Bruno G. me cuenta en Madrid la historia de una mujer, una periodista -no recuerdo el nombre, no importa, llamémosle Margarita- que incluyo rápidamente en mi carpeta interior de historias que me conmueven. La describe como una mujer madura, muy buena en su trabajo, muy certera y poco amiga de estupideces. Sufre, desde hace muchos años, una extraña clase de ceguera y viaja -creo recordar- con su marido para realizar sus reportajes por el mundo. Esa ceguera consiste en que te permite ver nítidamente durante dos momentos del día: el amanecer y el atardecer. Apenas una hora en cada uno de ellos de manera que cada día experimentas en dos ocasiones el éxtasis pleno y su futilidad, su acabamiento. Haga lo que haga, esté en cualquier parte del mundo donde esté, su vida tiene esos dos momentos ineludibles como ancla y referente: el nacimiento de la luz y su devanecimiento. Y nunca hace nada en esas dos horas de luz salvo ver.
Y pienso, escuchando a Bruno que esta mujer, llamémosle Margarita, recibe de la vida iluminada lo mejor de ella, la explosión de los colores, su voluptuosa metamorfosis desperezándose o marchándose. Pienso en Margarita y su paradójica suerte que le permite entender, merced a esta extraña enfermedad casi mitológica, la existencia y el tiempo y el enorme valor del presente continuo, sin tener que asistir al momento de melancolía del resto del día. Pienso en esas personas que ven cosas que el resto jamás creeríamos, gracias a sus limitaciones aparentes. Como ese atleta que corre más rápido que ningún otro los cuatrocientos metros lisos merced a las prótesis combadas de fibra de carbono que sustituyen a su falta de piernas. Nadie le pregunta a una semiciega qué es lo que ve; quiero decir, nadie la elige como autoridad en visión, como impiden al atleta teóricamente impedido competir con los atletas completos y sanos, aunque sea más veloz que ellos. Pero lo cierto es que ella, llamémosle Margarita, se dedica a contar, a describir con palabras escritas lo que ve cuando no ve porque ya ha visto todo lo que necesita: el principio y el fin y la fugacidad del instante. Recuerdo ahora esa canción que Björk cantaba en el peculiar musical de Lars Von Trier, Dancer in the dark, porque creo que describe lo que pretendo sugerir. Traduzco y versioneo:
(I've seen it all)
Ya lo he visto todo
Ya lo he visto todo,
ya he visto los sauces del cielo llorar,
y he visto a mi tierra recobrar la paz.
ya he visto los sauces del cielo llorar,
y he visto a mi tierra recobrar la paz.
He visto a un amigo matar a otro amigo,
y vidas enteras perdidas sin más.
y vidas enteras perdidas sin más.
Ya vi lo que fui
-sé lo que seré-
lo he visto ya todo,
y no hay más que ver.
Tú lo has visto todo.
Todo lo que has visto
puedes revisarlo en tu pantallita.
Las luces y sombras,
lo enorme y lo chico
recuérdalos bien: no más necesitas.
lo enorme y lo chico
recuérdalos bien: no más necesitas.
Si viste quién fuiste, sabes qué serás,
ya lo has visto todo, no hace falta más.
2 comentarios:
lovely film androide, si con ese encanto que proporciona la visión de las cosas como son.
AnitA
A mi es que ya sabes que Bjork no me gusta nada, así que...
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