martes, 12 de febrero de 2008

Ni modernos ni todo lo contrario


Los antimodernos. Antoine Compagnon. T. de Manuel Arranz. El acantilado. 256 pgs.

Una revisión del concepto de lo moderno en la literatura y pensamiento francés de la mano de uno de los teóricos galos más importantes del momento

Tras sus ensayos sobre Proust, Baudelaire o el libro Cinco paradojas de la modernidad, citado con frecuencia durante los 90, el filósofo, ensayista y catedrático de literatura francés –de la Sorbona y de la Columbia University de Nueva Cork, ojo, pata negra– Antoine Compagnon publicó en Francia hace un par de años este Los antimodernos, una especie de revisión cultérrima y exquisitamente chauvinista del concepto de modernidad en la literatura y pensamiento franceses y de las relaciones entre tradición e innovación en la cultura gala. Como buen brillante cátedro, Compagnon –que acaba de ser incluido entre los 30 filósofos franceses más influyentes del momento– sustenta con toda clase de figuras retóricas, citas y notas bene este ensayo que ya viene traducido a España con un premio Nacional de Ensayo francés en la solapa. La tesis es ingeniosa y esconde un viejo axioma: nada o nadie es más algo que aquél o aquello que pretende negarlo con vehemencia, puesto que quien niega asume dentro de sí lo que rechaza. En paladino: viva la paradoja. ¿Y de qué habla Los antimodernos? Pues de cómo la literatura francesa, con su capacidad de creerse, negarse, promocionarse y analizarse paralelamente a la vez que se escribe, es capaz de inventar una etiqueta para definirse y poder revisarla una y otra vez a fin de mantener su vigencia.
Irreductibles y admirados galos: hacen bien en defender lo suyo. Luego, desde la vecina España les miramos aviesos cuando recogen los frutos que ellos se guisan y ellos se comen no sin antes inventar toda una paleta de adjetivos y conceptos que definan los mil sabores que guarda un croissant, a partir de ahora croasán. Así logran convertirse en poetas del tiempo/ fabricantes de eslóganes que nacen con vocación de epitafio romano. Significan y teatralizan lo inefable. Eso, como se dice en Jerez, es tener muchísimo arte.
“Los antimodernos son los modernos en libertad”, dice el autor. Como buen docente, hace taxonomía y despliega citas y referencias para demostrar que no se inventa nada sino que tira de conceptos que vienen desde la revolución francesa. Y le sirve la cosa para seguir adorando a los imprescindibles padres y divulgadores de la modernidad antimoderna, Baudelaire, Balzac, Proust o Chateaubriand e ir sumando al mismo nivel a escritores menos leídos fuera de Francia como Barbey d´Aurevilly, De Maestre o La Mennais, para provocar la necesidad –tan ¿antimoderna?– de conocer la obra de tanto maestro oculto y así paliar semejante ignorancia, tan papanatas, tan subrayada por ese estilo tan francés de repintar el universo y reservarse el descubrimiento de los mejores quásares, perdón croasanes. Y es que Compagnon de tanto usar la antimetábola, el oxímoron, el quiasmo, la hipálage y la paradoja, nos deja con dolor mandíbula (vale, será la primavera). Recordemos esa regla inmutable: sin consenso no hay metáfora sino sumo artificio. Hermoso, sí, que Compagnon es un escritor de inmensas habilidades retóricas, heredadas de los Barthes, Derrida, Deleuze, Foucault o Baudrillard.
Pero para que no se vayan con la sensación de que hemos hecho un mimético ejercicio de acompagnamiento les dejamos un breve resumen de las características de los antimodernos: son contrarrevolucionarios, anti-Ilustrados, pesimistas, sufren escribiendo, son románticos por mera nostalgia, tienen conciencia del pecado original, cultivan el vituperio, participan de lo sublime y son reaccionarios con encanto (ay, qué solita que se está quedando la euroizquierda). En fin, que no tienen 15 años.

H.M. (Publicado en la revista Mercurio 2007)

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