Una simple excusa. La primera mujer que me enseñó que el dolor no debe ser un arma de compasión fue una gata. El primer animal que me saltó desde el pecho cuando comprendí que la memoria humana se quiebra al reconocerse en otro ser tenía un rugido felino. Podría decir: no reconozco a este gato ni a su inocente angorilla fotogénica. Pero no conviene fiarse... Gatos así acechan inocentes desde las carpetas de las muchachas que usan leotardos y enseñan las encías al sonreírse. Y ya se sabe qué esconde una mujer que se disfraza de inocencia... El cazador nunca rehúye su condición. Sabe que la muerte es única y hermosa. Muere o mata, pero nunca abandona su destino. No hace del dolor una patraña. No hace del placer una conquista. Míralo ahí, disfrazado de bibeló... Mientras proyectas una idea estética sobre él, se tensa la memoria de la jungla.
H.M. (1996. Para un catálogo colectivo del pintor Pepe Bornoy. Ilustrando la imagen Gato).
martes, 12 de febrero de 2008
Gato
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