viernes, 20 de febrero de 2009

Vals con Bashir




Fue Eva, amiga de Miranda y, poco a poco, aún menos, mía también, quien hace un par de semanas pasó por casa para quedarse en el mimódromo (1) que montamos de cuando en cuando. Comiditas, pelis, cómics, libros y músicas para aburrirse, mimos, chimenea, conversación y aliños aspirados es un buen menú para que de higos a brevas a uno le dé por pasarse por nuestro spa particular y desconectar del laburo agotador. Y llegó Eva con cosas grabadas en sus dvd's y con hueco en la mochila para que le nutriéramos de material para los cineclubs improvisados que monta en un bar de Granada, donde vive, trabaja y se ama con Laurent. Quería cosas de Kim-ku-Duk para hacer un ciclo de cine y de nuestra deuvedeteca fue extrayendo lo que necesitaba para completar su ciclo: Time, Samaritan Girl, Domicilio Particular, Aliento y alguna más que no recuerdo. Como Eva es hija de vinateros tinerfeños sabe lo que valen las cosas y no es tan alegre como servidor para gastarse los duros en películas originales y tira lo que puede de las mulas de la Red. Así que, como esa circunstancia no le quita criterio, gusto y curiosidad, ofreció a cambio algunas delicatessen pirateadas por si yo no las tenía. Y ahí entre sus pelis encontré varias joyas: Las misteriosas exploraciones geográficas de Jasper Morello, de Anthony Lucas (http://es.wikipedia.org/wiki/The_Mysterious_Geographic_Explorations_of_Jasper_Morello), la peli colectiva que se hizo en homenaje a los Hermanos Lumiére con motivo del centenario del cine y alguna cosa más. A Eva le encanta la animación, como a Miranda y a mí. Así que le pusimos Princess, una peli del danés Anders Morgenthaler, durísima, sobre los abusos a los que se ve sometida una niña hija de una jovencísima prostituta y la venganza que perpreta el tío de la chiquitina en plan ángel exterminador contra la industria pornográfica que al convirtió en adolescente estrella del porno. Debería hablar también de esta tremenda película pero no quiero desviarme demasiado.


Nos quedamos con mal cuerpo tras la peli. Comentamos la peli. Hablamos de la asombrosa Persépolis -magnífica película, excepcional cómic- y al fin preguntó Eva:

-¿No tienes Vals con Bashir? Me han dicho que es tremenda. Estoy muerta por verla.




No. Había leído sobre la peli que se estrena hoy en España, pero ni la había visto ni la tenía. Me fui a la mulita, la encontré, como debe ser, en VO y subtitulada en español y me puse a bajarla. No dio tiempo a que estuviera lista para que la grabase Eva. Al día siguiente ya la tenía en el disco duro. Miranda y yo hablamos de verla. "No tengo el cuerpo ahora para que nos den un palo; mejor otro día". Y así, hasta anoche. En ese tiempo ya habíamos visto la peli de animación del libro que le regalé de Mixelanxelo Prado, De Profundis, otra maravilla, y había salido un especial en Babelia que la situaba en portada Vals con Bashir como "la película más impactante del año". Todas las quinielas de los oscar la sitúan como la más que probable ganadora del premio a la mejor película extranjera. Un filme fascinante. Blablabla. Así que al disco duro. Conectarlo a la tele y noche de cine. Miranda arropada con las mantitas, un cigarrito aliñado y la tele a buen volumen.





No puedo decir otra cosa: hay que verla. Y verla en pantalla grande, no vale sólo el vídeo como con las de Brad Pitt. El impacto visual y emocional de la película es tremendo. No ya por la temática -la memoria escondida en un grupo de israelíes que participaron en la Guerra del Líbano en 1982 y participaron en la matanza de palestinos en Sabra y Chatila que al cabo de los años vuelve desde el subsconciente como un fantasma insomne- sino por su factura visual, su carácter de género mestizo y su capacidad de conmover y remover más allá de la evidencia.





Cuenta Ari Folman, director y protagonista del filme, que al intentar hablar de la guerra tuvo claras tres cosas: no hacer una ficción -las películas de guerra le suelen parecer casi pornográficas porque se regodean en el espectáculo visual y emocional y te sitúan en otro lugar-; hacer un documental, y, sobre todo, huir del tostón de tener a varios bustos parlantes con fondo negro hablando de sus recuerdos uno detrás de otro. Así que, como hoy es factible gracias a los programas de software correspondientes hacer animación muy barata, se decidió hacer un filme dibujado. Así pues, Vals con Bashir es un documental animado. O una película de animación con base documental. O un ensayo audiovisual artístico sobre la guerra y su impacto en la memoria. Sí, es un poema sobre la memoria. Una reflexión sobre la violencia y la culpa. Sobre la naturaleza común de los seres humanos. Sobre nuestros mecanismos de defensa ante el horror. Sobre la verdad y el miedo. Es un películón.


Estamos hablando de un filme donde el director lucha con los fantasmas que de repente, merced a una conversación con un viejo amigo que también estuvo en aquella guerra, empiezan a obsesionarle. Su amigo sueña todas las noches con 26 perros. Veintiséis perros que le ladran amenazantes cada noche mientras él los mira desde arriba.

-¿Por qué sabes que son 26 perros, precisamente?

-Porque durante la guerra, como los mandos sabían que yo era incapaz de disparar a hombres me asignaban matar a los perros que había en las entradas de aldeas y ciudades para que no despertaran a la gente cuando hacíamos incursiones nocturnas. Tengo la cara grabada de cada uno de los que maté. Y me amenazan cada noche. ¿Tú no recuerdas nada de la guerra?



No. El Ari Folman de la película, dibujado con técnicas de animación que se aplican sobre modelos preexistentes -muy parecidas a las técnicas que utiliza Rochard Linklater en Waking life y A scanner darkly (otras dos imprescindibles en la biblioteca del cinéfilo animado), pero mejores- no recuerda nada. ¿De verdad estuvo allí? A veces lo duda. Tiene un sueño que se repite: él y dos jóvenes compañeros soldados avanzan desnudos, cada uno con un fusil, desde el mar hacia la orilla durante la noche cerrada, que se enciende con el fulgor de las bombas de la ciudad que enfrente se enciende en llamas. Llegan a la orilla y, como sombras chinescas bajo el fondo naranja, se van vistiendo lentamente. La confesión de su amigo ha abierto la caja de Pandora. La caja azul de Mullholand Drive. El cofre de la memoria.



La película es el intento de un hombre que hace películas por reconstruir qué pasó realmente. Saber por qué no recuerda nada o si son ciertos los recuerdos que tiene. Visita a viejos amigos. Viaja a Holanda. Empieza a contrastar vidas, hechos y memorias. Unos recuerdan. Otros no. Algunos no le recuerdan. Hay contradicciones. Poco a poco el pozo empieza a aclararse y con ello surgen las dudas, las culpas, los miedos enterrados, el porqué del horror y el porqué del olvido.




No quisiera extenderme más porque las crónicas suelen destripar demasiado o bien ocultar los objetos de la metáfora con lo cual suelen ser muy retóricas. Sólo hablo de esta película por el impacto emocional que ha creado en mí y por si a alguien le despierta el interés y se va al cine. Y la recomienda también. Debería hablar de las cualidades artísticas de la animación, del estilo Bashky en algunas secuencias, del poder surreal, la potencia onírica e hipnótica de muchas secuencias. Pero prefiero dejarlo aquí, que luego nadie tiene ovarios de leerse mis posts. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, Miranda, que quería acabar de verla porque anoche cayó dormida antes de terminarla, la ha empezado a ver de nuevo. Así que escucho a mis espaldas el sonido de las bombas, la excelente banda sonora -en una escena suena la canción Enola Gay y recuerdo cómo anoche pensé que es una canción que con un solo compás nos lleva a los años ochenta-, las voces de los personajes hablando en hebreo y pienso en la fonética tan común al árabe que muchas veces tiene el idioma de los judíos... Digo esto porque todo está muy conectado. Siempre es así, pero normalmente no caemos en la cuenta. Hace un par de horas Miranda se preparó un baño lleno de velas y aromas y se puso la banda sonora con los temas que María del Mar Bonet y Emilio Garrido pincharán el próximo martes en la sesión de La Música Contada que celebramos en el Teatro Alhambra de Granada. Lleva una semana malucha. Mareíllos, cansancio acumulado, dolores de estómago. Ha salido del baño mientras escribía el post con una sensación enorme de liberación. Muy feliz y guapa y serena. Ha tenido unas visiones que no voy a reproducir aquí porque son muy suyas e íntimas, que ha escrito en uno de sus cuadernos y luego me ha contado. El agua, el perdón, la memoria, la culpa, el olvido y el pasado que a veces se encadena en tu alma y se va manifestando en sueños, obsesiones y ensoñaciones. El agua como liberación y símbolo. Igual que en varios momentos de Vals con Bashir. Me encantaría contar algunas de esas cosas y extenderme en las profundidades. Pero eso ya es para un foro más personal. Ahora es turno de noche. Tengo que apagar el ordenador y sentarme a cenar con ella. Hablaremos. Nos daremos calor. Dejaremos que la memoria haga de las suyas. Hablaremos del horror y de la culpa. Lo mismo acabamos riendo. Es lo que tiene el primer mundo. Todo es siempre tan lejano, está tan enterrado, tan abisal, tan lejos.


Id a ver la película.


(1): El Mimódromo es uno de los inventos del profesor Androide de Copenhhage. Una especie de lugar de relax donde va la gente que necesita algo, que el cuiden y le mimen un rato. La gente que está allí atendiendo son campeones en dar abrazos, en escuchar, en hacer reír suave, en conseguir relajarte. Pero no son macizas que te dan un masaje en la ciática y lo que hacen en realidad es tensarte otro músculo. No. Hay abuelas y ancianos sabios, señoras y señores que ríen, orondos y son capaces de llevarte el olor de las galletas con colacao en el mismito abrazo. Que te cuentan un cuento y te dejan doprmido con la lámpara. Esas cosas. Si tuviera dinero lo construiría. Siempre que se lo cuento a mis amigas, les encanta la idea. Si es que las chicas para esas cosas lo suelen tener más claro. Bueno, que me marcho a mi mimódromo portátil.

lunes, 16 de febrero de 2009

Antonio Meliveo cuenta su música


Fue el pasado sábado, en la sala Gades de Málaga, a eso de las ocho y poco de la tarde, cuando Antonio Meliveo -compositor, productor, actor, empresario, especialista en iluminación y sonido y uno de los pioneros de la profesionalización de las artes escénicas en Málaga- comenzaba un recorrido audiovisual que duró unas dos horas alrededor de la música y las canciones que han marcado su vida. Llegó armado de un portátil, un micrófono madonero (de ésos que no hay que agarrar del rabo sino que se te quedan pegados a la boca, ésos que usa Madonna para poder hacer contorsiones y gritar al mismo tiempo: creo que la explicación me ha salido aún más guarrilla, ay) y una pantalla de proyección tras de sí. Lo había invitado yo mismamente a mi ciclo (yo y mi, me está saliendo esto muuuy egocéntrico; pero vamos, es real) La Música Contada (http://www.lamusicacontada.com/). El ciclo consiste en invitar a alguien que sea alguien y que tenga que ver con la música como profesional o aficionado, y nos cuente, pinche o cante en directo lo que de verdad le gusta y le ha gustado y han hecho de él lo que es. Por el ciclo ha pasado toda clase de fauna y, poco a poco, ha adquirido un cierto prestigio. Los que van a verlo y los que vienen a hacerlo suelen disfrutarlo. Así que he acabado convenciéndome de que no está mal hecho del todo y que merece la pena seguir convocando a la peña a estos discofórums y conciertos tan desnuditos, donde la pedagogía queda escondida tras el placer de ver a alguien contándote cosas íntimas y sencillas de su vida y sus gustos como si fuera amigo tuyo de toda la vida.


El caso es que Antonio, que es viejo amigo real de los años teatrales y al que siempre respetaré por haber inventado y levantado una estructura profesional alrededor de los espectáculos escénicos en una ciudad, Málaga, donde lo más profesional por tradición es tocarse la minga -hay excepciones, vaya, claro que sí, pero lo habitual suele ser el ensimismamiento- con cierto talento para parecer que estás haciendo algo muuuuy innovador y complicado. Y le respetaré también por demostrar con su propia trayectoria profesional que cualquier logro cuesta un esfuerzo enorme. Y, por fin, le agradeceré siempre haberme hecho cantar en la tele. Fue en una serie infantil de Canal Sur, llamada la Fuga del tiempo, tipo Chiripitifláuticos, donde hice un personaje bastante memo que se llamaba Dimomo. Fue al inicio de la emisiones del canal Sur, en el 89. Duró poco más de un año y lo pasé pipa, aunque no me gustase mi trabajo mucho. El caso es que Antonio, decía, logró llenar el sábado la sala Gades de amigos, familia y habituales del ciclo que disfrutamos, y mucho, su particular versión del formato. Quizás una de las más pegadas al guión que del formato se han hecho. Y una, eso doy fe, de las que más han gustado al público.


Cartel realizado por Eva Barranco (http://evabarranco.blogspot.com/) para esta edición de La Música Contada. Eva es una ilustradora granadina magnífica que da clases de dibujo en el instituto donde estudié, Martiricos. La conocí bloggeando. Mira tú...

Primero unas notas profesionales sobre Meliveo. Copio directamente lo escrito para los medios de comunicación al anunciar el ciclo: "la trayectoria profesional de este compositor malagueño está íntimamente ligada al teatro, el cine y la televisión. El Séptimo Arte, precisamente, es el que le ha dado a conocer aún más al público: las músicas de "Fugitivas", "Plenilunio", "Los Novios Búlgaros" o "El Camino de los Ingleses" son suyas. Si bien fue el fenómeno de "Solas" el que descubrió su emocionante trabajo como compositor y director musical (este trabajo le valió además su primera nominación a los Premios Goya en la categoría de Mejor Música Original). Es uno de los personajes seminales del teatro independiente malagueño surgido en los últimos años de la década de los 70. Junto con nombres como Miguel Gallego, Diego Guzmán o Rafael Torán, Meliveo fundó y participó en varias compañías. En el teatro ha tocado con brillantez todos los palos: ha sido actor, director técnico, director escénico, responsable de sonido y luces, productor y compositor. Algunas de sus bandas sonoras originales para teatro ("Farsa musical para un títere", "Rama" o "Casting: A la Caza de Bernarda Alba -el Musical-") demuestran la enorme versatilidad de este artista que siempre se ha considerado a sí mismo como "un actor de la música". Su ligazón laboral y personal con otros malagueños ilustres (los otros dos Antonios: Banderas y Soler) es harto conocida, así como su labor para compañías teatrales independientes (Teatroz, Dintel, Acuario Teatro, Teatro del Mediterráneo, El Espejo Negro, Teatro del Gato, Anthares Teatro) y su colaboración permanente con cineastas locales como Ignacio Nacho y muchos otros. Desde 2004, Meliveo codirige con Banderas Green Moon Producciones, con la que triunfaron en la pasada edición del Festival de Málaga-Cine Español: su película "3 días", cuya banda sonora ha sido unánimemente celebrada por la crítica, se llevó la Biznaga de Oro".




Bueno, ya saben quién es Meliveo. Creo que al empezar Antonio estaba un pelín nervioso. Después de haber hecho 154 sesiones del ciclo es ya ley comprobar que esta idea, que encanta a casi todos cuando se la propones, luego te deja acojonado delante de ti mismo por la dificultad que entraña ponerte delante de 300 criaturas a contar tu vida a través de música y canciones. Qué pongo y qué quito o cómo voy a dejar esto fuera son las pdudas metódicas y recurrentes que todos se hacen mientras preparan su sesión. La Música Contada que no deja de ser un espectáculo en crudo, un híbrido a medias entre la conferencia, el ensayo, la confesión, la improvisación, la charla amigable y la versión desnuda de un espectáculo teatral. Pero los nervios Antonio los despejó armado de horas de curro y ocho vídeos montados con imágenes familiares de su infancia, portadas de discos y, sobre todo, fragmentos de películas, cabeceras de dibujos animados y series de televisión.


Antonio Meliveo durante su sesión en la sala Gades.


El soporte visual es muy socorrido y evita los bostezos y las dispersiones. Si una chica en un escenario se desnuda y al lado poenmos una pantalla grande con otro desnudo, seguramente, la mayoría de la gente miraremos a la pantalla. La cosa es que Antonio sabe cómo manener la atención del espectador, que tiene años a las espaldas de teatro amateur, profesional, televisión, todo tipo de espectáculos en directo y películas para el cine (ha hecho, entre otras, las bandas sonoras de Solas, Fugitivas, La Hija del capitán, Tres días, El camino de los ingleses y es socio de su amigo de la infancia Antonio Banderas en la productora de ambos, Green Moon), y, así, nos regaló un entretenido recorrido por su vida y sus recuerdos musicales que, inevitablemente, resultaron ser los de casi toda la peña que asistió al acto y llenó la sala.

Fotograma de Top Cat, Don Gato, una de las series de dibujos animados cuya sintonía más le gustaba a Meliveo de niño

Tuvo el gusto y la sinceridad de no tirarse el rollo eligiendo músicas que denotaran su erudición y que nadie más conociera. Lo hermosos de este formato es que es una suerte de máquina de la verdad y te retrata tal y como eres. Si quieres ir de enterado, se notará mucho. No se trata de enseñarle al público lo más raro, sino lo que está en la base de tu adn musical, que normalmente, suele ser algo mucho más popular de lo que a priori imaginas. Antonio, que acaba de llegar a los 50 añitos, confesó ser hijo de su tiempo: "la mayor parte de la música que yo he escuchado desde niño ha sido en la televisión; las sintonías de los dibujos animados o de las series de televisión, o de las películas, eran las músicas principales que me han ido influyendo a lo largo de mi vida", dijo. Y dejó que las imágenes de la pantalla, los sonidos tantas veces escuchados y la memoria colectiva hiciera el resto y nos pusiera a reir, aplaudir o intentar adivinar al primer acorde de qué canción, música, banda sonora o sintonía estábamos hablando. El público terminó aplaudiendo de pie, reconociendo el esfuerzo del invitado y reconociéndose compañero en su memoria. Yo me sentí muy feliz por él. Porque es raro ver a la gente de tu ciudad admitiendo con generosidad que eres de los suyos aunque no seas como ellos: nadie es igual que nadie y todos somos como cualquiera. Y porque entre toda aquella memoria colectiva mostró también, con un entrañable homenaje, el palo del que él ha ido haciéndose una peculiar astilla musical: su padre, cantante de ópera y zarzuela aficionado, quien firmaba sus actuaciones y grabaciones como Luis Díez y que tuvo que abandonar su afición para darle de comer a su familia de nueve hijos. Ahí, en la historia única de Antonio Meliveo, en el gen que le llevó de niño junto a sus hermanos a cantar en el Teatro Cervantes y que tildasen en los diarios de la época (años sesenta) a su familia como "una familia Trapp malagueña", es donde la sesión fue única y emotiva.





Me quedo con la cara sonriente y feliz de Antonio -que siempre suele ser serio frente al público, aunque tiene mucho sentido del humor- cuando se dio cuenta de que la gente le aplaudía con cariño, verdad y reconocimiento. En el fondo, La Música Contada es una terapia y te deja desnudo frente al personal: Carlos Tena, el fantástico y veterano crítico musical y radiofonista, que hoy vive en Cuba arreglando para la SGAE los derechos de centenares de músicos cubanos, dijo en su día -entonces era mi socio en el proyecto- que el ciclo era "un streptease musical". Y Antonio se desnudó la noche del sábado. Luego, nos fuimos a cenar rodeados de amigos. Le pregunté entonces qué le habían dicho sus hermanos. Me confesó que en su familia el elogio es un bien escaso y que es habitual exigirse demasiado. Un "bueno, está bien", equivale a un "has estado cojonudo" en cualquier otro contexto. Quizás ahí, en esa enorme exigencia primigenia que le impide dormirse en la autocomplacencia, radique la fuerza que le ha hecho llegar donde está sin ser Mozart, hijo de papá o Robert de Niro. Creo que esa enorme autoexigencia puede llegar a ser un pelín frustrante para el artista que espera el reconocimiento de los suyos. No creo, es seguro. Y cuánto más para los actores, esos seres tan fascinantes en su creatividad camaleónica como a veces insoportables para convivir con ellos. Pero seguro que de ahí ha sacado su entereza para seguir luchando desde esta ciudad tan de vuelta de tantos lugares en lo que nunca ha estado. De ahí ha sacado llegar a vivir de lo que le gusta dedicándole más horas que un jornalero andaluz de antes de la Guerra Civil.


Me reencontré esa noche con varios amigos del teatro que hacía tiempo que no veía. También estuvo el promotor y musicólogo aficionado danés Beni Perlmuter, viejo y erudito amigo que conocí cuando yo trabajaba en El País y el dirigía el festival de jazz de Estepona, quien vino su mujer Dolores, profesora de danza. Creo que Dolores es de Nueva York y lo seguro es que es una de las mujeres más elegantes que he visto en mi vida. Ella y Miranda hicieron migas, tuvieron un flechazo y anudaron una próxima cita. Al finalizar la cena, el último escuadrón (el escritor José Garriga, su chica, Blanca Machuca, el escritor Antonio Soler y su pareja, María del Mar Pelegrín, Miranda y yo) acabó en la casa de Antonio Soler jugando al futbolín cuando ya el día siguiente se encimaba. Miranda le dio un puñetazo sin guantes a un saco de boxeo que tienen los Soler-Pelegrín en su garaje. Lleva dos días con los nudillos destrozados. Le regalaron un libro de fotos por la compensación y estuvimos hablando de películas, intercambio de dvd's y de la mala conciencia que algunos tenemos cada vez que nos gastamos el dinero el libros, películas, discos, cómics y cosas así, aunque no podamos parar de hacerlo.




Al día siguiente, Antonio Meliveo me escribió que se sentía un poco frustrado por la experiencia y que sería la depresión-postparto. Que al menos la mitad eran invitados amigos suyos y que se demostraba que en Málaga los compositores importan una mierda. Yo no lo veo así. Quiero decir, claro que en Málaga los compositores importan una mierda. Y los investigadores de células madre. Y los poetas no académicos. Y las abuelas de los estibadores portuarios. Todos importamos una mierda, desde Viberti, Makanaki o Eliseu hasta el cenachero, la torre de la catedral y la cripta de los Condes de Buenavista. Pero yo le diría a Antonio que el hecho de que casi 300 personas dediquen dos horas de su tiempo a compartir tu historia sin parar de sonreir no es una cosa baladí. Tal vez él, que ha estado comiendo al lado de Frank Sinatra en Los Ángeles y que aspira a que la próxima película que podruzca la vean más de un millón de personas para poder seguir haciendo otras, le parezca algo menor. Es comprensible. Pero yo creo que no, Antonio. Una vez más hiciste lo que sabes hacer: dejarte todo en el escenario e intentar entretener al público. Nadie se aburrió, amigo. Al contrario. Nos regalaste una noche impagable. Y encima fue gratis. ¿Qué más quieres, moreno?