Médicos forenses reunidos en Benalmádena este fin de semana han recordado, de boca de la doctora María Castellano que la causa principal del aumento de malos tratos y violencia física de hombres para con mujeres tiene que ver con la progresiva conquista de libertades y derechos femeninos. Once años de estadísticas, trufadas de terribles palizas y asesinatos de mujeres inocentes, ha tenido que manejar la doctora para certificar una evidencia: esos hombres no conciben que la mujer decida. Una radio andaluza también recordaba ayer que expertos aseguran que para que una mujer dé a luz, aun en malas condiciones, no hace falta practicar cesáreas, ni episiotomías -incisiones entre la vagina y el ano en la zona del perineo- ni afeitar el vello púbico. Si tanto se hace es para ganar tiempo, no para aliviar dolores y al cabo al cirujano no le va a doler una cosa ni otra. Tras el dolor de la mujer, siempre late un brutal terror masculino a que su poderoso sistema de privilegios animales se ponga en cuestión.
Produce asombro la facilidad con la que un prototipo masculino es capaz de solidarizarse con el delantero que falla un penalti y, con las mismas, importarle un rábano que corten por los genitales de una mujer que está pariendo. El día que nació mi hijo en el Hospital Materno Infantil de Málaga enfermeros, celadores y médicos discutían sobre el injusto reparto de la paga de beneficios mientras la inminente madre gritaba en una esquina. Tuvo que gritar más aquella mujer, o el hombre que estaba a su lado, para que le hicieran caso.
Esta noche comienza en Vélez-Málaga un congreso internacional dedicado a la figura de la filósofa María Zambrano, la pensadora más original de este siglo en lengua castellana. Reivindicarla costó muchísimo. A ella misma su propia libertad le obligó a pequeños fingimientos como decir que tomaba té cuando era whisky lo que bebía. O como cuando vivió una tórrida pasión adúltera en Cuba con el médico Gustavo Pittaluga. Eso está escrito: las cartas las tiene la Fundación María Zambrano. Pero como era una señorita, dejó dicho en testamento que las cartas sólo se podrían publicar diez años después de su muerte. Sólo faltan tres. Más que su contenido importa pensar qué lleva a las mujeres, incluso a las libres, a temer por las consecuencias del ejercicio de su libertad. No lo olvidemos. Cada vez que una mujer se atreve a contar lo que realmente piensa de los hombres delante de ellos se está jugando el pellejo.
martes, 12 de febrero de 2008
El dolor
Etiquetas:
De pasada
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario