martes, 12 de febrero de 2008

Dámaso Ruano: El deseo luminoso


“Quisimos traspasar el horizonte, tocarlo
con los dedos, entrar al país de las promesas.
Queríamos huir de nuestras vidas penosas”.
(Juan Manuel Villalba, Éxodo)

El deseo luminoso

En el umbral de Dámaso, sus palabras limpias de polvo y paja. Aquilatadas de saber. En el umbral de los secretos de un hombre que mira hacia fuera y hacia dentro y reinventa el deseo: el deseo es el horizonte.
Se puede preguntar a un hombre por su deseo. Y a veces el hombre responde con palabras. Otras, muestra callado los certificados de ese deseo.
Un cuadro. Una ventana. Dentro del cuadro, una hendidura, una ventana más. La profundidad real tiene apenas un centímetro. ¿Cómo recrear el espacio que siempre está más lejos, ese infinito transitable en el horizonte con apenas un centímetro?
Está aquí, en este cuadro. La memoria que generan los colores imposibles cuadro adentro tiene el mismo embrión que los colores que gritan allá fuera alrededor del mar que no sabemos si adorar o retar a duelo. Bruma y ensoñación, memoria del movimiento, del tiempo que fluye, en una imagen detenida.
-Pero… este cuadro está quieto. ¿Por qué entonces parece que pasa el tiempo?
No contesta, pero contesta: un cuadro verdadero nunca está quieto. El movimiento es el deseo de ir más allá. En el color que se transforma está representado el mapa del deseo.

-¿Porqué no aparece la figura humana en tus cuadros, Dámaso?
-Un hombre me merece tantísmo respeto, dice. En la amistad de los hombres, humildes o poderosos, mejor si humildes, yo anclo mis razones. Pinté al principio figuras; los moros de Tetuán, cuando joven. Pero no era eso, no era eso…

La figura está. Naturalmente que está. Eres tú que contemplas. Son tus ojos que miran, los que se visten con su mismo deseo. Es la poética de la abstracción pura. Tiene más existencia aquello la atmósfera que aglutina, más el deseo, mucho más que aquello que parece que es y crees ver.

-Un cuadro puede contarte secretos, los guarda dentro, dice, sólo tienes que saber escucharlo. A veces me quedo quieto cerca de él y le dejo que me diga. Lucho con él hasta sacarle todo lo que encierra.
Y nace ahí amarillo secreto. Allá siena secreto. En la otra esquina cobalto secreto. Cyan secreto. Aguamarina secreto. Ocretierra secretísimo. Violeta ruano.
La luz aparece aquí y allá. Ese fluir de luz del sueño que nunca atrapas y te hace entender. ¿Quién no soñó la luz alguna vez y quiso levantarla hasta la vigilia?
-Pero no existe el cuadro tridimensional, Dámaso.
-No existe, no (sonríe Dámaso)… pero se busca.

Hemos hablado de antes, de las cosas que le pasan a las personas que nacieron hace sesenta y ocho años. Un niño huérfano de padre militar. España era un deseo hacia dentro, mordido. Tetuán, era una ventana hacia el mundo que el resto de España no podía ver. Y él, desde niño, buscaba ventanas donde nadie veía más que pozos ciegos.
-Era un niño y me escondía debajo de la mesa para pintar la tabla por debajo.
Dice: en Tetuán, en Rabat, en Casablanca ví a los artistas que nadie en España podía ver. Naum Gabo, Jartum, Léger, Soulages... Pero llegó un día Fontana, Lucio Fontana, con un corte sólo sobre el lienzo y me enseñó cómo el cuadro era capaz de absorber la luz del derredor. Con un corte solo. Con lo mínimo. Esa perfección minimalista me ha perseguido muchas veces. Decir todo lo que puedas con un gesto simple. ¿Hay algo que pueda desear más un artista?

(¿Hay algo que pueda desear más un hombre: hallar una palabra, un gesto, un silencio, una caricia que encierre toda la verdad del deseo, que armonice el deseo para siempre sin renunciar a nada?)

-Quise atrapar toda luz desde entonces. Llevarla hacia el cuadro. Invitar a la luz de fuera a mi otro horizonte.

Allí, en la España ciega, en Madrid estuvo en un internado muchos años. Luego empezarían a abrirse puertas en los pintores. Recordamos El Paso. Tàpies. Vió lo que podía hacerse. Lo que pasaba es que el ya había visto a los pioneros allá en Marruecos. Los que nadie en España había visto.
Entra Pilar con los cafés. Pilar es la compañera de Dámaso. Ella lo sabe todo.

-Nosotros fuimos una generación perdida. Teníamos que suceder a la gente de El Paso. Pero tan grande fue la saturación que dejaron, que se buscó de pronto a gente más joven y nos olvidaron en el camino. Nunca tuvimos nuestra verdadera oportunidad. Todos aquellos caminos abiertos por la abstracción no se han agotado. Siguen ahí. Los olvidaron demasiado rápido. ¿Puede decir alguien acaso que Rothko está superado?
-Por eso ahora os descubren y se descubren muchos pasando de la figuración a la abstracción, Dámaso. Habéis crecido sin haber estado nunca debajo de los focos. Eso mismo os pasó con el Colectivo Palmo en Málaga, en los setenta. Iniciásteis un camino en una ciudad donde no había nada. Movísteis a una ciudad muy ignorante y dormida. Y pronto invitásteis a los más jóvenes a participar. Creásteis un premio para ellos. Les dísteis la primera oportunidad a muchos. Y enseguida ellos se pusieron delante. Y os volvieron a olvidar.
-Sí, a lo mejor pasó eso.
Cuántas horas, días años, se habrá pasado este hombre pintando, buscando, perfeccionando su lenguaje. Recomponiendo el mapa una y otra vez. Cada lienzo que muestra son siglos de sabiduría. “Me conmueve pensar que alguien se enamore de esto mismo. Que alguien sea capaz de dejar de hacer un viaje en vacaciones por tener en su casa uno de estos cuadros. Le digo a mi mujer, hacen falta muchos cojones. Ni la poesía, ni la pintura son necesarias. Por eso me conmueve que alguien se dedique a esto y lo ame”.
(¿Crees eso de verdad, Dámaso? ¿Crees que esto es inútil?)
-A veces he tenido que dibujar objetos perfectos a mis alumnos para que entiendan que hay muy poco detrás de un membrillo perfecto. La mano sólo alcanza mérito. Pero eso no es difícil, el ojo humano es una cámara bastante apañada. Se trata de entrenar al ojo y la mano. ¿Ves? Esto es sólo meritorio.

*********

Otro día. Entro en la habitación. Dámaso tiene un cuadro desnudo sobre la mesa de operaciones. El pobre lienzo, a punto de comenzar a nacer, no puede ni cubrirse. Le pregunto para aliviar la tensión del ser naciente: “ese boceto a lápiz es este cuadro, ¿sueles hacer bocetos antes de pintar?”. Encima de la mesa, una mancha negra sobre el lienzo blanco, un recuadro en lápiz. Es como si vieras a una mujer desnuda esperando todo el placer que pueda nacer de tu entrega, generosidad, pericia y deseo. Creo que se sonroja. El cuadro se sonroja. Me entran ganas de cubrirlo con una manta.
-No, dice. Sólo algunas veces hago bocetos. Pero para no hacerles caso. Es una forma de engañarme. “¿Y tienes los cuadros en la cabeza los vas imaginando?”. Y a veces, dice, voy por la calle y estoy pintando en mi cabeza. No veo lo que pasa. Esta mañana mi madre me saludó de lejos. Cuando llegó a mí tuvo que zarandearme para que la reconociese. Me había marchado a pintar en mi cabeza.
El cuadro se ha dormido. Está esperando que me marche. Calla con la herida abierta.

De nuevo los cuadros acabados. Inician la danza. Criaturas nacidas del deseo luminoso. Ventanas al interior. Dámaso engaña a veces la mirada con trucos. La línea ordena el cuadro: lo equilibra. Dice: la línea puede ser poética si no dejas que te ahogue la estructura. Las arquitecturas rectilíneas, mastabas ordenadas en los cuadros de Dámaso. Casas marroquíes, bits, donde el horizonte de la memoria de la infancia. Otras veces, una mancha (o es la lejanía, las distancias que las ideas de las cosas mantienen entre sí). La memoria obstinada es capaz de recordar sin tener en cuenta a los objetos sino su persistencia. El horizonte es siempre deseo. Siempre hay horizonte.
Engaña para que, cuando encuentres la verdad, sepas qué la diferencia del truco.

Ser cámara y deslizarse por los colores de Dámaso. Dónde esos paisajes y esas arquitecturas de antiguo niñodios. Una luz posible y múltiple a la vez: albachecer, aurocrepúsculo, lunaldecer. Confieso: yo no veo los colores como tú. Sonríe y responde: quién sabe cómo nadie siente los colores.
Él lo sabe. El sabe muchas cosas. Ahí en ese verde transitorio pasan muchas cosas. Ese color que se engalana y transforma y crece alrededor del tiempo.

El tiempo es un templo sin dios alguno
Se adora el lugar que aún no ha pasado.

Un elemento invitado ordena y equilibra los cuadros de Dámaso. A veces sólo la pintura, la línea. El falso marco dirige la mirada e inventa profundidad. La idea de profundidad. En otras ocasiones, invita a la naturaleza desechada. Llega él como un dios niño y da una segunda oportunidad a un trozo de madera. La naturaleza: piedra o madera: madera que se hace piedra. La memoria vista desde la ventana. El horizonte está ahora al alcance y nunca. Le imagino diciéndole a la madera humilde que recogió del suelo como un animalillo moribundo: “¿No querrías ser península, ser peñón y reinar en mi horizonte?”.
La acaba convenciendo. Aquí, vigía de nuevo. La pintura se hace arquitectura. El contrachapado, ola. La tela del lienzo, aire y bruma. La humilde madera quemada, llena de nuevo orgullo, se viste de montaña en la costa africana de nunca jamás. Aquí, en la ventana del pintor, siempre es una hora imposible y necesaria.
Sabe enseñar Dámaso. No sólo a usar la mano sobre el papel o el lienzo. A muchos amigos les ha enseñado a mirar el arte. A muchos artistas jóvenes a ser humildes y constantes. Ha enseñado incluso a un trozo de madera quemada que puede ser un continente lejano.

Me atrapa por la nuca este gonzaga gris de las tardes fluyendo. Si lo pensase racionalmente, este vertido de color repentino, de apariencia tan serena me aterraría. Dámaso puede detener el color, ralentizarlo. Acompáñeme usted por favor: mírelo a los ojos. ¿No es cierto lo que digo? Acompáñeme, no tenga miedo. ¿Qué daño puede hacerle un cuadro? Mírese ahora desde dentro. Ahora es usted el color. Se está mirando desde el horizonte del limbo.
Ése es el tiempo. No es el fin. Es entonces. Mañana, tal vez. Dámaso vivió antes y después del mar. Cruzó la línea. Allá lejos mira siempre. Aquí cerca nos están mirando nuestros deseos.
Sus cuadros siguen ahí. No tengas miedo. Te empiezan a hablar. ¿Los oyes? Canta una ballena detrás del horizonte. Antes no podía escucharla. Casi la alcanzo con los dedos.

H. M. Noviembre 1998. (Texto del catálogo de una exposición del pintor Dámaso Ruano).

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