martes, 12 de febrero de 2008

Sacro

En el pueblo malagueño de Benamocarra, los vecinos se dan tortas para alojar a sus santos en el salón-comedor de sus casas mientras restauran las hornacinas de su parroquia de Santa Ana. Desde octubre se vive en el pueblo una operación de intercambio entre sacra madera policromada y fieles carne y hueso. Empezando por el alcalde, José Díaz, que se ha puesto junto al televisor al Cristo Resucitado: una talla de dos metros que llaman Sandokán o Rambo, por la muscultura que le puso el escultor al recién salido de la tumba. Los afortunados vecinos lucen santo a cambio de una bendición de mesa o un ocasional suspiro petitorio tipo "¡y lo bien que vendría una pedreílla de la bonoloto pa arreglá el porche!". Aunque si no hay milagro tampoco hay queja.
Esta misma provincia ha promocionado su Semana Santa en Madrid por el módico precio de 45 millones de pesetas: miles y miles de personas y los medios de comunicación nacionales, todos boquiabiertos han ido a la carpa del Conde Duque la semana pasada a ver tres tronos y enseres cofrades, a escuchar a malagueños de pro hablar de la Semana Santa y a que nuestros diputados y concejales en comisión de servicio cuenten a la "capital del reino" eso de las "sensaciones y vivencias cofrades", el azahar y las siete palabras que para los acófridos resultan insondable misterio. Ya el obispo Antonio Dorado Soto, hombre cabal y muy culto, llegó a decir en la inauguración de la muestra de arte sacro El esplendor de la memoria, que aquellos cálices y portaviáticos de plata, los cuadros y esculturas de Ribera, Mena, Coello o Cano eran "la manifestación de la fe del pueblo católico de Málaga", en vez de la manifestación del poder eclesial que actuó de mecenas de los artistas más dotados de la época para imponer su catequesis a través de "la belleza artística". En la capital malagueña, tres pobres familias pobres se quedaban esta sacra semana al aire en la calle del Viento porque su casa se caía y el ayuntamiento no está para asumir riesgos de ruina. No ha ido la gente como en Benamocarra a acogerlos en sus casas, y ahora está el ayuntamiento sopesando qué solución de misericordia ofrece, tras avisar con cuatro horas de antelación que se quedaban sin techo. Gervasia y sus nietos no son tan milagrosos como Sandokán, ni están para promoción turística en Madrid, ni tienen la belleza de un Alonso Cano. Es curioso el lugar qué escoge lo sagrado para esconderse. Qué insondables las direcciones de nuestro fervor.
H.M. (Publicado en el País Andalucía en la sección De Pasada 1999).

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