martes, 30 de septiembre de 2008

El juego de la muerte


La conciencia de la muerte y el dolor se bañan en humor negro en el poemario de esta brillante poeta malagueña


Balance de Negros. Carmen López. Colección Puerta del Mar. 26 páginas.


Si un poeta, en tanto hacedor de artificios condensados que generan emociones y sinestesias, se calificase por su equilibrio entre originalidad y tradición, Carmen López (Málaga, 1970), sería una poeta con mayúsculas. Cada vez más habitual en antologías y congresos de poetas mujeres –sí, ya sabemos que poetisas queda monísimo, pero conozco a pocas poetas que le guste ese canesú tan evanescente para referirse a su vocación–, CL ha ido haciéndose un nombre de respeto desde la humildad personal y la singular orfebrería de su lírica formal. Su obra, iniciada en papel dentro de la estimable colección Monosabio del Ayuntamiento de Málaga con el libro Geografía del silencio (1999) y continuada por Mutis por el abismo (Muestra de poesía joven, Málaga, 2000) ha aparecido en antologías y en la Red (www.poesia-carmenlopez.com/ y www.otredadezelig.blogspot.com/) hasta la publicación de éste, su libro más aquilatado, compendio de sus temáticas y fórmulas poéticas. Balance de negros, con el que CL se suma a la vasta nómina de poetas que han publicado en la colección Puerta del Mar que la Diputación de Málaga creó al principiar los ochenta, es un volumen que distingue a la autora como una virguera que procura que las palabras vayan desflorando nuevos significados a su encuentro.
Temáticamente, esta licenciada en filología, diseñadora y profesora universitaria en Málaga, tiene casi un único motivo que atraviesa su obra: la muerte como evidencia constante, la muerte como compañera lúgubre que te recuerda en cada acto cuál es tu destino. Ni el amor, ni la belleza, ni Dios tienen en la poesía de Carmen López una voluntad redentora. Ella se obstina en recordar que un minuto más es un minuto menos y que todo lo que crece está obligado a la fosa común del eterno acabóse. Pero, como buena conocedora de la tradición, como lectora afín al lenguaje del barroco y sus epígonos, con Miguel Hernández a la cabeza (como ejemplo, titula uno de sus poemas, Arquitecto en lunas, homenaje al Perito el lunas del poeta de Orihuela), López, amante de las esdrújulas, se instala en un (h)uso cultista del lenguaje, en un espacio donde la condensación y el hermetismo conceptual, la sugerencia y el habilidoso manejo de los tropos la alejan de cualquier concesión a la autobiografía de línea clara y tan encantada de haberse conocido que mucho se ha practicado en los últimos años. No, López no perdona. No quiere que sus poemas se reciten como canciones para teenagers. Ella no habla de dolor buscando consuelo y lástima. Caros a su imaginería todos los motivos espectrales, románticos, vanitosos, e infernales, López parece apelar al lema que precedía el Infierno dantesco: “oh, vosotros que entráis, abandonad toda esperanza”. Sin embargo, CL sí plantea una salida para paliar el afán suicida que destila su conciencia doliente: el humor. Humor negrísimo, cierto. Pero humor que es una puerta de alivio en el existir y que nace, precisamente de su oficio poético. Los juegos de palabras, las paradojas, los oxímoron, las aliteraciones, las metáforas que Carmen L despliega como una hechicera de artificios poéticos humanizan su conciencia y modernizan a esta autora que une erebos y buffering desde una herencia surrealista que cifraba el hallazgo poético en el encuentro inesperado de conceptos de diferentes especies. López, brillante, nos habla del desasosiego, sí. Pero desde el juego y la evidencia de que sólo nos resta esa mueca burlona que puede helarse ahora mismo. Baste su poema Proteico para ilustrarnos: “Se ha vuelto proteico/ este dolor/ adopta tantos gestos/ como momentos del día/ a las tres se desmemoria/ a las cinco recuerda su trabajo/ a las siete con cemento recubre su labor/ a las nueve trasiega la concordia/ a las once se disfraza de palabras/ a la hora del sueño/ me deja macerando/ por si acaso recompongo la huida/ me sumerge al baño maría/ con pesas de dolor en los tobillos”. Y, ahora, es su turno, lector. Toca leerla como quien mastica una bola de opio.


(Publicado en la Revista de Libros Mercurio. nº 104)

domingo, 28 de septiembre de 2008

La Música Contada



Javier Corcobado


Este próximo sábado comenzamos la novena temporada -¡más que Los Soprano, oiga!- del ciclo que dirijo, La Música Contada ®, (http://www.lamusicacontada.com/), una suerte de discofórums por donde ha pasado de lo más variado de la música -y no música- española -y no sólo española- a los largo de casi 150 sesiones.

Gracias a esta idea que echamos a andar un grupo de amigos hace nueve años me he convertido en empresario -modestísimo, pero empresario al cabo- y he conocido en intimidad a gente que jamás hubiera soñado conocer, he corroborado lo difícil y gratificante que resulta llevar adelante una idea donde se implican presupuestos, difusión y participación del público y he hecho muchos amigos con ella. También enemigos, por supuesto, pero esos salen solos si te mueves un poquito y tampoco me quitan el sueño.

El caso es que este sábado volvemos a la carga con un discofórum con uno de los raperos más peculiares del panorama español, El Chojín (http://www.elchojin.net/), acuñador del término que usa para sí mismo de "rap en postivo". Esto será en la sala Gades de Málaga (C/Cerrojo, s.n., Conservatorio de Danza de Málaga) y, como siempre, gratis, a partir de las 20 horas. Estais todos invitados. A los que ya conozcáis el ciclo, os alegrará saber que hemos vuelto a la carga. A los que no, será una buena manera de conocer un nuevo pasadizo de la música popular de la voz de este grandísimo MC y comunicador. El público puede -y debería- participar. Aseguro disfrute para los fans y aprendizaje a los neófitos. Y, siempre, buen ambiente. Lo auspicia la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía que paga las sesiones y pone los teatros para celebrarlo. Sin ella no habría paraíso.





El Chojin


Como todos los años, editamos un programa para la ocasión. En él, además de poner biografías de los invitados que vienen a poner y hablar o cantar las canciones que más le han marcado en su vida (este trimestre serán El Chojín, Sabino Méndez, Jon Sistiaga, Javier Corcobado, Sr. Chinarro y Amancio Prada) suelo escribir un texto como director del ciclo y de esta marca registrada -sí, amigos, la tuve que registrar y no vale barato evitar que te roben las ideas o los formatos- y como no tengo ganas de estar escribiendo de nuevo lo que ya he escrito pues cutypasto y ya.



(En http://flickr.com/photos/lamusicacontada/, estamos subiendo fotos de los invitados de este año y de sesiones pasadas. En la web también hay muchas, por si alguien tiene interés)




El periodista Jon Sistiaga

Nueve años después


La primera vez que escribí, hace ya nueve años, sobre qué era esto de La Música Contada ®, conté cómo las canciones eran la mejor manera de jalonar el camino de nuestros recuerdos y gustos. Es decir, quiénes hemos sido y en qué nos hemos ido convirtiendo con el paso del tiempo. Y, hablando de canciones, hablé de viejos amigos y amores frustrados, de celebraciones, exaltaciones y melancolías. Y convoqué por su nombre a personas perdidas y que, desde aquel momento, fueron apareciendo para quedarse, volverse a marchar o simplemente, decirte que siempre habían estado allí. Me han preguntado muchas veces por qué no he querido contar mi música en el ciclo que inventé para ello. Simplemente, confieso, porque eso es algo que, a nivel privado, he hecho miles de veces. Sabiendo del valor terapéutico que encierra, he preferido que sean otros, los que tienen cosas que contar y saben cómo porque su vida son las canciones, los que lo hagan para mí y los demás. La respuesta del público que ha asistido a las más de 140 sesiones que hemos hecho de LMC ha sido el mejor refrendo. El mejor asidero emocional también. Escuchar las palabras de quienes por ir a las sesiones te transmitían felicidad y ánimo compensaba las veces que has querido tirar la toalla porque un duelo emocional o una dificultad económica te atrapaba. Era como si te sintieras responsable de una familia putativa que había ido creciendo sesión a sesión y necesitaras alimentarla con nuevas y viejas historias, con viejas y nuevas canciones de siempre y entonces.


Todo se explica fácilmente cuando creamos ritos colectivos: sentarse a celebrar la existencia compartiendo alimentos; jurarse amor y lealtad delante de testigos; simular que somos otros para contar qué sufrimientos y deseos nos mueven a todos; exaltarse en estadios cuando unos pocos conquistan un más rápido, más lejos, más fuerte; dolerse con la transformación en materia y energía diferentes de seres semejantes a nosotros… O, en fin, contar las historias de siempre en intimidad para aprender de ellas. O inventar un código basado en sonidos y ritmos que, al combinarse, son capaces de despertar en nosotros extrañas e intensas emociones y actuar como referencias en nuestra memoria. Esto último, contar historias y crear música es una de las cosas más remotas que los hombres son capaces de hacer.



Antonio Luque: Peter Parker tras el Sr. Chinarro


Y este rito tan añejo es lo que llevamos haciendo desde hace nueve años en La Música Contada ®. Naturalmente, que tras este ciclo se esconden afanes pedagógicos y la voluntad de que se reconozca el valor de las canciones en un lugar similar al que tienen los cuentos con firma. Y cierta intención de que la angustia que a veces nos produce el saber que el tiempo mata mientras avanza se alivie durante unas horas celebrando que aún están ahí las notas y las palabras que hacen posibles a las canciones. Hemos querido crear una zona de aprendizaje donde no hubiese examen ni jerarquía; donde el invitado no fuese un dios por ser famoso, admirado o admirable. Sino un semejante cercano y frágil en la medida que se exponía a contar sus emociones y quebranzas, a desnudarse simbólicamente delante de los demás sin obtener más diploma que el aplauso. La intención de que la velocidad histérica de nuestros tiempos no se trague la necesidad que los humanos tenemos de la pausa y la escucha, ha sido también fundamental a la hora de cocinar este ciclo. Y, asimismo, lo confieso, la voluntad de que mi eclecticismo estético, se alimentase con la creación de una Casa Común Mutante donde nadie tuviera que afiliarse a ninguna estética e ideario excluyente. Eso, claro sin olvidar la idea fundamental: permitir un encuentro cercano con personas que tuviesen cosas que decir, recordar, contar y cantar y a los que su trabajo y trayectoria les avalan como ejemplos de todo lo que antes he tratado de explicar.





En fin, ya estamos aquí con nuevos invitados. Escucharemos a maduros troveros de lo exquisito; a valientes poetas del ruido y el melodrama; a rimadores mestizos del mundo hostil con conciencia de especie; a excelsos guitarristas que son a su vez afilados narradores y saben distanciarse de ambas condiciones; a aventureros cronistas en los lugares donde las bombas arrasan a los inocentes o a poetas del absurdo existencial enmascarados bajo el nombre de un secundario de años infantiles: Amancio, Javier, Domingo, Sabino, Jon o Antonio, todos ellos y los que seguirán viniendo hasta junio, volverán a hacer lo mismo: contarse y contarnos a través de melodías propias o ajenas, confesarse con la voz prestada o prestar sus voces para cantar confesiones universales.


Como siempre que pienso en este viaje, sólo me entran ganas de decir gracias y perdón. Perdón por lo que haya hecho o dejado de hacer para que permitir esta travesía y gracias por contribuir a que siga siendo posible nueve años después. Más de un ciclo vital de un ser humano después. Después de que las industrias discográficas estén a punto de quebrar y se hayan transformado en ceniza personas queridas. Después de que myspace sea tan necesario como el dni. Después de que tus ídolos antiguos sigan cantando, ya con arrugas en la voz, lo que fue un día un himno de la explosión juvenil. Hoy, nueve años después, ciento cuarenta y cinco invitados después, setenta mil asistentes después, decenas de amigos y amores después, seguimos queriendo reunirnos junto al fuego de las palabras, en el corazón donde las canciones nos siguen celebrando. Seáis bienvenidos, como siempre, una y otra vez.

Sabino Méndez, después de Loquillo