martes, 12 de febrero de 2008

Confesarse con melodías prestadas


Ficha: Siberia propia. Isabel P. Montalbán. Bartleby ediciones. 72 páginas.

A través de sus memes y citas literarias, Pérez Montalban revela su poética y su tributo a la literatura

Para quien no la conozca, Isabel Pérez Montalbán, Isabelita o Pepunto para amigos, cordobesa afincada en Málaga desde hace años, es una poeta de palabras mayores y una trabajadora impenitente. Es también una persona tan cercana como huidiza. Una mujer que en carne y hueso no parece sino un emisario diplomático de la que aparece en su escritura. Una escritora de altura que, poemario a poemario, ha ido convenciendo a los que se hayan visto atrapados por la capacidad de sobrecoger de sus textos. Una mujer que ha elegido confesarse con el disfraz revelador de la poesía y que en cada libro va saldando cuentas con los seres que la habitan, con su biografía, con su familia y ancestros, con su cultura, con su identidad, con su deseo y sexualidad, con sus emociones, y, ahora, con su propia naturaleza de escritora, de autora. Ahora, decía, con este libro nos muestra su casa: la casa de las palabras de los otros, de todos los escritores que ha ido siendo al ir leyendo y amando a cada cual y que la han convertido en una mujer de palabras, una desconocida que confiesa.
Siberia propia es el título de un libro de cuarenta poemas trufados con centenares de citas de títulos o fragmentos de novelas, relatos, ensayos o poemas de otros tantos autores, clásicos, contemporáneos o actuales de la literatura universal. Citas que luego recoge y ordena al final del libro con minuciosidad académica por orden de aparición y orden alfabético, como si de los actores y técnicos en los créditos de una película se tratase, dándole al poemario una intención de obra colectiva. Porque si empieza con una cita de la Carta de una desconocida de Stefan Zweig –que tan brillantemente llevó al cine Max Ophuls, tan grato a la cinefilia de Isabel- y, realmente, así llama en su interior a todo el poemario, termina en su último verso con una cita al libro de memorias de Neruda, a quien ella tanto reconoce, Confieso que he vivido.
Esta Siberia propia que nos ofrece la poeta es muchas cosas a la vez. Collage, obra colectiva de mano única, acción poética –no hay que desdeñar el conocimiento que posee Isabel del arte contemporáneo- y artefacto confesional. Un libro culto, que nos recuerda a la vez el valor de la tradición en tiempos de desmemoria y suplantación y el hecho de que la posmodernidad ya construyó a una generación que se define por lo que elige y samplea y que usa el símbolo a sabiendas de su valor de cambio en el índice Nikkei de la cosa cooltural.
Es un libro de citas, llaves y confesiones. Un libro que reúne a la Isabel lectora y revisionista, la mujer que hace de sus memes y sus elecciones, su poética y su humilde servidumbre. Siendo todos y todas Isabel va más allá del hecho poético, trasciende el rockcollection y crea una obra nueva. Siberia propia es un arcón mágico que contiene centenares de cajones cerrados, llaves y puertas. Un Alicia en el País de las maravillas que no esconde su intención de megajeroglífico pero que puede leerse como el emocionante relato del amor pretendido y aterido de una mujer. Juguemos a la interpretación: Siberia es lugar abandonado donde el frío reina y donde exiliaban y condenaban al olvido –donde habitaba otro exiliado, Cernuda- a los disidentes comunistas: el libro más emocionante de Isabel para este subjetivo cronista es Cartas de amor de un comunista. Y Siberia es la página en blanco como la vasta tierra -La tierra baldía con la que T.S. Elliot simbolizaba el fracaso amoroso entre un hombre y una mujer- siempre nevada, blanquísima. Siberia es también blanca sábana donde el amor salvífico –otra invención cultural- promete y sucumbe a cada rato. O, en definitiva, es Siberia página en blanco donde me invento o descubro lo que soy. Y allí –en la nieve de los olvidados, en las sábanas donde los amantes conocen la tristeza que sucede a la pequeña muerte, la misma sábana mortaja que te envuelve, en el papel lleno de signos y memorias y testamentos- Isabel pecó queriendo ser otro. Allí es donde Isabel se juntó con diletantes e hijos del gulag sin dejar de amar a los de su amada espalda raída. Ella es su propia página en blanco esperando la mancha que provoca el disparo. ¿Total y qué importa?, acaba preguntándose. Para encontrarse con tu propia mortaja, con tu propia humanidad: uno es siempre los otros.
H.M. (Publicado en Mercurio. 2008)

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