martes, 12 de febrero de 2008

Ficciones

Los hombres de la televisión sólo saben hablar de televisión. Y a veces lo que dicen no dice nada, pero es una nada televisiva: como el productor ejecutivo de la teleserie Friends, Todd Stevens allá en Ronda la semana pasada. Tras oírles manejando cifras de personas a miríadas como quien recluta ejércitos se sospecha que no existe vida más allá de ese aparato que nos trata como tanto por ciento. Los hombres de televisión sólo hablan de pasta. Como casi todos los hombres: hablan de pasta, poder y propiedades, personas incluidas. Han dicho: "en España triunfa la ficción televisiva española". Más que el fútbol. Más cifras. Publicidad. Pasta. Basta. Gior.
España es un país de ficción, una ínsula tan Barataria como el espectáculo de los malagueñós Teatroz que se ha llevado la palma en Palma del Río. "Españaes". Como reza el eslogan encadenado de la línea de diseños artísticos que el viernes presentaron en Torre del Mar el pintor Buly y su compinches Javier Olaechea y Miguel Ángel Toro: iconos y símbolos sobre una camiseta de un país imaginario que se devora a sí mismo y siempre le nace una pata nueva. España es también esa televisión que vemos de a millón según delatan unos aparatos que nadie tiene en casa pero nos vigilan. España es el niño que en un poema, veía Lorca comer naranjas mientras, al presagiar su muerte, hacía testamento: "dejad el balcón abierto". Y de ahí saltamos vía satélite al Naranjito exprimido sobre la pupila de Clemente, otro tipo de ficción catódica. Del balcón abierto a la tele encendida, por ponernos buñuelianos y seguir en audiovisual.
El problema son las historias que se cuentan en España. Que más da que también en Ronda Jordi Balló (su libro La semilla inmortal en Anagrama, ilustra cómo sólo 21 argumentos llevan combinándose desde las noches de las civilizaciones para contar esas historias en libros, cines o teles) recuerde que hay historias que contar que nunca se cuentan por televisión. Ahora ha cerrado la galería sevillana de Juana de Aizpuru, empresaria que ha decidido no perder más dinero y sacarle un poco de trascendencia mediática a su gesto: en esa lucha entre lo viejo y lo nuevo, hay cosas que mueren antes de conocerse. Y el arte contemporáneo (¿cuál?) deberá morir para suscitar interés. Hablan los pintores Sierra y Suárez de un mito que acaba. Pero es que hace mucho que estamos en el tiempo de los posthéroes. O los virtualmitos. Hoy a Hércules no le hubieran valido sus doce proezas si una cámara no se las grababa. Usted o yo somos pura ficción. No sé si me entiende: Picasso pintó en directo para las cámaras.

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