lunes, 29 de diciembre de 2008

Superhéroes, mitos y literatura

Portada de la edición de ediciones Vértice de Los Vengadores donde lloraba la Visión. Años 60. De ahí me viene el rollo del blog.


(* Publicado en la revista de libros Mercurio. Enero 2009)

Imaginen sobre la mesa de un niño de lectura precoz el dilema: los cuatro mosqueteros ensartando a los sicarios de Richelieu o Los Cuatro Fantásticos luchando contra el tirano Víctor Von Muerte en la Zona Negativa. Las aventuras de Ulises en la Odisea o las aventuras de Tintín en el Tibet. Jesucristo haciendo de Hamlet en el huerto de los olivos o Spiderman sosteniendo en sus brazos el cuerpo muerto de Gwen Stacy. Ambos superhombres sometidos a torturas interiores. Ambos enfrentándose al hecho de que, aun siendo más poderosos que sus semejantes, ni todo su poder era suficiente para detener el destino.



Spiderman con Gwen Stacy en sus brazos. Ahí entendimos que los héroes también morían. El de arriba, Jesucristo, pues no.


Yo nací al principiar los años sesenta, cuando en Estados Unidos los cómics eran ya una forma de entretenimiento narrativo masivo, un cine barato –“cine para pobres” llamó al cómic Hugo Pratt, autor de Corto Maltés; “cine inmóvil”, lo llamó Cortázar, otro gran admirador del género- repleto de todo tipo de personajes y argumentos fantásticos, paródicos, cómicos, morales o políticos. Eran los años en los que comenzaban a transformarse las tradicionales aventuras de superhéroes surgidos en los albores de la segunda Guerra Mundial –Joe Shuster y Jerry Siegel vieron publicado a su Superman en 1938 por vez primera- en aventuras de mayor calado psicológico, por un lado, y en aventuras colectivas, por otro. Así se empezaron a lanzar las primeras ediciones de grupos de superhombres luchando codo con codo: la Liga de la Justicia de América, creación de DC, y Los Cuatro Fantásticos, X-Men y Los Vengadores, creaciones del guionista Stan Lee para Marvel. Yo nací en lo que llaman la Edad de Plata de del comic-book americano. Yo nací rodeado de superhéroes.




Con mamá en el parque de Málaga, señalándome a Superman por el cielo


Los Vengadores dibujados por John Buscema. Eran los años 60



En aquellos años, en España los tebeos eran –casi siguen siéndolo, que el Premio Nacional de Cómic sólo lleva dos ediciones- un arte menor. Un mero entretenimiento donde el chaval, al menos, leía. Esto es, tu padre se ponía contento si leías tebeos al principio porque se admitía que te enseñaban a leer y además se aseguraba que no le rompieras un jarrón jugando al fútbol en el pasillo. Pero, desde luego, jamás consideró que detrás de toda aquella narrativa articulada en viñetas pudiese alimentarse un cerebro de escritor o fabulador. Vale, Tintín estaba bien. Astérix era divertido. Y los dos tenían perritos: está bien que los niños tengan mascotas. El Capitán Trueno era de los nuestros. Mortadelo y Filemón eran muy graciosos, como Carpanta, Anacleto –esa versión hispana del Super Agente 86- o Zipi y Zape. Pero nada que se hiciera con dibujitos podía ser serio, niño, a ver si dejamos los tebeos y leemos algo de interés, que dicen los maestros que eres muy listo.



El libro de Humbert. Me lo regalaron cuando tenía siete años. Y aún lo conservo.



-¿Y me puedes comprar el libro de Mitología Griega y Romana?
Sí, claro. Un libro es un libro. Y era cosa de sacar pecho ver al niño con el libro de Mitología Griega y romana de Jean Humbert editado por Gustavo-Gili o con otro de animales y hombres prehistóricos donde se explicaban las teorías darwinianas y podías charlar de paleontología con seis añitos.
-Hércules hizo doce trabajos, como los meses del año y como los signos del zodíaco. Los australopitecos son antepasados del hombre actual, que es sapiens.
-¿Lo ves como eres muy listo? Esto es mucho mejor que los tebeos y los dibujos animados. Que luego te pones a hacer mohínes y se te queda una cara feísima.


Thor, el dios nórdico de la Guerra, con su mojlnir, el martillo de poder.



Así que comencé pronto a simultanear libro y tebeo. Y entre éstos ya se camuflaban una serie de volúmenes editados por la editorial Vértice que, bajo el epígrafe de Historietas Gráficas para Adultos, nos traían las aventuras de todos los héroes de la Marvel: Vengadores, La Masa, Dan Defensor, Patrulla X, 4 Fantásticos, Estela Plateada, Capitán América, Spiderman, Hombre de Hierro, Thor... Como las novelas folletinescas del siglo XIX de donde surgieron tantos títulos de Alejandro Dumas, Balzac, Hugo, Stevenson, Dickens, Dostoievski, Flaubert, luego celebrados literariamente, los cómics de superhéroes se adherían a la serialidad del continuará. Y como las novelas que se aconsejaban para mi mente infantil, creadas por Stevenson, Julio Verne o Salgari, estaban llenas de acción, aventuras y elementos fantásticos. Claro, que eso no lo podía apreciar mi padre que ni era capaz de hojear un solo tebeo, ni tampoco había leído jamás 20.000 leguas de viaje submarino, por más que lo recomendara con tesón y hasta con amenaza.




Supermán, años 50.



Amé los superhéroes porque luchaban y no desfallecían. Porque siempre sabían dónde estaban los buenos y, pudiendo tirarse la vida padre, elegían una vida de perros. Porque tenían poderes, como los dioses mitológicos y como el dios que aún había que reverenciar. Y mejores que ellos, dónde va a parar, que entre multiplicar panes y peces y atravesar galaxias en bolas sobre una tabla de surf no había color. Los hombres siempre nos hemos nutrido de mitologías que han devenido en religiones o ficciones simbólicas para explicar qué somos, escapar al temor de la muerte y simbolizar nuestros anhelos de divinidad. Y, de forma tan curiosa como recalcitrante, hemos sido luego capaces de creer reales nuestras propias fábulas. Los vikingos invocaban a Thor con la confianza que les traería la furia del trueno en sus batallas. Según leía yo en mis cómics, en las calles de Nueva York paseaba aún Thor blandiendo su martillo y encomendándose a Asgard, acompañado de otros tipos superfuertes que estaban una y otra vez salvando al mundo de amenazas.



Thor, pero el de la Marvel. Más molón que el otro, fijo.


Entonces ya entendía, aunque no tuviese capacidad para defenderlo, que Teseos y Batmanes estaban cortados por patrones similares. Que Superman era una especie de Jesucristo con malla y capa: inmortales, su reino no era de este mundo y ambos tuvieron padres adoptivos. Que el Capitán América y Prometeo se parecían mucho. Vale, las historias de los superhéroes siempre tenían el mismo esquema: malo-malísimo amenaza al mundo o a una parte de él; bueno-buenísimo lucha contra malo-malísimo para impedírselo; malo-malísimo está a punto de derrotarlo; bueno-buenísimo acaba dándole su merecido hasta el próximo número. Pero es que las mitologías y las religiones también eran siempre parecidas. Y en nombre de todas se había matado alguna vez por pura convicción de que era ésa y no otra la verdadera y fetén. No conozco ninguna guerra que haya traído bajas entre amantes de Magneto y adoradores de Lobezno. Al cabo, los tebeos eran sólo historias. Bueno, historietas, que ni categoría de historias tenían. Y nada malo podían traerte, aunque papá pensase lo contrario.
-Esa mierda sólo te llena la cabeza de tonterías.




La portada del primer número de los Vengadores. Año 64.



El problema de la credibilidad del superhéroe al que su condición de personaje franquicia le ha hecho pasar una y otra vez por situaciones inverosímiles, malos dibujantes, guionistas acelerados y decenas de cambios para seguir asombrando al público, sólo lo solucionarán el tiempo y los concilios. Eso mismo le sucedió a Jesucristo del que sus epígonos contaron y escribieron todo tipo de historias, muchas contradictorias, y del que hoy, oficialmente, y por más que la historia y la arqueología se empeñen en demostrar que la elección de las ipsum verba carecía de más fundamento que el de fijar la imagen deseada por el poder religioso de turno, sólo se admiten cuatro versiones, corregidas y manipuladas. Bueno, eso mismo le pasó al Quijote, del que salieron versiones, precuelas y ediciones apócrifas hasta muchos años después.



Hasta Will Eisner, el creador de Spirit hizo una versión en cómic de El Quijote



Cuando en el instituto mi profesor de Literatura nos enseñó que El Quijote no fue considerado hasta bien entrado el siglo XVIII el momento literario que ahora es sino un relato paródico donde se contaban las aventuras de dos idiotas imposibles, un libro humorístico, sin gravedad, como si la literatura se midiese por la densidad y oscuridad de sus temáticas o presupuestos formales, empecé a pesar que tal vez todo fuera cuestión de perspectiva. En el fondo, el canijo avejentado vestido con armadura y el gañán regordete y flatulento subidos a sus monturas, eran en su época tan ridículos en su vestimenta como nos parecerían si nos cruzáramos en la realidad con la Bruja Escarlata o Wonder Woman. Cada época crea sus mitos, o actualiza los arquetipos anteriores y también inventa o actualiza su vigencia y significados.



La Bruja escarlata, de los Vengadores, por Frank Cho. Se llegó a casar con la Visión que era un androide. No me preguntéis cómo lo hacían.



Los cómics de superhéroes son un compendio de la imaginación humana, de sus mitologías pasadas y contemporáneas. Hoy los superhéroes, además de franquicias que producen mucha pasta, además de mitologías posmodernas, son nutriente de obras literarias más que estimables como la novela que ganó el Pulitzer en 2001 de Michael Chabon Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay (Mondadori), un título que describe maravillosamente la situación social y económica de los Estados Unidos donde surgió la llamada edad de Oro de los Cómics (años 30).




Ilustración del gaditano Carlos Pacheco para Los 4 Fantásticos.



A estas alturas, decidir qué narrativa eliges para alimentar tu ocio, tu espíritu o tus Batuecas particulares, si pictórica, cinematográfica, oral, literaria, fotografiada o viñeteada, carece de importancia. Hay novelas capaces de matarte de aburrimiento y cómics que te ensalzan el alma. No lo digo yo, lo dice gente como Auster, Cortázar o Savater. Ahora es el momento de leer Persépolis de Marjane Satrapi (también existe en película), de hacerse con algún álbum de Daniel Cloves –Ice Heaven, puede bastar-; cómo no, devorar lo que sea de Will Eisner; de leer a Chris Ware, a Carlos Giménez, el Maus de Spiegelman, las historias Rutu Modan, las maravillosas historias de Taniguchi, el Ozu del cómic japonés, de la fabulosa Lost Girls de Allan Moore y Melinda Gebbie, una historia paraliteraria donde unas adultas Wendy del Peter Pan de Barrie, Alicia del país de las maravillas de Carrol y Dorothy la protagonista del Mago de Oz de Frank Baum, se encuentran para dar rienda suelta a todas sus fantasías sexuales.



Marjane Satrapi


Carlos Giménez


Ilustración de Art Spiegelman sobre Maus


Ilustración de Chris Ware. El autor de Jimmy Corrigan. Imprescindible.

Y un Icaro de Taniguchi.


¿Y de los superhéroes, qué? ¿Hay alguno que llevarse a la cama pasados los cuarenta? Muchos, les diría. Muchísimos. Pero tal vez baste uno sólo: Watchmen (Planeta) obra creada en los años 80 por el guionista y escritor inglés Allan Moore –posiblemente, el escritor que más ha contribuido a demostrar que la complejidad de las tramas y los personajes puede aplicarse a géneros tradicionalmente considerados menores- y el dibujante Dave Gibbons (exquisita también The Originals, que ha salido este año, una obra exclusiva de Gibbons que recrea en una estética retrofuturista, las peleas entre mods y rockers de los años 60), la primera novela gráfica que ganó el Premio Hugo, hace ahora 20 años. En aquella historia el cómic dejó también de mirar con desdén al superhéroe. Lo dotó de problemas adultos, de artritis, de profundidad psicológica, halitosis, crueldad, complejidad y miserias. Era cuestión de tiempo que los mitos crecieran, pegaran un puñetazo en la mesa y luego les doliese. Todo es mudanza. Vi morir a mi padre en la cama. Como a Alonso Quijano o el Capitán Marvel. Hasta entonces, y hasta que el cuerpo aguante, seguiremos leyendo tebeos. Y novelas. Y poemas. Y mitos. Y ensayos. Hasta prospectos de farmacia. Vaya a ser que algún efecto secundario nos dé un superpoder de chiripa.





Los Watchmen, de Moore y Gibbons. Miller los ha adaptado al cine. Miedo me da.