martes, 31 de marzo de 2009

Andy Chango, Animalario, Espejo negro y Premios Max

Andy Chango ensayando en el Teatro Central de Sevilla el espectáculo Boris Vian, que representamos dentro del ciclo La Música Contada el pasado sábado. Fernando Lupano al contrabajo.

Un piojo llamado Matías, de los malagueños de El espejo Negro. La mejor obra de teatro infantil hecha en España en el 2008 según los premios Max celebrados anoche.

Urtain, de Animalario. El actor Roberto Álamo en el papel del morrosko. Se sale.

Ahora que Miranda se ha llevado unos días la carne de Penkapunky al pueblo salmantino donde su madre se crió y áún se duerme hecho un cuatro bajo las mantas y con bacinilla bajo la cama para que no se te congelen los dedos de los pies, me entran de pronto hábitos de soltería y así me desparramo un poco. Ya saben, esto es desde críos: cuando la seño o mamá salen un rato, desmadre. Cuando el rato se estira, el desconcierto y el caos. Debe ser cierto, que así lo corroboran neurólogos y pruebas de laboratorio, que la capacidad del cerebro masculino para procesar abstracciones espaciales y orientarse en el espacio es superior a la de la mujer. Vale, en mi experiencia suele ser. Pero la de manejarse y ordenarse con el tiempo, doy fe de ello, es muchísimo peor. Al menos la mía, que nunca he sabido cuánto de masculino, de femenino y marciano guardan las gónadas que me legaron. Así que una de mis primeras reacciones cuando Miranda se marchó ayer fue poner seguidos tres documentales de música doblados con acento portorriqueño que a ella le irritan y a mí me recuerdan mi más tierna infancia cuando series y dibujos animados venían doblados con aquel 'asento' tan artificial que tenían expresiones como:
-Chicos, den a su madre un beso y acompáñenme al garaach a desempacar.
Aquí nadie nos decía chicos, ni había garaach ni se desempacaba nada. Y menos con aquellos timbres imposibles. Y menos en technicolor con tipos rubios riendo todo el rato como si estuvieran abducidos, padres que nunca daban hostias, familias con un extraño sentido del humor que nadie entendía y que siempre acababan los capítulos así, riendo por algo que no tenía ni puta gracia, y madres que parecían muñecas de procelana en la cocina y no gritaban eso de:

-Mira, niñoooo, como vuelvas a coherme otra cocreta te marco la esparda con la espumaera!!!!


El caso es que a mí, tan simio desde que nací, me encantaban aquellas voces engoladas e imposibles y aprendí muy pronto a imitarlas. Así que era capaz de tirarme hablando solo mientras jugaba haciendo las voces de todos aquellos personajes. Porque yo jugaba casi siempre solo en casa -mis hermanos ya eran un filón agotado hacía tiempo y estaban hartos de mis juegos- y para que fantasmas y soledades no apretaran era bueno escuchar voces y no siempre la misma. (¡Qué lástima de niño!).

Federico Lechner en la actuación del sábado en el Teatro Central de Sevilla.

El caso es que toda esta interminable disgresión -¿qué les decía de la organización del tiempo y los cromosomas? Eso sí, sé donde estoy en cada momento- no tenía otro sentido que hablar de los premios Max de teatro que anoche se entregaron durante una gala que echaron por la tele, en la 2 y que vi durante un rato mientras cenaba. ¿Y por qué quería comentar algo de los premios Max? Por varias cosas. La primera es corroborar que la gente de teatro hace siempre galas muchísimo mejores que la gente del cine. No hablo por hablar, que además he sido guionista de las galas del Festival de Cine Español de Málaga durante años y aspirante a actor /director de teatro durante toda mi adolescencia y juventud y alguna información tengo. Aunque, esto que digo lo puede decir cualquiera. Y eso que a veces son los mismos actores los que tienen ingenio en los Max y una sosería pasada de rosca total en los Goya. Ah, misteeerio, que decían los payasos Colombaioni en un espectáculo maravilloso que vi en Málaga hace años.

El grupo de Chango que es de todo menos chungo.

Lo bueno es que, mientras el cine español cae en barrena y salvo contadas y celebradas excepciones no deja de producir bruños amanerados, el teatro sigue gozando de una mala salud envidiable. Es lo que comentamos algunos amigos que nos dedicamos a esto de lo creativo. A nosotros nos suele ir bien en épocas de crisis económica -no es la primera que pasa; espero que sea la última y el sistema actual acabe saltando por los aires y nos dejemos de gilipolleces de una vez- porque es un estado habitual en nosotros. Solemos tener pocos recursos y estamos acostumbrados a ver menguar la cuenta bancaria, así como a responder creativamente cuando tenemos la pistola apuntándonos a la sien. El problema mayor lo tienen las criaturas que sólo saben nadar en piscina artificial climatizada y con socorrista. En cuanto se meten en el atlántico, el mar los revuelca o se los traga. Eso comentábamos la otra noche en Sevilla con Andy Chango y los músicos de su (excepcional) banda (Fede Lechner, Andrés Litwin, Juan Munguía, Fernando Lupano y Norman Hogue) durante una cena exquisita que nos metimos después de su actuación en La Música Contada con el espectáculo nuevo que ha montado, Boris Vian. (http://www.andychango.com/). Estamos acostumbrados a no tener seguridad alguna, dinero elástico y a saber trabajar bajo presión. La crisis es nuestra casa.


La crisis es la casa de los cómicos y los creadores, que siempre han hecho arte cuando era menester agudizar el ingenio. El ingenio con hipoteca y bienestar se turbia y adocena. Se acostumbra a guardar y no arriesga. Somos piojos a los que invitan a las fiestas en el primer mundo. Piojos a los usar como bufones para entretener al personal a cambio de un poco de guita, curro y hacer la vista gorda con nuestra bohemia consentida y ma non tropo. Para crear y decir algo dentro de este estado adocenado de cosas, el artista necesita esa red incierta en su equilibrio. El hombre necesita esa incertidumbre para evolucionar tanto como necesita creer que va alcanzando seguridad y objetivos previos. Ay, qué especie. Por cierto, el espectáculo de Andy, que hace un año y pico presentó por vez primera en La Música Contada, en Málaga, es una delicia inteligente. Musicalmente es la bomba, las adaptaciones -más bien recreaciones de espíritu libre que han hecho entre Andy, Javier Krahe y Luis Antonio de Villena- de las canciones del gran Boris Vian son fantásticas y vivísimas y Andy está sencillamente genial. Él es un genio. Y como todos los genios a veces se despendola y pierde la precisión. Pero amigo, cuando está láser no tiene rival. Y el otro día estuvo así. Tiene cosas de Groucho (cultiva un humor judío/argentino de réplica rápida e inteligente), espumas de Charlie García, planta y dominio a lo Serge Gainsbourg, formación e ingenio de alta escuela, ingenuidad juguetona, la falta justa de pudor, capacidad de improvisación e imaginación, todas, y un sentido del espectáculo ab urbe condita que le convierten en uno de los grandes showmans que uno ha visto sobre el escenario. Y he visto a algunos ya. Alguien que logra que todos los demás artistas que trabajan con él le cubran y rían los efectos de sus bohemias es que es muy grande. Y además, buena gente. Autoexcluido para lo práctico, eso sí. Grande, Andy. Sos el Messi del rock argentino. Aunque te quedaría mejor el salvadoreño Mágico González. Imagina por qué. (Y encima su novia es una de las chicas que más nos gustan. Si es que no le falta un perejil).

Ángel Calvente con su marioneta del Piojo Matías.


Y valga esta segunda disgresión -¿lo ven?... En cuanto dejé los periódicos y se acabó la dictadura de las líneas, los tiempos y los formatos al escribir, demuestré mi verdadera naturaleza de fárrago disperso- para intentar meterme en los premios. Resulta que los Max fueron muy divertidos. Que hay que apuntar nombres como los de Sexpeare y Ron lalá a los ya muy conocidos de Yllana, Ángel Ruiz o Leo Bassi que animaron una gala con sentido del espectáculo y capacidad real de autoparodia, como debe ser. Está claro que los del teatro se han venido arriba con la crisis. Y el público está viajando a los orígenes del espectáculo: en directo, cerquita, con la respiración y el fallo cerca. Como Andy, que para ambientar su espectáculo con humos de cabaré subo al público al escenario a fumar a rienda suelta. Está claro que al crisis -la prespectiva de estar hora y media sin fumar para un fumador es terrible- agudiza el ingenio. Y el público lo agradece. Sigo con los Max donde, además, salieron premiados gente muy cercana, como nuestros paisanos, y sin embargo admirados amigos, de El Espejo Negro (http://www.elespejonegro.com/) en el apartado infantil, con su Historia de un piojo llamado Matías. Mola que se lo den en infantil a unos provocadores como El Espejo Negro de Ángel Calvente (bueno, Ángel es el director, el alma y el artista y genio indiscutible, pero detrás hay manipuladores, artistas, actores y promotores que hacen espléndidamente su trabajo; y está su mujer, Carmen, que le ha permitido que sea quien es; eso no s epone en los programas pero, amigos, sin mujer/es, no somos nada). No sé ahora a cuántos Max ha optado y se ha llevado luego Ángel Calvente, director de EN, a lo largo de su historia. Varios. Sólo sé que si le hubieran simplemente nominado a un Goya no pararían de hacerle entrevistas en las teles. Pero también sé que en su último estreno en Málaga, en el Teatro Cánovas (Es-puto cabaret: un compendio antológico, actualizado y medidísimo de todas sus historias, personajes, fórmulas, obsesiones y estéticas que ha ido desarrollando en los últimos 25 años de profesión con sus asombrosas, puercas, soeces y provocadoras marionetas de gomaespuma, tan virgueras como irreverentes y merdellonas) estaban todos los antiguos compañeros en pie aplaudiendo al triunfador, lo que ya es mérito en una Málaga donde cada cual va a su avío y organizar algo colectivo es sinónimo de zancadilla, malediciencia, sospecha, envidia y desgana. Sé de lo que hablo de primerísima mano. Y sólo espero por la cuenta que nos trae que las cosas se vayan transformando. Uno a uno somos muy frágiles. En plan peña, tenemos más voz de la que creemos. Bueno, por eso hemos montado el ciclo de Málagafrita. A ver si sale algo de aquí y no nos crucifican antes de intentarlo.



La protagonista de gomaespuma de Es-puto Cabaret, la última de El espejo Negro.


Un momento de la representación de Argelino, por la que se llevó anoche Animalario cuatro premios.


Los otros por los que me alegré mogollón fueron los de Animalario (http://www.animalario.net/), que se llevaron cuatro premios. Su llegada al mundo del teatro y su estrategia colectiva han servido para traer foco a las tablas y frescura. En los últimos meses he visto en Málaga sus dos últimos espectáculos, Argelino, servidor de dos amos, una actualización del clásico de Carlo Goldoni, con Javier Gutiérrez demostrando sus infinitas capacidades histriónicas (Teatro Cánovas) y Urtain (Teatro Alameda. Festival Internacional de Teatro), que me dejó absolutamente pegado a la butaca y con un post pendiente que el trabajo me iba retrasando una y otra vez. Al final Gutiérrez ganó el premio al mejor actor. Supongo que Urtain (http://roberalamo.blogspot.com/2008/08/urtain-estreno-25-de-septiembre-teatro.html)competirá para el año que viene y arrasará, porque Roberto Álamo, el actor que hacía de Urtain, completa una de las mejores caracterizaciones que he visto en mi vida en un escenario a partir de un personaje real. Creo que Urtain plantea una dramaturgia y una solución escénica a la manera de asaltos en cuenta atrás de un combate de boxeo -el escenario es un ring- muy creativa y a la que le buscan casi todas las salidas posibles. Lo que me gusta de los trabajos de Animalario es su concepto de colectivo, la actitud política de sus componentes y la capacidad de usar la imaginación del espectador para crear espacios de representación sin apenas atrezzo ni escenografía. Esa mezcla de comedia dell'arte con distanciamiento brechtiano hace que la compañía de los Andrés Lima, Alberto SanJuan, Guillermo Toledo, los pequeños Alterios o Javier Gutiérrez esté, hoy por hoy, siempre a la cabeza de las producciones teatrales españolas. Hasta ahora me quedo con Hamelin, Pornografía barata y con este Urtain, celebrando Lo que el público no vio de la boda de la hija del presidente como uno de los pocos momentos donde la profesión desafía a los políticos en el poder con nombres y apellidos desde las épocas del teatro independiente y los primeros Joglars. Y ya ha llovido.


Ensayos del Urtain de Animalario.

La radiografía de la españa predemocrática que hace Urtain -donde aparece como personaje, entre muchos mitos de la España cañí, un malagueño de pro, el escritor y periodista Manuel Alcántara, una de las personas que lo conoció, lo cronificó y más sabe de boxeo que he conocido nunca- muestra la capacidad de este país para usar, exprimir y tirar a los que un día nos levantaron del asiento como mitos. Contrasta su fineza de escalpelo, por ejemplo, con la vacía y ñoña bioserie que han emitido los de Antena 3 sobre Marisol/ Pepa Flores la semana pasada. Mientras que en la serie todo destilaba ñoñería -por no hablar del hambre de morbo que hay detrás de la vida de alguien que afila los colmillos hambrientos de la prensa rosamarilla del circo mediático y que hace años que dio de mano a su vida como personaje público en un gesto ejemplar que nadie parece respetar- en Urtain todo olía a caspa y Soberano pura casta. Y eso era lo que había realmente. Mentira, brutalidad, ignorancia, manipulación, deshumanización y egoísmo. Qué cutres éramos. Qué cutres seguimos siendo para tantas cosas. Bien Animalario. Bien Espejo. Bien Andy. Bien aquellos que recuerdan lo que hay mientras nos entretienen. No quiero reír sin pensar. Sin llevarme un escalofrío.

El Urtain real. Se tiró desde la ventana y se suicidó en el año 92. Pobre tipo. Nadie le ayudó en sus últimos días.


Miranda me ha llamado desde San Pelayo. Hace un frío allí que pela. Ya le he dicho lo de mis caídas al abismo de los niños solos, nos hemos amariconado un poco haciendo cucamonas telefónicas poniendo voz de memo y hemos metido en la mesa de operaciones a la institución familiar. Cuando el cadáver estaba supurando hemos parado. En realidad, somos también parte de eso. Ese gran teatrillo que nos mantiene unidos en tiempos de crisis. Ahí también hay que echarle imaginación e inventarse estrategias para evolucionar. Vaya a ser que también acabemos con la cara partida quejándonos luego como niños desorientados. No, papá se murió hace tiempo. Ya es hora de coger al torito por los cuernos. Qué día tan bueno hace.