viernes, 14 de marzo de 2008

Miranda y el mar

Hablo de Miranda porque es ella. Es casi mediodía y Miranda conduce con el hilo de la voz uniéndonos mientras cruza la Estepa. Si alguien nos escuchara sentiría a una pequeña orquesta de cámara mezclando chelo y piano en nuestras voces. Viaja Miranda a buscar a sus niñas que no son suyas. Y, mientras, en este estar aparentemente lejos, dos pechos se sienten cada vez más cerca e tanto las distancias en kilómetros se estiran y se alejan.
-Bueno, amor. Que me están pitando y van a multar. Luego te llamo.


Treinta minutos después, Miranda vuelve a llamar.

-¿Estás en casa?
-Sí.
-Coge el disco de Amancio Prada de Leo Ferré. El de Vida de artista. Yo tengo mi copia aquí en el coche y la estoy escuchando.
-Espera, lo busco.
-Está en el montón de la izquierda de los cedés.
-¡Qué memoria visual! Ahí estaba.
-Pon el corte once, cuando vaya a sonar, cortamos el teléfono y lo escuchamos a la vez juntos.
-Ya...

(Y entonces la voz de cristal de Amancio y la guitarra de Josete sustituyen al pipipi del teléfono móvil. Y dice Amancio interpretando a Leo Ferré):

La marea en el corazón
me zarandea como un cisne
me muero en cada canción
de una inocencia al aire libre (...)

Soy el fantasma de luna
que sale en noches de escarcha
para abrazarte en la bruma
y recogerte en su marcha (...)

Se hundió la mar se acabó
la arena bala en la playa
como rebaño infinito...
La mar pastora me llama.


Una hora después, Miranda vuelve a llamar. Digo, holamiamor pero no me contesta. Está hablando con sus niñas que no son suyas. Sólo me ha invitado, invisible, a estar con ellas, a escucharlas y hacerlas reales. Luna, la mayor, canta una canción de broma. Selva, la salvaje india chiquinina, repite el eco de las palabras de su hermana en algunos finales. Yo también la acompaño, entre risas arrobadas, aunque nadie me escucha ni lo sabe. Miranda ríe feliz y desbordada, con esa risa de madreniña que gasta, ante cada paso de baile que no puedo ver pero que estoy viendo. Ríe porque son suyas las niñas que no son suyas y quiere que sean, en este instante, en este sólo momento, mías con ella. Y que mía a su lado sea también esta pertenencia del amor que tiene sin poseer. Esta felicidad por el fruto que crece libre y bello. Este jardín de alegría, tan lejos, tan cerca, tan por teléfono, tan azul envolviendo, tan eso quiero, amor, no sé hasta cuándo, pero en este instante sin dudarlo para siempre.

Y Miranda, aquí, a mi lado cuidando nuestros pasos. Haciéndose visible en lo invisible. Llenando de luz la ciénaga y la distancia. Con su voz cristalina, que es todas las cosas buenas que recuerdo.

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