martes, 12 de febrero de 2008

El rostro


Esta noche he vuelto a soñar con encapuchados. ¿Quién está detrás? Como los cuadros de Magritte donde los amantes tienen cubiertos los rostros con un sudario que es casi la máscara esencial. Como aquella obra de teatro que se llamaba Laetius. Como la noche donde María se cubrió el rostro con un jersey mientras desnudaba su cintura y abría los labios de su sexo. Como el preso del Rico. Como el encapuchado. Como los superhéroes.
Quién está detrás.
Un crío rápido y nervioso lee durante el recreo libritos antiguos. Los ha traído de casa de su abuela. Son novelas populares de detectives de los años 40. Pistolas, enigmas, crímenes, muertes, pasión, secretos, misterio. Mujeres rubias. Hombres con sombrero y pistola. Hombres y mujeres con identidad secreta. Hombres y mujeres que se enamoran de la identidad enmascarada y conviven con la identidad secreta sin reparar en ello. Héroe que nace cuando se oculta. Un crío listo y nervioso devora esos libros en la esquina de una terraza al caer la tarde durante el recreo de su clase de párvulos. Es el único de su clase que lee. Lee muy bien. Como si tuviese tres años más. No puede compartir eso con nadie. Lee los títulos de esos libros. Perlas y sangre. La muerte talla. El Palacio de las sombras. Los documentos del fiscal. Está cayendo la tarde. Y oye tras de sí las risas de sus amiguitos. A veces juega con ellos como el más alegre. Otras, se resguarda melancólico y solitario en las esquinas. Siente una presencia en la espalda. Una niña de su clase le pregunta “¿qué estás leyendo?”. Y, de repente, un calor nunca sentido, como una montaña de abrazo mágico, le envuelve y le une a esa presencia dulce de su espalda. No se atreve a mirar. No quiere que eso acabe nunca. No quiere que sea un sueño. Ella espera. El contesta. “El Encapuchado. Está enamorado de La Antorcha. No saben que se conocen”. Los segundos son eternos. Él no se da la vuelta. Es de su clase. Pero está ahí por primera vez. No puede mirar al rostro de esa niña que trae el calor más dulce del mundo. No quiere romper el hechizo. Ella se marcha. “Vale. Adiós”. Como siempre, sentirá que no hizo lo que debía. ¿Debió volverse? ¿Debió invitarla a sentarse? ¿Debió cogerle la mano? ¿Cómo a aquél ángel? ¿Quién era él? Una niña se había acercado al bicho raro. Y ese calor no lo olvidará nunca. Buscará siempre ese calor de nuevo. Están unidos pero no lo saben. Pueden hacerse bien y no saben cómo.
Con los años se dirá y sentenciará:

“Una vez más, estás proyectando”.

Luego llegaron los rostros que aparecían en la cocina. Alguien estaba proyectando de nuevo. Esta vez no era él. El mundo estaba lleno de bichos raros que no sabían comunicarse entre ellos.
H.M. (Para Es.)

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