La conciencia de la muerte y el dolor se bañan en humor negro en el poemario de esta brillante poeta malagueña
Balance de Negros. Carmen López. Colección Puerta del Mar. 26 páginas.
Si un poeta, en tanto hacedor de artificios condensados que generan emociones y sinestesias, se calificase por su equilibrio entre originalidad y tradición, Carmen López (Málaga, 1970), sería una poeta con mayúsculas. Cada vez más habitual en antologías y congresos de poetas mujeres –sí, ya sabemos que poetisas queda monísimo, pero conozco a pocas poetas que le guste ese canesú tan evanescente para referirse a su vocación–, CL ha ido haciéndose un nombre de respeto desde la humildad personal y la singular orfebrería de su lírica formal. Su obra, iniciada en papel dentro de la estimable colección Monosabio del Ayuntamiento de Málaga con el libro Geografía del silencio (1999) y continuada por Mutis por el abismo (Muestra de poesía joven, Málaga, 2000) ha aparecido en antologías y en la Red (www.poesia-carmenlopez.com/ y www.otredadezelig.blogspot.com/) hasta la publicación de éste, su libro más aquilatado, compendio de sus temáticas y fórmulas poéticas. Balance de negros, con el que CL se suma a la vasta nómina de poetas que han publicado en la colección Puerta del Mar que la Diputación de Málaga creó al principiar los ochenta, es un volumen que distingue a la autora como una virguera que procura que las palabras vayan desflorando nuevos significados a su encuentro.
Temáticamente, esta licenciada en filología, diseñadora y profesora universitaria en Málaga, tiene casi un único motivo que atraviesa su obra: la muerte como evidencia constante, la muerte como compañera lúgubre que te recuerda en cada acto cuál es tu destino. Ni el amor, ni la belleza, ni Dios tienen en la poesía de Carmen López una voluntad redentora. Ella se obstina en recordar que un minuto más es un minuto menos y que todo lo que crece está obligado a la fosa común del eterno acabóse. Pero, como buena conocedora de la tradición, como lectora afín al lenguaje del barroco y sus epígonos, con Miguel Hernández a la cabeza (como ejemplo, titula uno de sus poemas, Arquitecto en lunas, homenaje al Perito el lunas del poeta de Orihuela), López, amante de las esdrújulas, se instala en un (h)uso cultista del lenguaje, en un espacio donde la condensación y el hermetismo conceptual, la sugerencia y el habilidoso manejo de los tropos la alejan de cualquier concesión a la autobiografía de línea clara y tan encantada de haberse conocido que mucho se ha practicado en los últimos años. No, López no perdona. No quiere que sus poemas se reciten como canciones para teenagers. Ella no habla de dolor buscando consuelo y lástima. Caros a su imaginería todos los motivos espectrales, románticos, vanitosos, e infernales, López parece apelar al lema que precedía el Infierno dantesco: “oh, vosotros que entráis, abandonad toda esperanza”. Sin embargo, CL sí plantea una salida para paliar el afán suicida que destila su conciencia doliente: el humor. Humor negrísimo, cierto. Pero humor que es una puerta de alivio en el existir y que nace, precisamente de su oficio poético. Los juegos de palabras, las paradojas, los oxímoron, las aliteraciones, las metáforas que Carmen L despliega como una hechicera de artificios poéticos humanizan su conciencia y modernizan a esta autora que une erebos y buffering desde una herencia surrealista que cifraba el hallazgo poético en el encuentro inesperado de conceptos de diferentes especies. López, brillante, nos habla del desasosiego, sí. Pero desde el juego y la evidencia de que sólo nos resta esa mueca burlona que puede helarse ahora mismo. Baste su poema Proteico para ilustrarnos: “Se ha vuelto proteico/ este dolor/ adopta tantos gestos/ como momentos del día/ a las tres se desmemoria/ a las cinco recuerda su trabajo/ a las siete con cemento recubre su labor/ a las nueve trasiega la concordia/ a las once se disfraza de palabras/ a la hora del sueño/ me deja macerando/ por si acaso recompongo la huida/ me sumerge al baño maría/ con pesas de dolor en los tobillos”. Y, ahora, es su turno, lector. Toca leerla como quien mastica una bola de opio.
(Publicado en la Revista de Libros Mercurio. nº 104)
2 comentarios:
Mira, esta chica y yo tenemos en común los sujetalibros de la estantería.
las tetas y poco más (como ginebra), romanticismo trasnochado de tu poética seductora para adular a quien ni se lees y por tanto no será excuhada:
Cuabto artificio hay en tu (héctor) poco arte de vivir
así nos va
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