martes, 12 de febrero de 2008

Una poeta necesaria


Cuánto dura cuanto. María Eloy-García. El Gaviero. 72 páginas.

El nuevo poemario de María Eloy-García la confirma como una poeta dominadora de la ironía y única en su especie

Confieso que escoger para la reseña a María Eloy-García (Málaga, 1972) viene de una afición personal. Glosar para matar como que no le veo mucho interés, salvo que sea a un poderoso rodeado de matones editoriales. Estamos con una poeta flaca pero llena de fibra alimenticia, nacida y vivida en una ciudad de provincias donde, eso sí, siempre se ha escrito, editado, leído en público y organizado mucho alrededor de lo que se considera poesía. María es una rara que se explica muy bien. Poeta porque, como ella dice, un día tomó conciencia de que (al loro, que son ipsum verba): “(Escribo poesía) desde que me di cuenta de que lo que contaba era mentira: o una verdad exageradísima o una mentira con intención de verdad, o una mezcla para que ambas no se delaten”. A María aconsejo verla recitar, porque es un espectáculo y porque es de las pocas que ha entendido que el poeta lector, ya que cobra por leer al público, debe entretenerlo con armas expresivas (salvo que sea uno de tantos infiltrados que tiene la iglesia católica que recitan sus poemas como una epístola de San Pablo). María es buena. Muy buena. Sabe lo que dice y por qué, y se entrena en cómo decirlo.
Cuánto dura cuanto es una colección de instantáneas formales que demuestran dos cosas (bueno, lo mismo demuestran más, pero tampoco me pagan para darles la ecuación del universo): que sin ironía y sentido del humor no merece nada la pena y que ya está bien de dejar a la poesía en el ámbito de lo irreal. Hija de su tiempo, María poetiza sobre cualquier cosa, como una fotógrafa brossiana. No elige lo bello de las enciclopedias del Museo Parnasiano. Sino que se va a los supermercados, a los frigoríficos, a las mirillas de las puertas que importan por quien mira apostada detrás, a las lecciones y datos que saca de documentales, libros y aulas logrando el extraño y lúcido efecto de ver cómo los tropos poéticos iluminan la inteligencia y reduplican las capas de sentido cuando se mezclan palabras frikis y conceptos filosóficos y científicos con el universo de los céfiros esdrújulos y los deseos humanos de entender.
Al cabo, un poeta que escribe no es más que un virguero de las palabras, los ritmos, las insinuaciones y lo metafórico. Básicamente es alguien que mira con láser y escribe con ritmo. Y que logra cierta capacidad de acercarse a lo inefable uniendo mundos de distintas estanterías. Pero lo que ahora abunda es ombliguismo, afectación y falsa modestia. Las excepciones, que las hay, no excusan la enorme plaga de poetas ñoños que infestan los anaqueles. María no lo es. Si quiere recordar un polvo real o soñado en unos folios, acaba hablándonos de la extraña panadera de un hipermercado (el polvo para el que se lo trabaje o sea capaz de imaginarlo). Si quiere definir su contradicción entre lo poético y lo verdadero nos hace un truco de magia al estilo Juan Tamariz. Y acaba recordándonos que la verdad no consiste en unir los puntos de la manera adecuada para que aparezca el dibujo perfecto, el único dibujo. Sólo simplemente en inventar el dibujo y en señalar los puntos.
He llegado hasta aquí sin decir que María ya tiene una obra nutrida publicada en colecciones institucionales, interesantes antologías de raros y raras, plaquettes, voladizos y modestas editoriales que aman a los poetas que se arriesgan. Tiene también dos premios interesantes: el Ateneo de Málaga y el Carmen Conde. Pero tiene sobre todo la capacidad de querer ser poeta a pesar de las trampas, ropajes y sandeces con las que la poesía se ha ido vistiendo gracias al efecto OT que la asola. Una bonita voz no convierte a un cantante en artista. La mayoría de los poetas no son ni útiles ni necesarios salvo para sí mismos. Yo creo que María Eloy si es una poeta necesaria porque desmonta lo poético desde lo poético. Incluye el humor en el éxtasis para quitarse dioses de apoyo en el afán de entender una realidad llena de preguntas. Y convierte al poeta en un artificiero de lo imposible, que se disfraza de profesor de metafísica o neurobiología; de comprador del Carrefour, de filósofo con resaca, de un óptico que fuera capaz de crear lentes para microscopios pero se empeñara en usarlas para calcular longitudes del pene mirando bultos. Una de las grandes cualidades de María es la de sacar petróleo a la inteligencia. A la suya y a la del lector. Y ella, con esa pose Diógenes en la que travestida casi de suma sapientísima, lleva al casting poético thermomixes, charcuteras o prótesis dentales, cuenta su fragilidad recordando que el rey va desnudo. Y que detrás de los ropajes no hay más que artificio para paliar el frío, ansia de entender, angustia. Y que sólo la complicidad en el darse cuenta de lo que no se entiende en absoluto acaba, sino iluminándonos, al menos dándonos el consuelo de intentarlo.
H.M. (Publicado en Mercurio 2007).

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