martes, 12 de febrero de 2008

Los callados

Sólo veinte años y la democracia parece un matrimonio resignado que se soporta porque ninguno cree que exista nada mejor fuera de sus límites. Mucha gente dejó ayer de votar. No es novedad. Peor están en Europa, nos recuerdan. Como en ese gran titular leído en Sur: "Más de dos millones de españoles sufren disfuncción eréctil". En el subtítulo se aclara: "la tasa más baja del mundo". Qué alivio, hay lugares aún más tristes, nuestra democracia funciona del carajo. Para los analistas, toda esta abstención activa no tiene intención ni concierto: paga, eso sí, para que otros, en los que no confía mucho, le administren bienes comunes. Estos callados son más gente de lo que parece. Personas de carne y carné y capacidad de opinión que nadie toma en cuenta. Un tanto por ciento que, en números totales, serían mayoría absoluta pero que pasa por refugio de insolidarios, vagos, dejadísimos y maleantes. Ciudadanos que si hace sol, eligen playa, y, si truena, video en casa. Todo antes que urna. Mala gente que prefiere quedarse soltera a casarse con cualquiera. Cierto: hay muchas razones para el silencio. Las mismas que para corear uno de cuatro estribillos. Un lema recorre los comicios: mejor votar triste que negarte a votar. No existe vida más allá de las audiencias. Qué poco queda de aquella cartelería ilusionante donde se leía Pon tu voto a trabajar, Para cambiar de vida o Luchamos por un trabajo más digno. Para un adolescente aquellas personas hablando en televisión y esquinas de revolución, ideas, igualdad, cambio, logros sociales, educación, cultura y colectivo, significaba confiar en el valor de la discrepancia para el logro común. Podías pensar para decir lo que pensabas. Ahora nadie dice lo que piensa ni piensa lo que dice. O, más aterrador aún: piensa con absoluta frialdad que lo mejor es no decir nada. A estas horas de artículo aún no se sabe quién ha ganado en mi ciudad, cualquier ciudad. Algo que sobre todo importa a tales candidatos que tendrán un puesto institucional remunerado durante cuatro años. Cuatro años donde los aves volverán a posarse, las aceras a serenarse, los aparcamientos a intentar silenciarse, los mercados a quedarse vacíos de Celias y Olivas, la actividad cultural a dormirse porque ya todos se han gastado todos los dineros. Y se acelerarán en cambio las obras de Alcazaba y Teatro Romano porque vienen las andaluzas y la feria será un desmadre. Y los callados seguirán añorando las viejas papeletas. Confiar en alguien. Y mientras, qué remedio, si hace falta echar una mano...

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