Madrid. Frío. Interior taberna madrileña. Tardinoche. Con E. y K. Acaba de llegar Bruno. K. se lanza a contar y ocultar. Revela y esconde. Quien quiera que le siga. E. pide lentejas. Todos hemos pedido vermús de ésos que se hacen con sifón. K. rivaliza en cuidados hacia E. Bruno escucha, como siempre, pendiente y agazapado, sabiéndose hacer invisible. K., sabio y fotógrafo, cuenta con dos dedos menos una de las historias más hermosas que he escuchado en mi vida.
K: Es una historia que escuché hace tiempo. Conocí a la protagonista. Una mujer senegalesa muy mayor. Ella iba cada día hacia el mar a contar historias. Creía que sus historias viajaban por el mar hasta llegar a Brasil. Porque, decía, los caminos del mar van directamente de Senegal a Brasil, a ningún otro país. Y las contaba para que en Brasil, donde fueron sus antepasados, las escuchasen y se las trajesen de vuelta. Quiero hacerla en cine. Pero aún no he resuelto cómo contar las palabras viajando a través del mar.
(Le digo soluciones posibles. Elipsis. Nada le interesa. Ninguna sirve. Las despacha sin atender siquiera, como un Nerón aburrido de los comentarios vacíos de sus súbditos. Creo que le gusta esta historia como está. Pensar que es una historia imposible de contar en imágenes en movimiento. Pensar que esta historia es el ejemplo claro de que el cine es un arte limitado. Sentir, quizá, que existen historias inaprehensibles. Historias que justifican los límites de un artista).
K: ¿Tú sabrías cómo encontrar dinero para producirla?
(Le cuento de Málaga y su festival de cine, donde colaboro. Le hablo de las secciones de documentales, de los mercadocs. De cómo allí pude ir con su tratamiento de guión e ideas y buscar a alguien que se entusiasme con la idea. Corta la conversación).
K: El cine no sirve. El cine me cansa. No me gusta el cine.
(Recuerdo que E. me pasó un proyecto de Koldo que consistía en una especie de Cine Club itinerante. Toda las películas fundamentales de la Historia del Cine estaban allí).
Hace una semana de esta historia. No dejo de pensar en la mujer que va al mar para que el océano haga de cartero y mande los cuentos de sus antepasados a los hermanos de Brasil. E. se ha quedado en Madrid. Esta tarde verá a K. Nos hemos mandado mensajes por móvil. Son historias antiguas, de cuando los hombres se buscan, se encuentran, imaginan o tiemblan.
lunes, 18 de febrero de 2008
Una mujer le habla al mar
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