Tras la representación de Dios, de Woody Allen. En el salón de actos del Instituto de Martiricos. Hace 27 años.
Llegados a cierta edad solemos hacer balances de nuestra vida. Relamemos los días vividos, lo que recordamos de ellos hasta limpiarles las aristas, los dolores de articulaciones, el disgusto mortal de un fracaso, las envidias o el insomnio y nuestras torpezas. Hacemos nuestro Director Final Cut con las películas de nuestra vida hasta dejarlas impolutas, perfectas, casi salidas de un guión.
-¿No te acuerdas de aquel día a la salida del instituto? Nos lo pasamos de puta madre. Tú no parabas de reírte con mis ocurrencias.
-¡Pero si te llamábamos el lacio por la poca gracia que tenías! Eras capaz de convertir un chiste descojonante en un pésame...
Así la memoria. Total, ya los neurobiólogos y los psicólogos nos llevan contando con experimentos lo que ya sabíamos: cambiamos hábilmente los autorrelatos de nuestra vida desde el mismo instante en el que se produce para que se adapte a la visión del director, para evitar vergüenzas, sentimientos de culpa, decepciones o dolores.
Al acabar la histrioneida. Casi 30 años después.
Viene esto a cuento porque hace una semana nos reunimos en casa diez supervivientes de lo que hace muchos años fue un grupo de teatro amateur. Yo hoy tengo 45 y cuando entré en el grupo de teatro del instituto de Martiricos, 17, así que pueden hacer las cuentas. Nos reunimos después de muchos años sin vernos o bien muchos años de apenas saludarnos por la calle con un gesto fugaz. Las vidas de cada cual han elegido caminos muy diferentes pero parecidos en el fondo. Las arrugas, las grasas o las canas se nos han instalado a cada cual con diferente generosidad. Nos sigue gustando charlar, reír, imitar, contar y refelxionar. Lo cierto es que la reunión dejó una impresión común: nos lo pasamos todos de puta madre. Todos nos reconocíamos.
-Joder, parece que estuve hablando contigo anteayer. ¿Sigues con tu chico? ¿Cuánto hace ya que os presenté? ¿Diez o doce años, no?
-Ahora cumplimos 19 años juntos.
-Me cago en la puta... Cómo pasa el tiempo, qué fuerte.
Hace una semana. Y no perdemos el apetito...
El grupo de teatro se acabó llamando Histrión. Nació en el Instuituto de Martiricos, ya dije. En el curso 1979-1980. De la mano del profesor del la Escuela de Arte Dramático y actor malagueño, Leo Vilar, fallecido hace muy pocos años. La afición al teatro dejó su huella en casi todos. Varios estudiamos Arte Dramático y tuvimos un tiempo de vida teatral. Algunos siguen haciendo teatro. Algunos dan clase de teatro y siguen trabajando en ello. Algunos viven de ello. Alguna hay que se ha convertido en una famosa y respetada actriz, que a punto ha estado de llevarse un goya recientemente. Otros no han vuelto a subirse a un escenario. Pero todos, todos, confirman que aquellos maravilosos años sí fueron, en realidad, maravillosos. Necesarios. Por más que nuestro recuerdo se empeñe en actuar limando aristas y olvidando asperezas. Pusimos en pie cinco obras de teatro: Dios, de Woody Allen; En un nicho amueblado, de Jesús Campos García; Con un cierto olor a Navidad, un recital poético con textos de varios autores; La infancia de Picasso, una animación sobre un texto de un servidor escrita con motivo del primer centenario del nacimiento del pintor; El triciclo, de Fernando Arrabal y Los gemelos, de Plauto). De parte de nuestras cenizas surgió otro grupo de teatro, Brea Teatro, que aún, de tarde en tarde, estrenan piezas originales de la autora Mercedes León. Casi 50 personas colaboraron en algún momento con el grupo que fue, para muchos, nuestro laboratorio de iniciación sentimental, nuestro primer aprendizaje serio de que el trabajo colectivo da frutos y satisfacciones que ningún logro individual consigue y, sobre todo, un espacio donde canalizar las rarezas expresivas de tanto creativo adolescente.
Año 81. Estuvimos en el primer homenaje que la ciudad le hizo a Picasso. Antes de todas las fundaciones y museos.
-Te echo de menos más de lo que podía imaginar.
-Yo también.
-Que esto no se quede aquí, por favor. Sigamos viéndonos.
-Claro que sí. No perdamos el contacto.
-La próxima hago yo de comer. Y llamamos a Carlillos.
-Yo tengo el teléfono de Jotajota. Que si hacemos esto otra vez le avisemos.
-¿Te acuerdas del chiste aquél de la vela que contabas, Washi? Siempre el mismo. No había quien te entendiera. Peor nos desconjonábamos todos.
-La verdad es que no me acuerdo como era.
-Pero nos reíamos todos.
-Sí. Nos reíamos todos.
Después del reestreno del espectáculo Dios. En un bar de Martiricos. Estamos casi todos.
(A Juanan, a Antonio, a Paco, a Nuria, a Rafael y Antonia, a Washi, a Javier, a Juanmi, a Leo, a Carlillos, a Triqui, a Paca, a Deli, a Salud, a Susana, a Arturo, a Cristina, a Casto, a Jotajota, a Jose Rueda, a Adolfo, al coreano, a Manoli, a Alfonso y Aurora, a Mati, a Pedro, a Jose Antonio, a Carmen, a Maricarmen, a Mayka, a Guillermo, a Ana, a Enrique, a Elisabeth, a Rafa... y a todos los que formaron parte, de una u otra manera, de aquella maravillosa aventura).
2 comentarios:
O tempora, o mores ("Tiempos de moras". Antología del disparate. Luis Díez Jiménez).
¿Quién eres, Ari Gato?
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