martes, 12 de febrero de 2008

Hambres mellizas

Embobados y con las canillas machacás de tanto reir y escuchar se quedaron 300 y pico personas el sábado por la noche en Málaga en el Centro Cultural de Diputación. Delante de ellos, Chano Lobato, creciendo cuanto más se desmitificaba delante de todos. Nadie se alarme: vuelve el 8 de junio para La Moraga anual que organiza la Peña Juan Breva. Vino acompañado de la guitarra de su hijo Juan Ramírez, y de las palabras escritas por el periodista Miguel Mora y narradas por él y el promotor Juan Verdú. El espectáculo, creado para que el cantaor vaya eclipsando a los narradores, forma, divierte y emociona, pero, sobre todo, abre puertas. Los jóvenes que se acercaban por primera vez al flamenco, encontraron una brújula en el lenguaje, las bulerías o las anécdotas de Chano. Muchos preguntarán ahora por Ignacio Espeleta, por Pericón de Cádiz, por Macandé, Rancapino o Enrique El Mellizo. Muchos entenderán ahora de dónde viene un Chiquito, o qué categoría tiene en Cádiz el embuste entendido como una de las bellas artes. Modesto desde su genialidad comunicadora Chano ratifica que el flamenco es de todos y ninguno. Él es testigo imprescindible de los tiempos donde tuvo que sortear el hambre a base de ingenio y facultades. Y ahí está, riéndose del hambre pasada, delante de un público al que se le saltan las lágrimas. Las 'hambres mellizas', esas hambres que te dejan un vacío doble en el estómago, que decía Juan El Camas, otro sabio necesario. ¿De qué nos reímos? De que un hombre sea capaz de minimizar la carencia con humor e inteligencia. Que alguien sea capaz de desnudarte la impostura cantando y contando como nadie: en flamenco, la humildad es grandeza. Sin darnos cuenta, entre alegrías, tangos, colombianas, tanguillos, soleás o unas bulerías marca de la casa que ensartan como una brocheta cualquier canción de cualquier parte y la somete -la libera- a compás, este hombre que se ríe de su sombra nos ha contado cómo ese arte suyo y colectivo nació de la supervivencia. A los 71 años y diabético a toda honra, aún apela al chavó listísimo que las pillaba al vuelo. Acaba el concierto con paradoja. "Mi mujé me dice no tomes esto o aquello; y yo pienso: tantos años pasando hambre y ahora que ya no hay necesidad, me tengo que privá de tó". El hombre crece sobre el artista. La gente se le acerca y le da la mano.

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