martes, 12 de febrero de 2008

La deuda

Los viejos soneros dejaron de cantar sus canciones en Cuba, las que invitaban a bailar y emocionarse, porque allí pensaban que estaban llenas de postales enemigas y tiempos tormentosos del mucho glamour imperialista. No hay signos inocentes, pero tampoco toda señal es sospechosa: un arma puede no ser disparada y una palabra de amor puede matar. Hoy esos viejos soneros son uno de los descubrimientos mercadotécnicos más recientes de occidente. Llenan teatros con gardenias dobles o mandingas con esa dignidad tan cubana de árbol que conoce bien al viento que lo mueve. Y los creían cascarria de microsurco. Rubén González, Ibrahím Ferrer, Amadito Valdés o Guajiro Mirabal, (como en otros lugares Compay Segundo o La Vieja Trova) cantaron y sucedieron la música el jueves en el Teatro Cervantes que se rindió delante de una embajada sonora y sensorial que unía cuatro siglos sin edad en siete músicos.Pero luego, como hacen muchos gitanos flamencos y algunos flamencos no gitanos, fueron a dar más sin contrato. "El mejor pianista del mundo", dicen ahora los titulares: don Rubén González, junto al contrabajo Orlando "Cachaíto", tocaba en Málaga a las dos de la madrugada gratis en el pub de un Miguel Hernández que no quiere ser llorando el hostelero: El Cantor de Jazz. Unas y otros cantaron boleros y se arrodillaron ante los dedos artríticos del anciano sobre un viejo piano de pared. Don Rubén olvida a veces cosas, pero nunca que es músico. Y regala su único equipaje, el que no te pueden requisar de sonidos en las aduanas. A ellos no les roba ningún bloqueo ni ninguna obediencia debida. Y son lo que son: música de una isla que recordaron, no se sabe cómo, en el pequeño calor que ciudadanos de Málaga les brindaron. No había prohombres de la patria. Para qué. Pero que algo les hayamos dado a cambio. Al menos dejar constancia de que la música, la emoción, las ideas o la comunicación sin intermediarios, no puede recalificarse, requisarse, robarse siempre e impunemente.

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