Cañizares, apellido que en este caso no es meta sino guía y jerarquía espiritual para los andaluces católicos orientales, advierte en su archirrevista de la Archidiócesis de Granada desde un artículo elaborado con motivo del día mundial del SIDA, que el condón no es panacea. Y sigue diciendo -hablo de noticia- que las autoridades sanitarias callan que la goma falla más que una escopeta de caña en lo de preservar a la caña del bichito. Con lo que tira cada vez que le dejan, la cabra al monte (al de Venus o al de Marte, cada cual se las arregle con sus divinidades) deja dicho eso el arzobispo y ahí te las compongas cuando te quieras poner algo, que no resuelve la duda. Recuerda el vicario de Cristo, tirando de medias estadísticas "fiablemente científicas", que hubo quien se lo puso y luego se descompuso. Y como es el SIDA enfermedad de no saberse aún cómo atajar y se agarra entre zonas húmedas y en eso las partes condonables andan bien despachadas, y como no se sabe tampoco por qué extraña sinestesia las cosas del espíritu católico tienen tanta afición a la entrepierna, pues Cañizares habla de las vísceras que le archiatañen a él que a nosotros ni nos van a pertenecer en vida y en la muerte para qué. Antonio Cañizares no recuerda esa máxima de Epicteto: "no son las cosas las que nos dan miedo sino las ideas que tenemos de las cosas". O lo recuerda demasiado. Cañizares, por supuesto, no da alternativas, que para algo nos sirven la imaginación y los 20 siglos de iglesia católica. Incurre en obviedad al decir que el sexo seguro, con o sin condón, no existe. Pero si al deleite del azar, que decía algún poeta, le pedimos, eficacia, seguridad o fiabilidad, en vez de pasión, crecimiento o incertidumbre, mejor comprarse un Megan que echarse un polvo. Su argumento ("el condón no es la panacea contra el SIDA") no deja de ser veraz, pero omite que no existe más panacea contra el SIDA ni contra nada, que no haber nacido. Vivir, y usted lo sabe, monseñor, implica admitir un considerable número de factores de riesgo para acabar espichándola. Y muchos de esos factores difícilmente predecibles nos hacen la vida un poco más llevadera. Entre ellos, los concernientes a lo lúbrico, que es algo que a la iglesia le suele poner de los nervios. Las autoridades sanitarias dice Cañizares que no advierten. Y dice bien: han convertido un profiláctico de uso esencial, según ellos, en un negocio de escandalosas proporciones. Pero es que todo lo que tenga que ver con nuestra salud se convierte en un escandaloso negocio en una sociedad que pretende hacernos "enfermos de salud". Cañizares, que no es meta sino guía, nos ha dejado ese hálito de angustia que sabe que dejan las palabras de un jerarca entre su grey. Y diga, padre, si se advierten los riesgos y se controla más y se cobra más barato el producto, ¿nos permitirán coyunda, placer, elección, entonces? Podía haber aprovechado mi arzobispo para deliberar sobre la cadena católica libertad-deseo-placer-culpa-enfermedad-muerte. Pero, en cambio, ha recordado que nada es infalible. No nos diga, monseñor. Y si lo lúbrico ataca, ¿admitimos nuestra responsabilidad o nos vale una novena?
martes, 12 de febrero de 2008
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