que nos recuerda a la vez el valor de la tradición en tiempos de desmemoria y suplantación y el hecho de que la posmodernidad ya construyó a una generación que se define por lo que elige y samplea y que usa el símbolo a sabiendas de su valor de cambio en el índice Nikkei de la cosa cooltural.
Es un libro de citas, llaves y confesiones. Un libro que reúne a la Isabel lectora y revisionista, la mujer que hace de sus memes y sus elecciones, su poética y su humilde servidumbre. Siendo todos y todas Isabel va más allá del hecho poético, trasciende el rockcollection y crea una obra nueva. Siberia propia es un arcón mágico que contiene centenares de cajones cerrados, llaves y puertas. Un Alicia en el País de las maravillas que no esconde su intención de megajeroglífico pero que puede leerse como el emocionante relato del amor pretendido y aterido de una mujer. Juguemos a la interpretación: Siberia es lugar abandonado donde el frío reina y donde exiliaban y condenaban al olvido –donde habitaba otro exiliado, Cernuda- a los disidentes comunistas: el libro más emocionante de Isabel para este subjetivo cronista es Cartas de amor de un comunista. Y Siberia es la página en blanco como la vasta tierra -La tierra baldía con la que T.S. Elliot simbolizaba el fracaso amoroso entre un hombre y una mujer- siempre nevada, blanquísima. Siberia es también blanca sábana donde el amor salvífico –otra invención cultural- promete y sucumbe a cada rato. O, en definitiva, es Siberia página en blanco donde me invento o descubro lo que soy. Y allí –en la nieve de los olvidados, en las sábanas donde los amantes conocen la tristeza que sucede a la pequeña muerte, la misma sábana mortaja que te envuelve, en el papel lleno de signos y memorias y testamentos- Isabel pecó queriendo ser otro. Allí es donde Isabel se juntó con diletantes e hijos del gulag sin dejar de amar a los de su amada espalda raída. Ella es su propia página en blanco esperando la mancha que provoca el disparo. ¿Total y qué importa?, acaba preguntándose. Para encontrarse con tu propia mortaja, con tu propia humanidad: uno es siempre los otros.
H.M. (Publicado en Mercurio. 2008)

Una poeta necesaria


Cuánto dura cuanto. María Eloy-García. El Gaviero. 72 páginas.

El nuevo poemario de María Eloy-García la confirma como una poeta dominadora de la ironía y única en su especie

Confieso que escoger para la reseña a María Eloy-García (Málaga, 1972) viene de una afición personal. Glosar para matar como que no le veo mucho interés, salvo que sea a un poderoso rodeado de matones editoriales. Estamos con una poeta flaca pero llena de fibra alimenticia, nacida y vivida en una ciudad de provincias donde, eso sí, siempre se ha escrito, editado, leído en público y organizado mucho alrededor de lo que se considera poesía. María es una rara que se explica muy bien. Poeta porque, como ella dice, un día tomó conciencia de que (al loro, que son ipsum verba): “(Escribo poesía) desde que me di cuenta de que lo que contaba era mentira: o una verdad exageradísima o una mentira con intención de verdad, o una mezcla para que ambas no se delaten”. A María aconsejo verla recitar, porque es un espectáculo y porque es de las pocas que ha entendido que el poeta lector, ya que cobra por leer al público, debe entretenerlo con armas expresivas (salvo que sea uno de tantos infiltrados que tiene la iglesia católica que recitan sus poemas como una epístola de San Pablo). María es buena. Muy buena. Sabe lo que dice y por qué, y se entrena en cómo decirlo.
Cuánto dura cuanto es una colección de instantáneas formales que demuestran dos cosas (bueno, lo mismo demuestran más, pero tampoco me pagan para darles la ecuación del universo): que sin ironía y sentido del humor no merece nada la pena y que ya está bien de dejar a la poesía en el ámbito de lo irreal. Hija de su tiempo, María poetiza sobre cualquier cosa, como una fotógrafa brossiana. No elige lo bello de las enciclopedias del Museo Parnasiano. Sino que se va a los supermercados, a los frigoríficos, a las mirillas de las puertas que importan por quien mira apostada detrás, a las lecciones y datos que saca de documentales, libros y aulas logrando el extraño y lúcido efecto de ver cómo los tropos poéticos iluminan la inteligencia y reduplican las capas de sentido cuando se mezclan palabras frikis y conceptos filosóficos y científicos con el universo de los céfiros esdrújulos y los deseos humanos de entender.
Al cabo, un poeta que escribe no es más que un virguero de las palabras, los ritmos, las insinuaciones y lo metafórico. Básicamente es alguien que mira con láser y escribe con ritmo. Y que logra cierta capacidad de acercarse a lo inefable uniendo mundos de distintas estanterías. Pero lo que ahora abunda es ombliguismo, afectación y falsa modestia. Las excepciones, que las hay, no excusan la enorme plaga de poetas ñoños que infestan los anaqueles. María no lo es. Si quiere recordar un polvo real o soñado en unos folios, acaba hablándonos de la extraña panadera de un hipermercado (el polvo para el que se lo trabaje o sea capaz de imaginarlo). Si quiere definir su contradicción entre lo poético y lo verdadero nos hace un truco de magia al estilo Juan Tamariz. Y acaba recordándonos que la verdad no consiste en unir los puntos de la manera adecuada para que aparezca el dibujo perfecto, el único dibujo. Sólo simplemente en inventar el dibujo y en señalar los puntos.
He llegado hasta aquí sin decir que María ya tiene una obra nutrida publicada en colecciones institucionales, interesantes antologías de raros y raras, plaquettes, voladizos y modestas editoriales que aman a los poetas que se arriesgan. Tiene también dos premios interesantes: el Ateneo de Málaga y el Carmen Conde. Pero tiene sobre todo la capacidad de querer ser poeta a pesar de las trampas, ropajes y sandeces con las que la poesía se ha ido vistiendo gracias al efecto OT que la asola. Una bonita voz no convierte a un cantante en artista. La mayoría de los poetas no son ni útiles ni necesarios salvo para sí mismos. Yo creo que María Eloy si es una poeta necesaria porque desmonta lo poético desde lo poético. Incluye el humor en el éxtasis para quitarse dioses de apoyo en el afán de entender una realidad llena de preguntas. Y convierte al poeta en un artificiero de lo imposible, que se disfraza de profesor de metafísica o neurobiología; de comprador del Carrefour, de filósofo con resaca, de un óptico que fuera capaz de crear lentes para microscopios pero se empeñara en usarlas para calcular longitudes del pene mirando bultos. Una de las grandes cualidades de María es la de sacar petróleo a la inteligencia. A la suya y a la del lector. Y ella, con esa pose Diógenes en la que travestida casi de suma sapientísima, lleva al casting poético thermomixes, charcuteras o prótesis dentales, cuenta su fragilidad recordando que el rey va desnudo. Y que detrás de los ropajes no hay más que artificio para paliar el frío, ansia de entender, angustia. Y que sólo la complicidad en el darse cuenta de lo que no se entiende en absoluto acaba, sino iluminándonos, al menos dándonos el consuelo de intentarlo.
H.M. (Publicado en Mercurio 2007).

La ecuación del apocalipsis


La venganza de la Tierra. James Lovelock. T. de Mar García Puig. Planeta. 250 pgs.

El calentamiento global de la Tierra y sus consecuencias son inevitables. Sólo queda evitar que la extinción de la Humanidad sea un hecho.

Lovelock, James Lovelock, es un hombre sabio, vitalista e inglés. Un hombre que conoce hasta donde le llegan sus capacidades y ama con cada parte de su ser a la Tierra. Tanto que le puso, como hacen los amantes en intimidad, un nombre a su amada: Gaia. Bueno, no se lo puso él sino su viejo amigo nobel de las palabras y señor de las moscas, William Golding. ¿Qué mejor manera de llamar a la Tierra que con el nombre que los griegos la concebían diosa? Porque ¿qué es un dios sino nuestra forma poética de ofrecer tributo a lo que amamos o tememos? Casado con sus dotes de observación, su inventiva trasversal pletórica de eurekas y su inteligencia Lovelock está acostumbrado a liarla por decir lo que ve. Este médico planetario como el gusta llamarse, viene a darnos la mala noticia: mi amada, la que nos ama a todos, tu madre y amante, está muy enferma y eso ya no se puede cambiar. Pero es que si ella se muere, nos morimos todos, como en el amor sucede, porque ella y nosotros no somos más que partes de la misma cosa.
Ésta, llena de datos y metáforas para que los neófitos comprendamos, es la razón poética de La venganza de la Tierra, último libro del gran geofisiólogo británico e inventor de simples pero influyentísimos inventos, como el detector de captura de electrones: un aparatito muy sencillo que ha servido para captar en cualquier lugar del planeta los rastros de pesticidas: los agujeros en la capa de ozono, los aerosoles con CFC´s y demás conceptos ecologistas le deben a Lovelock su ingenio. Lovelock comenzó a cabrear a la comunidad científica y a los mismos ecologistas a los que dio alas –los científicos no son diferentes al resto de los humanos: suelen mosquearse cuando alguien viene con algo que pone en cuestión su trabajo y estatus; ya le pasó a Galileo, Darwin y tantos otros- hace ya más de 30 años con la teoría de Gaia, según la cual, y por resumir mucho, la tierra es un sistema vivo, múltiple e interconectado que se autorregula siempre para permitir las condiciones de vida. Y si algo dentro de sí lo altera, al igual que nosotros hacemos con la fiebre para acabar con microbios y demás patógenos, pues hace lo imposible para lograr que esas condiciones se mantengan. Y si hay que cortarse un brazo para evitar la gangrena, pues se corta. Pues sucede, y eso no debe resultarle a nadie novedad, que a este escenario en el que vivimos –unos más que otros, naturalmente- se le está calentando –lo estamos calentando los humanos- a unos niveles en los que la vida no es soportable. Y, aunque Gaia tiene un corazón enorme, no puede perdonar ni mirar para otro lado. Y mira que avisa. Y mira que los antiguos hombres se daban cuenta: si la tierra se enfada, tifón o terremoto. Está claro que con rezos no se para un huracán. Pero la civilización ha pasado de la ingenuidad simbólica a la estupidez narcisista.
Estoy hablando de los ecos de un libro que debe leerse y si es posible hacerlo junto a libros anteriores como Las edades de Gaia y Homenaje a Gaia, mejor. Porque encontraremos datos y razonamientos que nos podrán desasosegar, aunque estén expuestos con una serenidad e ironía de maestro zen. Ya es hora que admitamos que no somos el centro del universo. Somos una especie más, impresionante, sí, que según Lovelock somos el sistema nervioso y la mente de Gaia. Pero mientras nos miramos en el espejito con intención de Dorian Gray nos estamos cargando lo que más amamos o deberíamos amar. Las ideas básicas del libro, ya las conocen: todos los poetas y visionarios las han visto muchos veces. Debido al calentamiento global, que ya no tienen marcha atrás, a Humanidad debe enfrentarse a su reducción de la población a un 10% de la actual, a que sólo pueda sobrevivirse en regiones cercanas al Ártico y para que la catástrofe no vaya a más, la única energía utilizable es la nuclear. Está claro: los hombres han olvidado muchas cosas en todo este maravilloso camino de la evolución. Pero no somos los más poderosos. Por más que nos pese, nuestra madre, nuestra amante, debe darnos un castigo ejemplar. La vida está por encima de nosotros. Para eso sirve la muerte. Empeñarse en lo contrario es una chiquillería. La eternidad está más allá de la conciencia.
H.M. (Publicado en la revista Mercurio 2008)

Ni modernos ni todo lo contrario


Los antimodernos. Antoine Compagnon. T. de Manuel Arranz. El acantilado. 256 pgs.

Una revisión del concepto de lo moderno en la literatura y pensamiento francés de la mano de uno de los teóricos galos más importantes del momento

Tras sus ensayos sobre Proust, Baudelaire o el libro Cinco paradojas de la modernidad, citado con frecuencia durante los 90, el filósofo, ensayista y catedrático de literatura francés –de la Sorbona y de la Columbia University de Nueva Cork, ojo, pata negra– Antoine Compagnon publicó en Francia hace un par de años este Los antimodernos, una especie de revisión cultérrima y exquisitamente chauvinista del concepto de modernidad en la literatura y pensamiento franceses y de las relaciones entre tradición e innovación en la cultura gala. Como buen brillante cátedro, Compagnon –que acaba de ser incluido entre los 30 filósofos franceses más influyentes del momento– sustenta con toda clase de figuras retóricas, citas y notas bene este ensayo que ya viene traducido a España con un premio Nacional de Ensayo francés en la solapa. La tesis es ingeniosa y esconde un viejo axioma: nada o nadie es más algo que aquél o aquello que pretende negarlo con vehemencia, puesto que quien niega asume dentro de sí lo que rechaza. En paladino: viva la paradoja. ¿Y de qué habla Los antimodernos? Pues de cómo la literatura francesa, con su capacidad de creerse, negarse, promocionarse y analizarse paralelamente a la vez que se escribe, es capaz de inventar una etiqueta para definirse y poder revisarla una y otra vez a fin de mantener su vigencia.
Irreductibles y admirados galos: hacen bien en defender lo suyo. Luego, desde la vecina España les miramos aviesos cuando recogen los frutos que ellos se guisan y ellos se comen no sin antes inventar toda una paleta de adjetivos y conceptos que definan los mil sabores que guarda un croissant, a partir de ahora croasán. Así logran convertirse en poetas del tiempo/ fabricantes de eslóganes que nacen con vocación de epitafio romano. Significan y teatralizan lo inefable. Eso, como se dice en Jerez, es tener muchísimo arte.
“Los antimodernos son los modernos en libertad”, dice el autor. Como buen docente, hace taxonomía y despliega citas y referencias para demostrar que no se inventa nada sino que tira de conceptos que vienen desde la revolución francesa. Y le sirve la cosa para seguir adorando a los imprescindibles padres y divulgadores de la modernidad antimoderna, Baudelaire, Balzac, Proust o Chateaubriand e ir sumando al mismo nivel a escritores menos leídos fuera de Francia como Barbey d´Aurevilly, De Maestre o La Mennais, para provocar la necesidad –tan ¿antimoderna?– de conocer la obra de tanto maestro oculto y así paliar semejante ignorancia, tan papanatas, tan subrayada por ese estilo tan francés de repintar el universo y reservarse el descubrimiento de los mejores quásares, perdón croasanes. Y es que Compagnon de tanto usar la antimetábola, el oxímoron, el quiasmo, la hipálage y la paradoja, nos deja con dolor mandíbula (vale, será la primavera). Recordemos esa regla inmutable: sin consenso no hay metáfora sino sumo artificio. Hermoso, sí, que Compagnon es un escritor de inmensas habilidades retóricas, heredadas de los Barthes, Derrida, Deleuze, Foucault o Baudrillard.
Pero para que no se vayan con la sensación de que hemos hecho un mimético ejercicio de acompagnamiento les dejamos un breve resumen de las características de los antimodernos: son contrarrevolucionarios, anti-Ilustrados, pesimistas, sufren escribiendo, son románticos por mera nostalgia, tienen conciencia del pecado original, cultivan el vituperio, participan de lo sublime y son reaccionarios con encanto (ay, qué solita que se está quedando la euroizquierda). En fin, que no tienen 15 años.

H.M. (Publicado en la revista Mercurio 2007)

El pensador atlántico


Pensar. Vergílio Ferreira. T. de Isabel Soler El acantilado. 334 páginas.

Un libro necesario y hondo, testamento de uno de los escritores más grandes en lengua portuguesa del siglo XX

“Una lengua es el lugar desde el que se ve el Mundo, donde se trazan los límites de nuestro pensar y sentir. Desde mi lengua se ve el mar”. Lo dice, lo escribe, porque escribe diciendo, Vergílio Ferreira (1916-1996). Antes de lanzarme a Pensar, busco al hombre que dice algo así. Quiero saber cómo figuraba este hombre que murió en Lisboa y fue abandonado por sus padres, emigrantes, cuando niño. Que se licenció en clásicas y fue profesor de instituto; que escribió novelas, ensayos y poemas; que fue ganando premios y respeto a lo largo de su vida hasta hacerse con el equivalente al Cervantes en lengua portuguesa, el Camoes (1992) y que pensó al paso del mundo que iba viviendo. Lo encuentro fotografiado entre alumnos el año de su jubilación. Ahí está, charlando con ellos, sentado entre los pupitres. El gesto del poeta, impecablemente trajeado, no muestra asomo de vanidad. Contrasta con el de los jóvenes que le miran entre sonrisas con arrobo y atención. Parece un actor de carácter de películas de Jules Dassin. Ah, amaba lo francés. Quizás por eso tradujo a Camus, a Sartre, a Saint-Exupèry y se planteó existencialista. Pero sin náusea. “Porque toda la verdad del hombre se encuentra en su invisibilidad o en la ignorancia de sí mismo. Y la verdad se conoce cuando se descubre y no cuando se impone […] porque la verdad es lenta, y una vida es rápida”.
Ya estamos en Pensar, título casi testamental de este escritor grande de verdad, traducido por Isabel Soler para la editorial El Acantilado, dirigida con tanto criterio por Jaume Vallcorba que parece mentira. Pensar es un libro-lazarillo, un libro hondo y necesario. Un diario de microensayos, de reflexiones a vuelapluma, donde el fútbol, la música barroca o el follar (sic) se cruzan con Marx, las paradojas de la lógica o la eternidad. Pensar es necesario por su esencialidad y precisión en un momento donde las consignas y los eslóganes publicitarios suplantan a las reflexiones. Ferreira obra con la modestia oriental de un maestro zen abarcando las preguntas eternas en fragmentos de diario y mostrando decenas de vías por las cuáles el pensamiento humano logra convertirse en iluminación: epigramas, koans, poemas, relatos, paradojas, anécdotas y ‘poesofía’. No se impone desde el “o estás conmigo o estás contra mí”. Es un libro compañero, pleno de ironía, sinceridad y melancolía que te invita al deleite sin excluirte como lector activo. Donde el hombre que se pregunta y aconseja es el mismo Ferreira pensante que se dirige al Ferreira anciano, mostrándole que, más allá de los temores humanos, dios es nuestra creación, que todos los seres humanos participamos de la misma humanidad, que ya podrá venir la muerte algún día y que ésa es nuestra única certeza. Y mientras él piensa, te abraza, y te enseña, como un viejo socrático, que tuya también es esa magnífica herramienta del pensar. He aquí uno de estos escasos libros.
Su lectura resulta transformadora. La poesía que lo inunda es la precisión lógica de un metafísico hecho de melancolía, construido desde su idioma. Un libro para gozo de lectores que buscan libros que les saquen de la esfera del ‘dejà vú’ y de la autoayuda disfrazada de filosofía. Piensa, piensa tú conmigo, parece decir este testamento de un sabio que escribía sabiendo que una lengua donde se oye el mar vastísimo ya convoca esas verdades que conocemos, aunque no caigamos en ellas hasta que son dichas tal y como anidan en nosotros. Un libro para ser salvado de cualquier quema. Un libro que se explica por sí mismo. Qué envidia de esos alumnos de la fotografía.

H.M. (Publicado en la revista Mercurio 2007)

El rostro


Esta noche he vuelto a soñar con encapuchados. ¿Quién está detrás? Como los cuadros de Magritte donde los amantes tienen cubiertos los rostros con un sudario que es casi la máscara esencial. Como aquella obra de teatro que se llamaba Laetius. Como la noche donde María se cubrió el rostro con un jersey mientras desnudaba su cintura y abría los labios de su sexo. Como el preso del Rico. Como el encapuchado. Como los superhéroes.
Quién está detrás.
Un crío rápido y nervioso lee durante el recreo libritos antiguos. Los ha traído de casa de su abuela. Son novelas populares de detectives de los años 40. Pistolas, enigmas, crímenes, muertes, pasión, secretos, misterio. Mujeres rubias. Hombres con sombrero y pistola. Hombres y mujeres con identidad secreta. Hombres y mujeres que se enamoran de la identidad enmascarada y conviven con la identidad secreta sin reparar en ello. Héroe que nace cuando se oculta. Un crío listo y nervioso devora esos libros en la esquina de una terraza al caer la tarde durante el recreo de su clase de párvulos. Es el único de su clase que lee. Lee muy bien. Como si tuviese tres años más. No puede compartir eso con nadie. Lee los títulos de esos libros. Perlas y sangre. La muerte talla. El Palacio de las sombras. Los documentos del fiscal. Está cayendo la tarde. Y oye tras de sí las risas de sus amiguitos. A veces juega con ellos como el más alegre. Otras, se resguarda melancólico y solitario en las esquinas. Siente una presencia en la espalda. Una niña de su clase le pregunta “¿qué estás leyendo?”. Y, de repente, un calor nunca sentido, como una montaña de abrazo mágico, le envuelve y le une a esa presencia dulce de su espalda. No se atreve a mirar. No quiere que eso acabe nunca. No quiere que sea un sueño. Ella espera. El contesta. “El Encapuchado. Está enamorado de La Antorcha. No saben que se conocen”. Los segundos son eternos. Él no se da la vuelta. Es de su clase. Pero está ahí por primera vez. No puede mirar al rostro de esa niña que trae el calor más dulce del mundo. No quiere romper el hechizo. Ella se marcha. “Vale. Adiós”. Como siempre, sentirá que no hizo lo que debía. ¿Debió volverse? ¿Debió invitarla a sentarse? ¿Debió cogerle la mano? ¿Cómo a aquél ángel? ¿Quién era él? Una niña se había acercado al bicho raro. Y ese calor no lo olvidará nunca. Buscará siempre ese calor de nuevo. Están unidos pero no lo saben. Pueden hacerse bien y no saben cómo.
Con los años se dirá y sentenciará:

“Una vez más, estás proyectando”.

Luego llegaron los rostros que aparecían en la cocina. Alguien estaba proyectando de nuevo. Esta vez no era él. El mundo estaba lleno de bichos raros que no sabían comunicarse entre ellos.
H.M. (Para Es.)

Rutas, atajos y justificaciones


Los textos que constituyen este volumen son una selección de los 67 textos publicados en el diario Sur de Málaga entre febrero de 1994 y diciembre de 1995 bajo el epígrafe de Rutas Urbanas, dentro del suplemento de Fin de Semana que entonces sacaba los sábados el periódico. Son poco más de la mitad de los publicados entonces. Han sido seleccionados por Javier Labeira y por mí mismo en función de gustos personales y espacio disponible. A aquellos textos les he añadido otros tres escritos para una exposición sobre Málaga, cuya temática -la memoria, el tiempo, el olvido y la ciudad-, era más o menos coincidente. Hace unos nueve años que, a instancias de Manuel Corrales, arqueólogo provincial de la Junta de Andalucía y de Alfredo Rubio, maestro necesario de vocación, profesor de geografía urbana de la Universidad de Málaga y miembro fundador del grupo Rizoma, me incorporé al equipo que levantó aquella exposición de la que salí satisfecho y decepcionado por motivos bien diferentes. Se llamó Málaga: Fragmentos de una travesía y se expuso entre las murallas nazaríes del aparcamiento subterráneo de la Plaza de la Marina. Mi aval para incorporarme al equipo que ideó y diseñó esa exposición fueron precisamente las Rutas Urbanas. Recuerdo que fue Alfredo Rubio, durante un desayuno en Anglada, quien me enseñó que esas rutas que publicaba en Sur se enmarcaban en una tradición, la de las derivas urbanas, una práctica habitual del situacionismo. Hay un texto más, publicado en Diario 16, el primer periódico donde escribí, que incluyo por razones sentimentales. Novio de la muerte fue el primer texto escrito en periódicos del que tuve constancia que gustó a gente que a mí me importaba. Y al cabo, ese texto habla de lo mismo que el resto: la ciudad como escenario y como protagonista de un teatro de muertes, olvidos, nacimientos, remembranzas y transformaciones.
Por último, incluyo una breve selección de seis artículos de opinión publicados en El País Andalucía entre los años 1997 y 1999 bajo la sección De Pasada. En estos casos se trata de visiones sarcásticas del momento político, del presente de entonces. Quizás en las Pasadas fue donde más afilé mi fama de lengua afilada. Recuerdo que repartía estopa y melancolía como en un café mitad. Seguramente a muchos políticos de entonces les hubiera gustado verme colgado de un pino tras leer alguna de mis coñas. Bueno, no oculto que mi sentido del humor es fundamentalmente sarcástico, sobre todo con los que ostentan algún tipo de poder, pero es también cierto que yo siempre intentaba diferenciar un (creo) amable y correcto trato personal junto con aquella para muchos malévola crítica que hacía de ellos como personajes del teatrillo público. Pero todo eso se difumina también en el tiempo. De alguna manera, al igual que las ciudades se transforman y cambian y se pierden, también sus actores acaban sepultados en el olvido. Ellos son también fragmentos perdidos de la ciudad.

Definitivamente, este libro es una versión reducida del libro que quise en su día publicar, con todas aquellas Rutas Urbanas al completo acompañadas de las fotografías que en su día ilustraban estos artículos. Así que han sido publicados cuando ya no pensaba publicarlos. Cuando ya no escribo en Sur, ni en El País, ni en ningún otro periódico. Cuando no siento necesidad ninguna de verlos publicados. Pero también cuando creo saber que, de alguna manera, si alguna vez vuelvo a escribir de manera regular o profesional, no podría hacerlo hasta ver publicados estos textos en libro. Así que este libro es a la vez colofón y quién sabe si principio de algo.

Este libro habla de la ciudad donde he vivido más tiempo. La ciudad de mi infancia y adolescencia, de parte mi juventud y de mi vida adulta. Habla de una manera de acercarme a ella durante un tiempo. No digo mi Málaga porque la pobre ya tiene demasiados dueños y eso de mi Málaga me suena a copla de tercera y a juegos florales ranciocostumbristas. En realidad son textos surgidos de una relación de noviazgo y pasión que tuve con la ciudad. Eran años en los que me excitaba publicar en los periódicos y aprovechar que me dejaran espacio para escribir mis paridas, circunstancia que duró como 14 años y que aún hoy considero como un privilegio bastante increíble. Eran años en los que salía a sus calles para estar con ella; para descubrirle matices desconocidos; para reinventármela e imaginármela mientras la pisaba; para enamorarme de sus carencias y secretos; para reírme de su humor soterrado y socarrón de estar de vuelta de tantas vueltas. Para dolerme de sus heridas como al amante le duelen los arañazos en la piel de la persona amada o le indignan hasta la ira los desplantes que otros le hagan. Para dejar constancia de las palabras que se dicen entre las palabras que se escriben y, escuchar la voz, el acento y el timbre de los ciudadanos como complemento de realidad y recurso humorístico entre tanta trascendencia elegíaca. Para ponerme cursi, cínico, pamplina, macarra, apasionado, elegíaco, tremendo, vacuo, puñetero o lírico según los casos. Para dejarme llevar por la nostalgia futura que, creo que era Borges quien decía que era la forma más pura de nostalgia, ésa que vislumbra que el momento presente pasará inmediatamente y será sepultado por otro: para añorar lo que estás viviendo: presente, pasado y futuro serán pasado necesariamente.

Vistos con el tiempo, estos textos son la crónica de un amor, del amor de un adulto treintañero que acababa de tener su primer y único hijo y aún luchaba con entusiasmo para merecerlo, alimentarlo y celebrarlo. Vistos hoy, estos textos sufren el mismo mal que todas las palabras de amor sufren al pasar el tiempo, cuando la persona o el objeto que nos provocaba la pasión ya se percibe de manera diferente. Muchas veces me parecen exagerados. Pero es que lo que hay es lo que hay y yo soy una persona apasionada, ciclotímica y exagerada. Siempre he pensado que los poemas de amor sólo deben publicarse para que otros que sufren o disfrutan de emociones semejantes sepan que lo suyo tiene remedio. Que no están solos en semejante desborde emocional. Que todo pasa, vamos. Y todo queda, en fin.

Tengo un amigo artista de alma melancólica que vive en el centro de Málaga y retrata sus ruinas, la operación abierta de sus calles que ya no duelen a nadie porque por nadie están habitadas. Él sigue ahí viviendo y dejando constancia. A mí me gustan las ruinas de mi ciudad porque es lo único que me deja espacio para imaginar qué pasó y hacerme preguntas. Como a mucha gente cuando se le pregunta, me duele ver también esa ciudad con las vísceras fuera como un cadáver a punto de embalsamarse, convertidas sus casas en solares sin que nadie reclame el cuerpo de la escombrera. Me desasosiega, como a tantos, comprobar que la ciudad no ya de mi infancia sino de hace apenas diez años va desapareciendo. Que de aquella ciudad de solaz y algodón de azúcar va quedando muy poco. Es ya difícil paseare por Málaga si no es en coche y yo, por suerte, no conduzco. Pero es que ése es el destino de esta ciudad. Esta ciudad no es Venecia ni Toledo. El metro será, seguro, dentro de muchos años un lugar innecesario y abandonado, fuente de melancolía para otros. Eso mismo ha pasado siempre en Málaga a lo largo de los siglos. Estamos en el siglo de lo inmediato. Bienvenidos al futuro. Es hoy mismo.

Yo me he ido, como tantos malagueños, lejos de estas calles históricas y especuladas de su centro, también buscando una memoria más definitiva y amable. No hay nada de Aleixandre en ellas como nada o muy poco había cuando el alcalde Aparicio lo citaba como coartada. Los políticos y las empresas siempre nos dejarán un slogan lejano y vacío de los restos manipulados de un poeta que intentó captar un instante sublime de su memoria para así detenerlo e invocarlo. Me dice Javier, mi amigo Labeira, y lo deja dicho y escrito aquí mismo, que, al cabo, siempre quedan los textos. Pero eso son palabras de filólogo y además amigo. Los textos también se pierden y se repiten. Se olvidan y se fragmentan. Para alguien que acostumbró su vanidad al ejercicio diario de la prensa después de haber escrito poemas, diálogos de películas, obritas de teatro o sueños al alba encriptados, la escritura ya ha perdido el peso mítico que tuvo en su día. La escritura, en mi caso, ha pasado ya por demasiadas estaciones: amiga, amante, medio de vida, compañera, droga, engaño, salvación, hastío, espejo, trabajo, luz, pantano y tantas cosas del querer y el odiar. Al final no ha sido más que la insistencia amable de Javier llena de un no se qué de justicia poética y de círculo que se cierra que sólo él y yo entendemos, la que ha logrado que acabe publicando estos textos. Realmente, ya cumplieron su función hace tiempo. Lo que puedan hacer a partir de ahora a mí se me escapa.

Publicar un libro cuando no se sabe si se quiere seguir escribiendo tiene algo de paradoja. Mucho de juego. Tanto de verlas venir, como casi siempre. Yo ya me impliqué en este libro como libro hace tiempo. Pero nunca me convenció del todo la necesidad de dejar constancia. No es fácil publicar algo porque en el fondo quieres que se lea y sabes lo difícil que tiene la gente leer libros en este momento. Yo veo que se compran muchos pero veo a pocas personas con ellos por las calles, en las plazas o en los parques, en las playas. Móviles sí veo muchos. Yo entonces no tenía móvil y hoy estoy perdiendo el oído gracias a él. Yo mismo, leo menos libros que antes y más páginas de Internet que nunca. Además, debo reconocer que el periódico tiene la ventaja de que sales acompañado y con modestos cuerpos de letra. Tuve asimismo la suerte de librarme de escribir con la fotillo al lado. De hecho, he escrito muchas veces con seudónimo en los diarios. Sí, el periódico es más llevadero. No es eso de los libros en los que si no te gusta lo que dice el autor te jodes y lo regalas. Un libro siempre da pena tirarlo. El periódico, no. Y siempre suele haber algo dentro que te interese. El número de los ciegos, el chiste de Maitena o la crónica de la victoria de tu equipo. Y si no, el papel de periódico es estupendo para limpiar cristales y hacerle pelotitas a tu gato. Para publicar un libro hay que tenerlo muy claro. O sabes mucho, o escribes muy bien o lo haces de algo que a mucha gente le interesa. Bajo esa perspectiva, este libro no debería haberse publicado: ni sé mucho de nada, ni escribo como Justo Navarro o Juanjo Millás, ni creo que mis paseos de hace diez años por una ciudad de la que tanto se pasa interesen a mucha gente. Así que ya llevamos dos: publico un libro que no debía publicarse en buena lógica, lo hago encima de la manera en la que siempre creí que no debía publicarse (con sus fotos) y en un momento en el que no sé si voy a seguir escribiendo de ahora en adelante. Pues vaya plan, ya ven.

Uno es lo que hace en cada momento. Y yo ahora no escribo apenas. No tengo lectores. Pero si los tuviera, posiblemente no sabría qué decirles. Que miren alrededor y sean ellos el próximo escritor. El próximo ciudadano. Siempre pensé que le debía algo a esta ciudad porque la ciudad me había construido. Esa ciudad de interiores y exteriores que uno construye a lo largo de su vida. Estos textos y otros que descansan en las hemerotecas o en el disco duro de mis ordenadores fueron una forma de ganarme la vida y de aprender varias cosas entretanto. Es lo que hay.

Los periodistas, los editores de periódicos y sus actores, los que escriben la función, los extras, las estrellas invitadas, hacen cada día un teatrillo donde disponen la realidad y nos la presentan convenientemente titulada, fotografiada, despiezada y comentada. Casi como esos alimentos plastificados que sólo tienen del alimento su apariencia y varios saborizantes con nombre de plaza de aparcamiento. Pero, claro, para hacer eso hay que hablar de lo que hablan los periódicos y de la manera que lo hacen la mayoría de los periodistas. La vida de las ciudades es otra cosa. Y la de sus ciudadanos. Hoy hay mejores periodistas capacitados para seguir mirando que antes. Al menos quiero creer que hay más. Y los hay que escriben ahora mismo sobre lo mismo que escribíamos otros entonces. Ver, por ejemplo, a una chica que no tengo el gusto de conocer como Berta González de la Vega, escribir a diario sobre la ciudad en un tono que me resulta familiar, corrobora lo que digo: los de ahora lo hacen mucho mejor. Por si fuera poco, siguen algunos de entonces aún haciéndolo muy bien cada día. Y pienso en Álvaro García, en El Mundo, el columnista que más y mejor ha dedicado su pluma a esta ciudad en los últimos años. Claro que algunos de nosotros, los de entonces, como decía Neruda, ya no somos los mismos. Y ya no somos necesarios, supongo. Como ya no es necesario el neón de Philips de la Plaza de la Constitución porque no hubo nadie a ambos lados de una papeleta de voto cuyo deseo coincidiera con su permanencia. Aquí, en esta ciudad, las estatuas cambian de lugar, las antiguas fábricas desaparecen y se hacen museos donde la esencia de la ciudad, su luz, su humedad escondida y su taberna mágica han desaparecido. Ahora les toca a otros poner palabras para que olvido no vaya tan deprisa.

Las Rutas Urbanas aparecieron, ya dije, en el suplemento de Fin de Semana del diario Sur, sobre los microcuentos de mi compadre y amigo el escritor José Antonio Garriga Vela, Jose o Garri para los amigos entre cuya legión me encuentro. Con los cintillos de nuestras secciones y nuestros textos sobre la ficción y la realidad construimos una especie de pasadizo vial subterráneo donde el caminar y la mirada oblicua se imponían como único equipaje de sus autores. Cruce de vías se llamaban los cuentos impagables (los pagaban mal, como mis rutas, para qué vamos a mentir, que así está el gramo de letra en los periódicos salvo casos excepcionales) de Jose y Rutas urbanas mis crónicas de paseo. Siempre iban éstas últimas acompañadas de una fotografía, acentuando el lenguaje de un periódico, que servía al espectador para hacerle más claro el referente de una escritura no demasiado explícita y permitirme así hacerla menos explícita. Esa ha sido, ya dije, una de las razones que explican mis reticencias a la hora de publicar estos textos. Creo que deberían ir siempre con sus fotografías porque así fueron concebidos. Pero no han faltado amigos que me intentan convencer (me quieren, no hay duda) de que los textos se sostienen por sí mismos. No insistiré más en este punto. Ya he aceptado la invitación de Javier la Beira, antiguo amigo de épocas adolescentes y juveniles y también compañero mío en el primer periódico donde escribí, Diario 16. Y no quisiera parecer como esas madres que cuando ponen el estofado en la mesa se tiran todo el rato explicando que no les ha salido como otras veces cuando siempre dicen lo mismo. Es momento pues de callar sobre lo posible, pues no pocas veces la imaginación y el convencimiento de lo que debería ser y es inalcanzable acaba segando la posibilidad de hacer cosa alguna.

Debo agradecerle al periodismo que durante casi quince años me obligase a escribir bajo sus urgencias. Quizá sin esa presión, a veces absurda y egocéntrica (todos los periodistas acaban creyéndose que lo que hacen es muy importante, aunque no importe un pimiento), yo no me hubiese decidido nunca a hacer estos textos. No es que valgan nada, sólo que a mí me enseñaron a mirar debajo y detrás de esas urgencias, de los hechos noticiables. Cuando las urgencias del periodismo dejaron de excitarme, fui comprobando (qué ingenuo era entonces) que las palabras son sólo eso, palabras. Y acabé admitiendo que ni mi mirada -a veces melancólica, a veces cómica, a veces cínica y casi siempre caprichosa, ni tan siquiera el amparo de la mancheta del diario más poderoso e influyente de la ciudad iban a lograr que se quedase para siempre sobre Espejo Hermanos el neón de Philips, o que al mapa del Colegio de Martiricos le declarasen BIC. O que el gordo de la Victoria cambiase su destino de reliquia sin referente en algunos bares para convertirse en emblema laico de esta ciudad, una ciudad tan entregada al deleite que no es consciente de que a la cerveza se le va la espuma si nadie se la bebe. O que algún día el Cementerio de San Miguel restaurado sirviese para que la gente pasease por sus nichos y tumbas con la confianza de que la piqueta y las pesetas no van a hacer más bingo con su desamparo y abandono.

Diez años después de aquellos textos ya no existen algunas cosas de las que hablo. Vías, solares, olvido y nuevas arquitecturas han ocupado esos lugares. Pero lo que más echo de menos era esa calma de paseos tranquilos que ya entonces era un antiguo recuerdo y hoy ya suena jurásica del todo. Hoy mi ciudad corre más que nunca. Está llena de solares en construcción y de pisos llave en mano. Está llena de emigrantes que hacen los trabajos que nosotros no queremos y crece, como siempre ha hecho, al margen de su memoria oculta.

Eso entristece, no cabe duda. Pero uno, que ya casi nació echando de menos lo que iba viviendo y tendiendo una obstinada tendencia a que el paso del tiempo me dejase llagas de melancolía, ha llegado al convencimiento de que la ciudad es como es y no hay que darle más vueltas. Que quizá en esa capacidad de pasar página con todo que cada tanto se alivia con una tradición recién instaurada (una vez escribí que Málaga es la ciudad donde sólo hacen falta cinco minutos para que algo se convierta en tradición) para tener menos soliviantada la carencia de memoria, residiera la propia esencia de Málaga. Aquella exposición de Málaga Fragmentos de una travesía, me sirvió para constatar que de nuestro pasado sólo permanecen un azul definitivo y cambiante, un clima raro y benigno bueno para las plantas y los bañistas de sus inventadas playas, un monte donde alguna vez hubo un faro, dos ríos que de cuando en cuando se desbordan y un continuo ir y venir de familias, tribus, civilizaciones y razas que suelen venir de paso y que a veces acaban quedándose atrapados por la capacidad de esta ciudad de convertirse en exilio dorado de finales de casta.

Los textos que componen este ejemplar pertenecen casi en su totalidad a la serie de artículos que publiqué en el Diario Sur entre 1994 y 1996. Todavía no sé bien por qué me dejaron escribir en Sur entonces. Tal vez los comentarios elogiosos que un Salvador Moreno Peralta siempre entusiasta más allá del sentido común hiciera de mí al entonces recién investido director del Sur José Antonio Frías lo hicieron posible. Quizá mi fama de chico poco dado a la componenda y al silencio obediente aún no había trascendido lo suficiente. Salí de Sur merced a un asunto injusto que nunca pude aclarar y dejé de escribir aquellos textos y otras secciones de crítica y opinión que entonces tenía en el periódico. Pasados los años me río de mi propia indignación (en la prensa todo es fulminante: la excelencia y el olvido) y sólo me queda una sincera gratitud a las personas que me recomendaron, los directores que me permitieron que gozase de aquella beca para hacer lo que me daba la gana y los compañeros de redacción (Paco Rengel, Josevi Astorga, Morgado, los Cortés, Anita Barreales, la Merelo, Roche y Escalera, Sergio Contreras, los foteros, Pepe Castro…) con los que coincidía de cuando en cuando. Es cierto, con lo que me he peleado y discutido con mis directores y responsables de redacción sólo puedo decirles que muchas gracias por dejarme escribir en sus medios. Recuerdo perfectamente el día que me llamó por teléfono El Viejo, que es como familiarmente se conoce al director de Sur, entonces y todavía el periodista José Antonio Frías. Ya había pasado un mes desde que le mandé, seguramente convencido por Salva Moreno, uno de mis inacabables textos de propuestas de colaboración llenos de ideas (unas enloquecidas, otras peregrinas y otras hasta visionarias y adelantadas a los periódicos de entonces, a qué negarlo) casi todas relacionadas con el ecoturismo y el turismo rural: guías interactivas de la provincia, variedad de soportes formatos y la posibilidad de narrar paseos y viajes y entrevistar a gente. Hablaba mucho de vídeos como complemento a los reportajes escritos en una tendencia que unos años después se ha ido imponiendo en la prensa en papel. Lo cierto es que aquellos doce folios de letra pequeñita llenos de verborrea y de ideas lanzadas como disparos de videojuego debían cansar al director más paciente. Entre todas las ideas metí algunas muy poco desarrolladas, casi de relleno, al final de los folios. Una de ellas era la sección Rutas Urbanas de la que sólo se decía “contar la ciudad como si uno fuese un extranjero. En fin…”. Por eso la tarde en que Frías me llamó y me dijo telegráficamente que me incorporaba en una semana y que hiciera las Rutas Urbanas, tardé tiempo en saber de qué me estaba hablando. Simplemente, no había pensado que me fuese a ocupar de otra cosa que no estuviese relacionada con el turismo rural o el senderismo. Así que le dije –muy emocionado- que “por supuesto” y me fui a consultar inmediatamente la copia de los folios que le había mandado para saber qué cojones le había escrito a El Viejo. Mis propias palabras no me iluminaban mucho así que decidí irme andando –yo vivía entonces en el Limonar- hasta el centro de Málaga, lugar de mi infancia, y ver qué se me ocurría. Entonces era tan inconsciente que creía que todo lo que se me ocurría podía hacerse y tenía interés. Bendita inconsciencia. Y me puse a pasear por mi infancia con unos ojos diferentes a los que usaba como periodista y que recuperaban algo de lo que alguna vez tuve como aprendiz de poeta.

En aquellos días me gustaba mucho una película de Percy Aldon que se llamaba Bagdad-Café. Contaba la historia de amistad de dos mujeres de culturas, edades, razas e idiomas distintos alrededor de una cafetería de ésas de carreteras norteamericanas en medio del desierto donde el café es gratis. De su banda sonora destacaba una canción que se hizo muy popular, cantada por Jevetta Steele, Calling you. Pues con esa canción en los oídos aún sin politonar y el café en el espíritu nació con dolor y mucha duda el primer texto de la serie, Málaga-Café, donde pasaba revista a algunos cafés legendarios del centro de Málaga, Madrid, Central, Cosmopolita, Doña Mariquita… Me gustaba hablar de una ciudad como escenario diferente al de las noticias, donde pasan cosas que no salen en los periódicos y uno puede dejarse llevar por su estado de ánimo y por lo que se va encontrando. Como siempre, las cosas más placenteras e importantes de nuestra existencia deben mucho a azares y necesidades de las que no tenemos conciencia suficiente. Sólo entendí que debía dejarme llevar. Pasear, mirar, dejar apriorismos a un lado y contar. Hacer derivas. Flanear a gusto.

Lo cierto es que, unos más afortunados que otros, los textos fueron convirtiéndose en una peculiar bitácora de mis idas y venidas cotidianas, de mis obsesiones de siempre y de las nuevas que se iban acumulando. Nombres de amigos y conocidos por mis aficiones artístico-literarias y mi profesión de periodista poblaron aquellos textos. Referencias de canciones, películas, poemas, libros se unían a voces transcritas que escuchaba en la calle. Voces y acentos de ciudadanos. Yo necesitaba fijar aquello. Llevar ese sonido al papel. Así me fui haciendo menos poeta y más periodista para acabar no siendo ninguna de las dos cosas. Too old for the rock and roll, too young to die. Recuerdo que la trascripción sonora de las palabras y los acentos me llevó a algún debate con mi redactor jefe, el excelente Pepe Castro, sobre si aquella manera de recoger el acento con tantos modismos intentando reflejar el habla y el espíritu de lo que escuchaba podía interpretarse de manera ofensiva. Para mí era justo lo contrario. No pretendía ser costumbrista porque yo no me arrogaba en filólogo normativo. Siempre me ha interesado que el texto suene, que tenga música. Y la música del habla de las calles era mucho más real que mi elaboración más o menos literaria. Yo quería que las clepsidras se juntaran con los merdellones, a ver qué salía. Quizá como homenaje al gran Juan Cepas, el escritor y dueño de Librería Ibérica que me enseñó de muy crío que las palabras mal pronunciadas de mi tierra tenían categoría, así, mal dichas, para poderse incluir en un diccionario, su Vocabulario Popular malagueño. Y es que siempre me ha parecido más auténtico, real y verosímil un joío porculo que un jodido por el culo. Al cabo, los periodistas siempre estamos manipulando las declaraciones para que parezcan dichas por un académico. De hecho, la mayoría de los personajes públicos acaban todos hablando como dicen los periódicos que hablan. Es decir, no diciendo nada que sea inteligible, personal u honesto, por consiguiente.

En el periodismo bueno hay que demostrar las cosas que se dicen. Yo no demuestro nada con estos textos. Los expongo ante quien quiera leerlos como la ciudad se expuso ante mí sin engañarme. Al cabo, también un libro es efímero. Y también debería ser víctima o simple campo de juego del mismo olvido que hace que esta ciudad sea otra cada día. Es ley de vida y muerte. Que la metáfora siga el mismo destino que el olvido o el amor al que evoca sería un digno final.

Y ahora que los sentidos me van abandonando muy poco a poco pienso que he hecho bien en dejar de ser periodista. Como hice bien en serlo en su día. La ciudad que conocí, sus dulces o terribles olores y sonidos se han ido apagando a la vez que mis oídos han comenzado su lento declive en la captura de hercios y megahercios y mientras mis ojos comienzan a cansarse de las cosas que han visto. Entiendan esto como una colección de fotografías. Mírenlas, si les apetece, como tales. Y luego, si es posible, salgan a derivar: sientan lo que les rodea sin plan prefijado dándose cuenta de que algún día su casa desaparecerá. La Acera de la Marina dejará de existir. El puerto será una piscina pública, la Concepción no tendrá árboles y hasta el Cenachero habrá dejado su destino de estatua o superhéroe. Seguro que, por un instante, la ciudad le parecerá más humana, más cercana, menos rara. Más frágil y eterna que nunca. Entonces, aunque sólo sea por eso, perdónele la vida a este ejemplar, y a aquel adulto apasionado. Que mira que está feo tirar los libros a la basura, chavó.

Héctor Márquez. Verano de 2005.
(primer texto introductorio del libro Rutas y Atajos. Publicado en la colección Monosabio. Ayuntamiento de Málaga. 2005)

¿Picasso de Pasión?

La eleción de un dibujo de Pablo Picasso para el cartel de la Semana Santa de Málaga desata la controversia
¿Es un gesto intrascedente anunciar la Semana Santa de Málaga con un cartel cuyo autor fue, además del más grande genio plástico del siglo xx, ateo declarado? Que un dibujo de Picasso a plumilla de la cabeza de un Cristo coronado de espinas (boceto de la serie El Cristo de Torrijos de 1959, donde el pintor unía los temas de la tauromaquia y la iconografía cristiana) anuncie una celebración de contenido religioso no deja, cuando menos, de resultar chocante. Pero en la Málaga sincrética ya nada sorprende.La historia del cartel que fue presentado anoche en el Ayuntamiento de Málaga arranca de una iniciativadel concejal de Cultura del Ayuntamiento de Málaga, Antonio Garrido, cofrade significado y reconocido profesor universitario. Garrido planteó a las cofradías ceder los derechos de reproducción que poseía el ayuntamiento de Málaga del cuaderno de Cristo de Torrijos, derechos que antes había dado al ayuntamiento Claude Picasso, propietario del cuaderno original, para la edición de un cuadernillo bajo el mebrete de la Fundación Picasso. Según dijo el nuevo presidente de la Agrupación de Cofradías, Clemente Solo de Zaldívar a este periódico cuando se anunció la idea, ésta se recibió "magníficamente"."Jamás le hemos pedido ideología al autor del cartel hasta ahora, sólo que el motivo fuese religioso", decía. Y Solo, obviando que Picasso ya no podía recibir encargo en la tumba, se apresuró a analizar el momento de la creación de aquel dibujo, que ni mucho menos es lo mejor ni lo más representativo del pintor. "Yo creo que Picasso en ese momento analiza fríamente que hay algo superior a nosotros. Él no era tan ateo como, quizá por moda, dicen ahora", reflexionaba. E iba más allá Solo: "pienso que para recordar que la memoria popular de Cristo es la Semana Santa, Picasso en 1959 hizo una obra para que el pueblo de Málaga la recibiera en 1998". No obstante Solo reconoce que el gesto puede suscitar controversias: "si uno piensa en las pegas no lo hace, es cierto que la cultura cofrade es una cultura barroca pero queríamos darle nuevos aires más dinámicos y asociar a las cofradías a esa Málaga del siglo XXI representada por nuestro artista más internacional". De hecho hay sectores dentro y fuera de la Agrupación, a las derechas y las izquierdas, que rechaza la peculiar idea por razones bien diferentes, pero de momento guardan silencio. Así como hay quienes lo califican como un gesto "valiente". Como el concejal socialista Magdy Martínez Solimán: "creo que la nueva dirección de la agrupación de cofradías no se apoya en considerar a Picasso como pintor de militancia laica sino que quiere asociar esplendor con esplendor: no hay antítesis, ya Picasso es de todos y estos gestos reconcilian a un artista con su sociedad". Y añade, refieriéndose con ironía a la polémica del cartel de la Feria: "al menos así tenemos la seguridad de que el cartel no es un plagio".No comparte este análisis tan optimista el catedrático de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid, Juan Antonio Ramírez, uno de los mayores especialistas actuales en el pintor malagueño. "Parece un detalle banal, pero es un signo muy profundo que demuestra la capacidad de olvido y de descontextualizar la historia tan propia de los malgueños. Simbolizar una cosa con la obra de un pintor que pensaba lo contrario es un gesto muy propio de la doble moral católica, la expresión suprema del catolicismo de raíz pagana cuya mentalidad sincrética se apropia de algo cuando le conviene y forma una inmensa sopa donde cada símbolo se desnaturaliza". Recuerda Ramírez que aunque Picasso tuvo "testimonios constantes de su posición anticatólica y nunca se arrepintió de ello", para el catolicismo "sólo dejas de ser católico si apostatas, y Picasso no lo hizo". El responsable de la celebrada Historia del Arte de Alianza Editorial añade que aunque comprendr como historiador el hecho no puede "aceptarlo como investigador mínimamente serio". "Esto forma parte", continúa, "de este proceso, cercano a la hipérbole y al cachondeo, de 'concordia nacional' donde todo se desprovee de su significación original". Y añade con sorna que quizá se hayan quedado cortos con el cartel: "sería mejor decir que no hay derecho a que no se inicie aún un proceso de canonización de paisano".
(H.M. El País. 1998).