jueves, 16 de octubre de 2008

Echando de menos (Miranda cruza el charco)

Miranda dormida en casa

Escucho un blues –Bad Things de Jace Everett, tema de entrada de la serie True Blood, la nueva de Allan Ball para la HBO: vampiros integrados en el delta sureño de EEUU: rarezas, miedo, xenofobia, sexo y violencia- en el ordenador mientras espero que la inspiración de la escritura me arrebate. A ésta le sigue el disco de Elbow, The seldom kid seen. The bones of you, “tus huesitos” masomeno, me encanta. Grounds of divorce y On a day like this son estupendas pero me suenan a escuchadas, a himnos rocksinfónicos entre Coldplay, The Verve, Tindersticks, U2 y alguna del primer Moby. Ay, qué difícil que algo te suene nuevo. Por otra parte, si algo no te sonara a nada anteriormente escuchado, ¿serías capaz de reconocerlo? Vaya, molan, hacen buenas canciones. Hoy una buena canción es ésa a la que le pondrías seguro unas imágenes y te saldría un clip o una escena cojonuda en una peli de Wong Kar-Wai o Isabel Coixet. Ayer comencé por fin la novela nueva de mi compadre Jose (así, sin tilde en la e) Garriga, Pacífico -desde Muntaner 38, la mejor suya, a mi parecer- donde desdobla a sus personajes personales en dos hermanos y sigue con su forma sinuosa y onírica de que azares y necesidades se entremezclen y todas las cosas parezcan interconectadas: siempre tengo la sensación de que estoy viendo una película cuando leo sus novelas, una película en la línea de la espléndida y desasosegante Léolo. Ya acabé el ensayito Cine drogado de María Velasco, y seguí también con el libro de conversaciones con Woody Allen durante los retretes.


Jose Garriga y Blanca







No he parado en estas semanas de organizar los próximos eventos de mi empresa (http://www.elpezdoble.com/): talleres para jóvenes en pueblos de Málaga; conciertos sobre proyecciones de películas en la Seminci de Valladolid con Gary Lucas y Fibla+Árbol; sesiones de La Música Contada; asuntos de contratos; reuniones de trabajo; intentar que me paguen algo de lo hecho y sentir cómo la pasta, su ausencia, te va comiendo los talones; ver capítulos de las nuevas series que ahora me enganchan o las nuevas temporadas de las que ya seguía: Mad Men, True Blood, Heroes, Californication o House; preparar un libro sobre Jane Bowles y sus legado; podar un poco el jardín; intentar que la casa no se ensucie demasiado; contestar emails... O, en fin, seguirle los pasos a mi hijo Duende que lleva dos años caminando en el alambre y lo tengo ahora trabajando para mí mientras se prepara para una posible oportunidad en un estudio de diseño gráfico en Lucena, cuestión para la que tengo que armarme de paciencia infinita porque no se entera de nada, lo olvida todo, es un vago indomable y tiene la cabeza en dios sabe dónde entre su ombligo y sus miedos. Es muy lindo, guapísimo y tiene gran corazón, pero no tiene ni idea por dónde tirar.



Duende

Y, mientras, escribiendo guiones para el II Festival de cine Español de Tánger, casi un año después de que conociera a Miranda. La noria comenzó allí, en Tánger. Aunque allí no conocí a Miranda sino a una chica que me ayudó a cortar el cordón que me quedaba con historias anteriores: llamémosle María, un torbellino de mujer, rápida de mente y buena persona, atractiva y llena de energía; la vida de ella estaba llena de esas cosas que uno admira y algunas hasta le dan miedo y no haría nunca: conducir a 220 kms por hora en un descapotable, en fin, yo no he cogido un coche ni una moto en mi vida; tirarse en paracaídas; no dormir casi; no leer nunca; no parar quieta y tener la casa llena de maletas abiertas; huir; buscar; vivir a tope; arreglar ordenadores; trabajar como asistente personal, coach, que se dice ahora, de un entrenador de fútbol noruego viajar de un lado a otro…

Jose, Blanca y Juanma en Tánger 07


Con María, en una lavandería, como en Cosas que nunca te dije


Estaba hace casi un año aún asombrado con María –es difícil, que no te guste esa chica- cuando conocí a Miranda. Más bien me encontré con la Miranda que estaba delante de mí, dentro de aquella mujer que había visto en otras ocasiones en encuentros fugaces y a la que nunca llamé porque me producía una mezcla de atracción, cercanía y prevención. Pero si María me gustaba, Miranda Era. Tan normal y emocionante fue nuestro encuentro, la descarga energética tan nunca sentida con aquella intensidad y claridad que tuve que suturar con la distancia la existencia de María en mi vida. De María de y otras amigas con las que compartía afectos. Un viaje que habíamos organizado previamente con María y otros amigos a Estocolmo me sirvió para darme cuenta de que el amor no atiende a razones. Es o no es y cuando surge todas las aproximaciones afectivas se diluyen como un azucarillo. Para cuando me subía en el avión dándole una oportunidad a la posibilidad de que la química se hubiese puesto estupenda, -es lo bueno de tener cierto escepticismo, que te lleva hasta dudar de tus propias razones- ya sabía que sólo podía pensar en aquella chica extraña y cercanísima, tan atractiva como singular, tan dulce y tierna como animal y -luego fui comprobándolo- con un alma tan parecida a la mía, absolutamente conectada. Tras casi un año, hace ya varios meses que Miranda y yo vivimos juntos. Ambos hemos cambiado nuestras vidas con no poco esfuerzo y dolor dejados en el camino. Cada día que pasa es una confirmación de que ya nos había llegado la hora a ambos.




Miranda está en estos días en San Francisco y yo la echo de menos de una forma intensa y continua que pasa de a alegría y la emoción a la melancolía y la tristeza.

-Estamos conectados, amor. No dudes de eso ni un instante.



Miranda en Benijo, Tenerife

Se ha marchado durante 15 días, de los que ya ha consumido una semana, invitada por la familia de su amiga Yolanda para acompañar a ésta durante la extraña enfermedad de su pareja, Valentina. Miranda quiere mucho a Yolanda, es amiga suya desde la adolescencia. Y también adora a Valentina, una andrógina y bella mujer italiana llena de encanto, dulzura, magnetismo, fragilidad y secretos. Siempre quiso ir con ellas un tiempo, a ver si era cierta aquella tierra de oportunidades donde las mujeres como Miranda podían sentirse libres. Nunca imaginó que la primera vez que marchase para viajar sola por primera vez sería para apretarle la mano en un hospital a Valentina y acurrucar por las noches el insomnio y la ansiedad de Yolanda. Lo cierto es que Valentina mejora día a día. Dos días antes de aterrizar Miranda en EEUU Valentina llevaba un mes y medio de comas inducidos porque cada vez que la despertaban furiosos ataques epilépticos se apoderaban de ella. Ahora está comenzando a hablar, a masticar hielo. No recuerda nada de lo que le ha pasado recientemente. Yolanda y su madre no se despegan de su lado, junto con un ejército de amigas –la mayoría son chicas- muy especiales y singulares que protegen con amor y dedicación la salud de valentina. Entre ellas está Miranda, que ha descubierto que entiende y habla mejor inglés de lo que imaginaba.


Valentina


-Tu chica es una monstrua con el inglés. Estarías orgullosa de ella.

Y yo siento un orgullo que no me corresponde porque salvo el hecho de ver muchas películas en versión original con subtítulos y de decirle “absolutelly” cada dos por tres imitando el acento de Peter Krause en la serie A dos metros bajo tierra, lo que ella sepa decir en inglés es cosa absolutamente suya. Lo que ella haya hecho en este tiempo para salir de sus escondrijos interiores y soltar cadenas es mérito absolutamente suyo. Si acaso, yo sólo puedo alardear de amor. De intentar ser eso que Alice Miller llama "el testigo cómplice" cuando alguien hace un proceso de desnudamiento y de limpieza interiores. Debo decir que me resulta sencillo intentarlo al menos. No sólo amo a Miranda. Me gusta, la deseo, la admiro y la respeto muchísimo. Me interesa todo lo que sale de ella. Además, me encantan sus crónicas del viaje:




Miranda en Rodalquilar





"Mientras desayuno Y. regresa a casa. Como casi todos los días esta agotada. Le aconsejo que duerma un poco antes de volver de nuevo junto a V. Yo, mientras, me acerco al super a comprar nuez moscada, curry, un delicioso pan con aceitunas, agua y un par de calabacines, ingredientes para cocinar croquetas, una crema de calabacines y otra de calabaza. Es un día caluroso, la gente me saluda amablemente por el camino: no dejo de sorprenderme del buen rollo que se respira en todo momento en estas calles. Me cruzo con personas guapas y sonrientes constantemente. A veces me parece estar en un sueño, con esa atmósfera tan despejada y luminosa, esta serenidad. Es extraño, siempre espero que ocurra algo que rompa el equilibrio. No sé si sera mi prejuicio sobre Estados Unidos, aunque siempre me dijeron que san Francisco era diferente. Cuando regreso a casa Y. aún no se ha dormido. Le cuesta parar. La observo con detenimiento. Mientras decide descansar un rato por fin, yo cocino la masa de las croquetas y suspiro de felicidad acordándome de la conversación de esta mañana contigo".



Yolanda en Cabo de Gata. Verano 08


Sí, echo de menos a Miranda. Mucho. Y me gusta echarla de menos. Cada vez que nos escribimos por chat, por mail o que escucho su voz por el teléfono me entra una alegría tontorrona y pavilacia que me afirma cada día más si cabe en la única evidencia completa que he tenido en los últimos tiempos: esta mujer es mi único destino.

-Absollutelly.



Miranda y yo frente al espejo



Ahora me he puesto tierno. Mi lista de canciones se ha lanzado por Manhattan de Ella Fitzgerald y Sealed with a kiss, interpretada por Bobby Vinton. Esta noche soñé contigo, una vez más. Me tienes que contar el debate entre Obama y McCain, la noche en el hospital, cómo son los hospitales allí, cómo de duro es un tatami para dormir, cómo echas de menos nuestra cama , nuestrsos desayunos, nuestro sofá...


-Te lo estoy fotografiando todo. Quiero que lo veas con mis ojos.


En la pantalla del ordenador te he dejado sonriendo. Te echo de menos.

(Valentina, te esperamos pronto recuperada).


Valentina, Selva y Luna, La plata. Verano 08