Dos jugadores del Unicaja Málaga de baloncesto, el afroamericano Lou Roe y el alemán Uwe Gordon, dieron positivo en un control antidóping, tras un partido que el club malagueño perdió con contundencia, al detectársele restos de hachís. Como todos sabemos el tetrahidrocannabinol (principio activo del hachís) es una sustancia cuyos efectos son similares al que las espinacas tienen en Popeye: te fumas un mai y te vuelves Jordan. Pero como es sustancia tozuda de eliminar (hasta 20 días o más) a pesar de que no mantenga sus efectos (apenas unas horas), los pipís cantaron porro. Para la FIBA el hachís es sustancia prohibida. No pasa así en otros deportes donde se intenta ser algo menos estulto a la hora de diferenciar entre sustancias estimulantes y anabolizantes, que dan teóricas ventajas al deportista que las consume, o psicoactivas, hachís entre otras, donde la ventaja pasa al adversario del consumidor. Todo eso sin entrar en que según demuestran análisis químicos poco difundidos, lo que se comercializa por estos sures desde hace diez años como hachís es una mixtura de excremento de mula, goma arábiga, henna y alquitrán de hachís (v. La cuestión del cáñamo, de Escohotado, en Anagrama). Pero eso es otra historia. Hay que decir que al club le asiste el derecho de sancionar a un trabajador que no rinde conforme se le paga (aunque Roe y Gordon mantuvieron contra el Gran Canaria sus estadísticas), pero parece ilógico que lo castigue no por bajo rendimiento sino por consumir sustancia absurdamente prohibida. Encima el Unicaja se ha significado con campañas de deporte sí, droga no, lema que algunos toxicómanos en privado defienden en público con vehemencia. Y, prohibida o no, el hachís es una droga, como el alcohol o el café. Así ha dicho el club en nota pública: nuestra imagen está por encima del éxito deportivo. Detrás de todo late que ni Roe ni Gordon pesan en su equipo lo que Bodiroga en el suyo, y hay quienes ven la ocasión para rescindir sus contratos y fichar otros cracks extranjeros. Pero Roe ya ha dicho que nones, que el año pasado a un pívot básico del Joventut, Tanoka Beard, le pasó lo mismo, sólo que con una sustancia estimulante. Entonces el club logró que la sanción federativa (tres meses sin jugar) se cumpliese, en verano, cuando no se juega. Lo bueno de las contradicciones es que acaban cantando. Lo malo de la hipocresía institucional es cómo se reafirma con falsedades o medias verdades. ¡Viva el pensamiento científico!
martes, 12 de febrero de 2008
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