lunes, 24 de marzo de 2008

Miranda sobre el pecho


Miranda se recuesta en mi pecho. Imberbe y casi femenino, se convierte en la guarida del león, en el lugar donde sanar heridas, en el templo donde nada puede pasarle. Y dos animales fabulosos se posan, invisibles, alrededor nuestro para proteger esta ternura. Mientras se curan sus heridas el sonido que la distingue va renombrando las paredes de la casa.

Durante el zumo, mi hijo adolescente cantaba canciones de cuando niño.

-Hoy tengo el corazón contento, papá.


Sonrío. En el estómago surge aquella olvidada sensación de dulce vértigo que te atrapaba antes de entrar a un escenario. Empieza la travesía. Mientras Miranda hace que el agua resbale por su piel devolviéndole la vida poco a poco, convoco un antiguo poema que ahora tiene sentido:


En el equipaje:

una manta de lealtad

y confianza.

La que no da asco.


Y un botiquín de últimos socorros

para los que llegan tarde.

Dentro, un arsenal de drogas prohibidas por los jerarcas del miedo.


Reglamento para evitar mareos:

prescindir del uniforme. La ilusión del poder se sube a la cabeza.

Se acaba navegando en miseria disfrazada: el uno nunca es otro.


Reza al menos una sentencia de vida:

Lo que teme el miserable es la riqueza sin dueño.


Incluye un neceser de amor.

(No ocupa tanto).


Lleva un traje de recambio para las citas imposibles.

De piel dispuesta y gratuita. En silencio de la guarda.

Un calzado desnudo

para coronar la muerte con ternura.


Protégete de la cobardía con bálsamo de los animales olvidados.


Y no olvides el ángel de entretanto regalando el abrazo.


No, no te hace falta brújula, ni culpa, ni justicia.


Venga, zarpa, ya. Es bueno equivocarse.

1 comentario:

Don Peperomio dijo...

El pollo de abajo es el de un asador que hay cerca de la Plaza Felix Saénz?? estoy casi seguro...