martes, 12 de febrero de 2008

Un príncipe canta

Mientras Celia Villalobos andaba cesando como del rayo a gerentes -Eugenio Chicano- demostrando su voluntad de no usar las mayorías absolutas en plan mazo, sobre el escenario del Teatro Cervantes -donde sí seguirá Salomón Castiel- cantaba un príncipe africano a todo el mundo. Era viernes y noche. Allí, Youssou N'Dour y parte de su orquesta, la Super Ètoile de Dakkar. En Senegal es un dios: allí es más conocido que el presidente. Decenas de compatriotas del rey se habían infiltrado entre los blanquitos que pagaban entre 4.000 y 800 pelas para escuchar a un músico grandioso. "Es nuestro líder", decía un paisano del hombre elegante que sube cinco octavas en varios idiomas, tras un concierto que fue como una misa, un acto político, una catarsis, una revolución pequeñita en una Bastilla chica.Javier Ojeda, cantante de Danza Invisible, abrazaba a Jesús Sancho, responsable de la recuperación del archivo flamenco de la EMI-Hispavox: "es el mejor concierto que he escuchado en años", se jaleaban tras el concierto. Es cierto. Más allá de la soberbia cualidad rímica y tímbrica de su música, de la calidad del sonido -el de Rubén Blades el martes fue muy regular-, N'Dour entiende su música como vehículo de esperanza en un continente donde la gente es arrasada y manipulada en función de los intereses de dictadores de allá o de los señores respetables de acá. Ahí coincidió con el panameño Blades, cuando éste dijo: "Sólo el silencio mata; hay que impedir el olvido", antes de recordar en una canción al asesinado obispo Romero. Las letras de You no parecían tan necesarias en Málaga (¿o sí?). Pero su música y la manera de celebrarla, sí lo fue. No pasaron dos canciones para que una treintena de personas -negros en su mayoría- rompiera el protocolo y se pusiera en pie de baile, mientras los demás nos debatíamos aferrados al banco con las caderas rechinando y moviendo cabezas y manos. Cinco canciones antes de acabar el concierto, hasta los blanquitos nos acabamos levantando ¡todos!, bailando entre las selectas butacas del Cervantes como en un ritual. Con el sudor dejando los Armani hechos un cisco, la gente flotaba, caminaba a compás. La etiqueta, el protocolo, lo selecto del lugar, en tales circunstancias no eran sino sobrepeso de inferioridad. Majestuosos, salían africanos de escuchar a su rey. Un gen oculto nos salvó de no entender nada. Los blancos parecíamos más felices cuanto más negros. Las minorías fueron generosas con nosotros.

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