viernes, 6 de agosto de 2010

La impunidad y el miedo: contra el cese de Diego Manrique en Radio 3

Mientras el verano con su manto de letargo y tiempo muerto se impone, la impunidad sigue. Los que cesan, los que cierran el grifo, los que destituyen, los que se van con otra u otro sin avisar, los que mandan la carta de despido porque intuyen pequeñas pérdidas, a los que les gusta olvidar para no sufrir... Me acuerdo de ellos cuando pienso en Diego A. Manrique y su cese de Radio 3 por no avenirse a aceptar las condiciones de su mantenimiento. Ignoro la trastienda del asunto. Será, como siempre suele suceder, un "este chulito que se cree muy listo porque escribe muy bien no me va a vacilar a mí, que tengo más poder". Será, porque suele pasar así, una cadena de enredos, causas y consecuencias, de dictados políticos interpretados libremente, desaires acumulados, rencores no resueltos, venganzas, egolatrías, mediocridades humanas, en suma, y eso en medio de una Radio 3 ya atomizada, llena de clanes, miedos, conspiraciones y miradas bajas en los pasillos. Una radio que pasó en poco tiempo -cuánto son 30 años- de ser modelo, niña bonita y referente de creatividad a quedarse como un oasis relativo, como ese bar donde el dueño ya no paga la luz porque intuye que van a embargárselo cualquier día de éstos. Debe ser la edad, que antes en éstas me salía el rebelde inquebrantable y ahora sólo me sale el desanimado cascarrabias.



Está claro que se juega con nuestra impotencia y nuestra limitada energía. Algo sencillo en una sociedad, la española, poco habituada a negociar y respetar. Diego es uno de los mejores y más brillantes periodistas musicales que ha dado España, si no el mejor. Como todos los críticos, ha reunido odios de los criticados con loas de melaza sospechosa a cargo de los temporalmente alabados. Como cualquiera que haya trabajado en los medios, habrá sido alguna vez perro guardián o pastor de sus amos, con o sin conocimiento de ello. Como cualquier persona con criterio y vergüenza, se habrá resistido a eso miles de veces. Como cualquiera que se haya resistido, habrá recibido avisos, palmaditas con espíritu de amenaza, ultimátums, castigos. Habrá guardado silencio un millón de veces y habrá hablado entre líneas y en código rossetta otro millón. Habrá hocicado alguna. Y entre unas y otras cosas habrá ido perdiendo la inocencia.



Seguro que él ya no se empalmará como hace 40 años, cuando empezaba en esto. Pero resulta que, ahora que ya gasta gesto de cansancio, tics y una cierta suficiencia, ahora que el fiel oyente le pilla las coletillas y las repeticiones, ahora que su voz es única, con sus pros y contras, es justo ahora cuando es más imprescindible. Ahora este hombre brillante, conzienzudo, profesional, este fabuloso escritor, este pedagogo, es ya un maestro de escuela que ha aprendido a enseñar a leer como nadie. Como todos nosotros, tiene y tendrá una hagiografía apócrifa. En nuestro envidioso país acumulará muchos enemigos íntimos, algunos fieles escuderos y admiradores silenciosos. Lo del cese de Diego y el parón en su actividad profesional en la radio es una putada porque, como tantos otros, invitados a marcharse o a prejubilarse antes, o echados mismamente, es muy, muy bueno y único en lo suyo. Lo de Diego es, además, un aviso más de que esto -y con 'esto' no me refiero sólo a Radio 3 ni al Ente público RTVE- se lo están cargando más rápidamente de lo que pensábamos. Es la constatación de que no es suficiente con ser bueno, ni muy bueno en lo que haces, sino que, sobre todo, debes ser adaptativo e inteligentemente dócil si quieres mantenerte.



A Diego no le ha servido ni el respeto profesional del sector, ni su trayectoria, ni los premios, ni siquiera el apoyo de Lara López en la dirección de Radio 3. No sé qué le habrá tumbado finalmente. Sólo sé que El Ambigú era un estupendo programa donde se combinaba gusto musical, criterio, inteligencia y brújula. Sólo sé que Diego a los sesenta años -como todos los que han trabajado muchos años- merecería un poco de reconocimiento y protección. Mantener lo que se ha ganado. Sólo sé que Diego nos ha enseñado a muchos muchas cosas. Y nos ha enseñado cosas fundamentales pero a las que aquí, en España, no se les da importancia alguna. Diego fue uno de los pioneros en tratar con rigor a la música popular dándole categoría por el tratamiento verbal, informativo y cultural que él le profesaba. Del mismo modo que diarios como El País, cadenas como Canal + y un singular artículo de Jorge Valdano en la Revista de Occidente sirvieron en España para darle al fútbol y al deporte un trato distinto a la épica pelayina o el vandalismo, Diego y su generación han contribuido a que en algunos lugares de España se le tenga respeto a hablar de rock, boleros y mariachis. Y eso no es una estupidez.



Y por eso, porque aunque sea único, no es el único ni el último que verá como apagan o intentan minimizar su voz. Conviene recordar el famoso poema del reverendo alemán Martin Niemöller: "Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,/ guardé silencio,/ porque yo no era comunista, /Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,/ guardé silencio,/ porque yo no era socialdemócrata,/ Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,/ no protesté, porque yo no era sindicalista, /Cuando vinieron a llevarse a los judíos,/ no protesté,/ porque yo no era judío,/ Cuando vinieron a buscarme,/ no había nadie más que pudiera protestar".



Hay ahora circulando varias cartas de protesta a la dirección de Radio Nacional contra el cese de Diego. Ya sé que es agosto y no hay nadie por ahí. Pero si alguno queda que crea que podría prestar su firma a una causa que consiedere justa, puede hacerlo por aquí. No sabe nadie si eso servirá de algo. Posiblemente, y esto es una suposición, A Diego le guste en este momento de debilidad, saber que se le tiene aprecio por lo bueno que ha hecho y que a muchos nos encantaría que no dejase nunca de hacer.



Sólo hay que firmar aquí



http://www.petitiononline.com/manrique/petition.html



Héctor Márquez de la Plaza. Periodista y gestor cultural. Creador y director de La Música Contada.

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