Pensar. Vergílio Ferreira. T. de Isabel Soler El acantilado. 334 páginas.
Un libro necesario y hondo, testamento de uno de los escritores más grandes en lengua portuguesa del siglo XX
“Una lengua es el lugar desde el que se ve el Mundo, donde se trazan los límites de nuestro pensar y sentir. Desde mi lengua se ve el mar”. Lo dice, lo escribe, porque escribe diciendo, Vergílio Ferreira (1916-1996). Antes de lanzarme a Pensar, busco al hombre que dice algo así. Quiero saber cómo figuraba este hombre que murió en Lisboa y fue abandonado por sus padres, emigrantes, cuando niño. Que se licenció en clásicas y fue profesor de instituto; que escribió novelas, ensayos y poemas; que fue ganando premios y respeto a lo largo de su vida hasta hacerse con el equivalente al Cervantes en lengua portuguesa, el Camoes (1992) y que pensó al paso del mundo que iba viviendo. Lo encuentro fotografiado entre alumnos el año de su jubilación. Ahí está, charlando con ellos, sentado entre los pupitres. El gesto del poeta, impecablemente trajeado, no muestra asomo de vanidad. Contrasta con el de los jóvenes que le miran entre sonrisas con arrobo y atención. Parece un actor de carácter de películas de Jules Dassin. Ah, amaba lo francés. Quizás por eso tradujo a Camus, a Sartre, a Saint-Exupèry y se planteó existencialista. Pero sin náusea. “Porque toda la verdad del hombre se encuentra en su invisibilidad o en la ignorancia de sí mismo. Y la verdad se conoce cuando se descubre y no cuando se impone […] porque la verdad es lenta, y una vida es rápida”.
Ya estamos en Pensar, título casi testamental de este escritor grande de verdad, traducido por Isabel Soler para la editorial El Acantilado, dirigida con tanto criterio por Jaume Vallcorba que parece mentira. Pensar es un libro-lazarillo, un libro hondo y necesario. Un diario de microensayos, de reflexiones a vuelapluma, donde el fútbol, la música barroca o el follar (sic) se cruzan con Marx, las paradojas de la lógica o la eternidad. Pensar es necesario por su esencialidad y precisión en un momento donde las consignas y los eslóganes publicitarios suplantan a las reflexiones. Ferreira obra con la modestia oriental de un maestro zen abarcando las preguntas eternas en fragmentos de diario y mostrando decenas de vías por las cuáles el pensamiento humano logra convertirse en iluminación: epigramas, koans, poemas, relatos, paradojas, anécdotas y ‘poesofía’. No se impone desde el “o estás conmigo o estás contra mí”. Es un libro compañero, pleno de ironía, sinceridad y melancolía que te invita al deleite sin excluirte como lector activo. Donde el hombre que se pregunta y aconseja es el mismo Ferreira pensante que se dirige al Ferreira anciano, mostrándole que, más allá de los temores humanos, dios es nuestra creación, que todos los seres humanos participamos de la misma humanidad, que ya podrá venir la muerte algún día y que ésa es nuestra única certeza. Y mientras él piensa, te abraza, y te enseña, como un viejo socrático, que tuya también es esa magnífica herramienta del pensar. He aquí uno de estos escasos libros.
Su lectura resulta transformadora. La poesía que lo inunda es la precisión lógica de un metafísico hecho de melancolía, construido desde su idioma. Un libro para gozo de lectores que buscan libros que les saquen de la esfera del ‘dejà vú’ y de la autoayuda disfrazada de filosofía. Piensa, piensa tú conmigo, parece decir este testamento de un sabio que escribía sabiendo que una lengua donde se oye el mar vastísimo ya convoca esas verdades que conocemos, aunque no caigamos en ellas hasta que son dichas tal y como anidan en nosotros. Un libro para ser salvado de cualquier quema. Un libro que se explica por sí mismo. Qué envidia de esos alumnos de la fotografía.
H.M. (Publicado en la revista Mercurio 2007)
Un libro necesario y hondo, testamento de uno de los escritores más grandes en lengua portuguesa del siglo XX
“Una lengua es el lugar desde el que se ve el Mundo, donde se trazan los límites de nuestro pensar y sentir. Desde mi lengua se ve el mar”. Lo dice, lo escribe, porque escribe diciendo, Vergílio Ferreira (1916-1996). Antes de lanzarme a Pensar, busco al hombre que dice algo así. Quiero saber cómo figuraba este hombre que murió en Lisboa y fue abandonado por sus padres, emigrantes, cuando niño. Que se licenció en clásicas y fue profesor de instituto; que escribió novelas, ensayos y poemas; que fue ganando premios y respeto a lo largo de su vida hasta hacerse con el equivalente al Cervantes en lengua portuguesa, el Camoes (1992) y que pensó al paso del mundo que iba viviendo. Lo encuentro fotografiado entre alumnos el año de su jubilación. Ahí está, charlando con ellos, sentado entre los pupitres. El gesto del poeta, impecablemente trajeado, no muestra asomo de vanidad. Contrasta con el de los jóvenes que le miran entre sonrisas con arrobo y atención. Parece un actor de carácter de películas de Jules Dassin. Ah, amaba lo francés. Quizás por eso tradujo a Camus, a Sartre, a Saint-Exupèry y se planteó existencialista. Pero sin náusea. “Porque toda la verdad del hombre se encuentra en su invisibilidad o en la ignorancia de sí mismo. Y la verdad se conoce cuando se descubre y no cuando se impone […] porque la verdad es lenta, y una vida es rápida”.
Ya estamos en Pensar, título casi testamental de este escritor grande de verdad, traducido por Isabel Soler para la editorial El Acantilado, dirigida con tanto criterio por Jaume Vallcorba que parece mentira. Pensar es un libro-lazarillo, un libro hondo y necesario. Un diario de microensayos, de reflexiones a vuelapluma, donde el fútbol, la música barroca o el follar (sic) se cruzan con Marx, las paradojas de la lógica o la eternidad. Pensar es necesario por su esencialidad y precisión en un momento donde las consignas y los eslóganes publicitarios suplantan a las reflexiones. Ferreira obra con la modestia oriental de un maestro zen abarcando las preguntas eternas en fragmentos de diario y mostrando decenas de vías por las cuáles el pensamiento humano logra convertirse en iluminación: epigramas, koans, poemas, relatos, paradojas, anécdotas y ‘poesofía’. No se impone desde el “o estás conmigo o estás contra mí”. Es un libro compañero, pleno de ironía, sinceridad y melancolía que te invita al deleite sin excluirte como lector activo. Donde el hombre que se pregunta y aconseja es el mismo Ferreira pensante que se dirige al Ferreira anciano, mostrándole que, más allá de los temores humanos, dios es nuestra creación, que todos los seres humanos participamos de la misma humanidad, que ya podrá venir la muerte algún día y que ésa es nuestra única certeza. Y mientras él piensa, te abraza, y te enseña, como un viejo socrático, que tuya también es esa magnífica herramienta del pensar. He aquí uno de estos escasos libros.
Su lectura resulta transformadora. La poesía que lo inunda es la precisión lógica de un metafísico hecho de melancolía, construido desde su idioma. Un libro para gozo de lectores que buscan libros que les saquen de la esfera del ‘dejà vú’ y de la autoayuda disfrazada de filosofía. Piensa, piensa tú conmigo, parece decir este testamento de un sabio que escribía sabiendo que una lengua donde se oye el mar vastísimo ya convoca esas verdades que conocemos, aunque no caigamos en ellas hasta que son dichas tal y como anidan en nosotros. Un libro para ser salvado de cualquier quema. Un libro que se explica por sí mismo. Qué envidia de esos alumnos de la fotografía.
H.M. (Publicado en la revista Mercurio 2007)
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