martes, 12 de febrero de 2008

Lampando

Marbella. Residencia Mar Mar del Rey Fahd de Arabia Saudí. Alrededor de las toneladas de riqueza concentrada se levanta un ecosistema de seres lampando (:esperar anhelantes, es una palabra popular malagueña; en el María Moliner dice de lampar 'picar algo en la boca', pero usamos el diccionario Juan Cepas de las palabras dichas). Aquí, en el palacio donde los ceros no tienen límite, se concentran a diario decenas de personas, españoles y marroquíes. Esperando, lampando por un trabajo. Algunos lo han logrado: Juan Carlos, chófer por 15 mil pesetas al día, espera que arranque uno de los 200 automóviles alquilados por el rey. Él comenta que los árabes que le mandan no hacen otra cosa que "comer dátiles y beber cocacola, casi sin ganas". A Juan Carlos, español, le parece que lo tratan con desprecio. Alí, marroquí, cree que lo tratan "de puta madre". La pobreza, estar lampando, dicen, une, más allá del color y el dogma.
Leemos y vemos en el diario La Opinión de Málaga las fotos de los que sueñan con la propina diaria del séquito real, con la necesidad innecesaria del rico: como la de ese jeque árabe que tiene alquilada una habitación en el Hotel Puente Romano, como la que usan Ray Charles, Sting, Bruce Willis o Prince, a 350.000 pesetas al día hasta septiembre y nunca la utiliza. O con la basura misma, más opulenta que las despensas de millones de personas. Con el otro diario de la provincia, Sur, hemos completado el puzzle. Las fotografías son ahora del encuentro entre Fahd y Juan Carlos I de Borbón, en casa del saudí. Son reyes, por tanto iguales, y conversan amigablemente en inglés. En una charla muy reciente con Justo Navarro, el novelista granadino recordaba que es prudente y sensato comprar varios periódicos para reconstruir algo la realidad. Cierta realidad.
Es fácil solidarizarse enseguida con los lampantes, más que nada porque nunca seremos reyes y también hemos vivido -incluso vivimos- de las sobras de otros, de sus necesidades innecesarias. Y también porque solidarizarse cuesta muy poco. El otro día mil personas lo hicieron con Carlinhos Brown en el Cervantes, bailando como posesos. Es fácil sentirse el pobre sabiendo que uno nunca será el rey. Debajo de casa, un hombre rebusca entre las basuras de los solidarios. Podría él cambiar la letra, sentirse rampante en vez de lampante, y escribir: "tiraron la mitad de una empanada, unas cartas a las que sólo falta un as, unos zapatos que aún pueden sostener a un hombre".

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