martes, 12 de febrero de 2008

Pablo Alonso Herráiz: Ésta es la casa de un loco majareta

Hace unos años, recién licenciado en Bellas Artes, Pablo Alonso Herráiz (Sevilla, 1965, residente en Málaga desde hace 15 años) sorprendía al ganar casi todas las muestras de pintura y escultura joven a las que se presentaba. Pero esa imagen no agradaba en absoluto a un artista cuyo planteamiento plástico era todo menos frívolo. Pasada la edad de los concursos, Herráiz sorprende con una visión de la condición humana entendida como la travesía de un comediante malgré lui. La vida es una tragicomedia, una farsa bufa y entre las cajas de la representación circense se esconden animales de desasosiego, monstruos inquietantes que un buen día fueron compañeros de juegos y fábulas y que hoy, bajo la luz de la madurez, parecen seres distorsionados. Los lienzos, esculturas y dibujos de Herráiz se convierten en un teatro onírico donde acuden -aparentemente de manera caótica, como en los sueños, pero en realidad de forma muy elaborada- una sucesión de personajes y juguetes infantiles que se transforman desde las oscuridades de la religión, la culpa, el pecado, el sexo y la muerte. Los seres mitológicos o religiosos que han servido de símbolos morales en la historia del arte son ahora hijos espurios de la biografía propia, la biografía de toda una sociedad que encontró en personajes de Disney, en los cuentos y en los juguetes sus propios ángeles, demonios, dioses, mártires y héroes.
La muestra que ahora presenta en la Galería lisboeta Quattro significa una vuelta de tuerca más con respecto a la que deslumbró el pasado año al público en la Galería Marín Galy de Málaga. Al igual que en la anterior en ésta se corrobora cómo la pintura de Herráiz ha abandonado progresivamente la apariencia elaborada para convertirse en un gesto rápido, inmediato, en la obra de un preartista infantil, recurso que ya el pintor viene utilizando desde hace años, como quien “juega” a descubrir la propia caligrafía plástica desde el principio, una vez ha aprendido como adulto todas las técnicas y lenguajes artísticos. Sin embargo su discurso conceptual es muy elaborado. Y asombrosa la capacidad de inquietar al espectador al adaptar las tradiciones de la pintura religiosa europea -del románico al barroco- con símbolos y personajes de la infancia de toda una generación. En aquella exposición de Málaga veíamos a la Blancanieves de Disney sanando con la mirada, como en un cuadro de Fra Angélico, las manos clavadas del enano bonachón tocado con una orla de santidad rodeados ambos del lema -en latín- “La resurrección de los muertos y la vida venidera”. Ese cuadro revelaba la inquietud metafísica y escatológica de cualquier chaval que mezcla en sus sueños el miedo al infierno y el castigo (aquí era un camping-gas, un infiernillo donde un feto de rata se cuece mientras que un feto humano adopta la misma posición sobre un retrete con una cruz en la mano) con los personajes que pueblan sus fábulas: Pinocchio, Alicia, Bambi, Blancanieves y los enanos.
Esa mirada precultural infantil que describe lo siniestro está presente tanto en aquella como en esta muestra donde la culpa, la lucha entre el bien y el mal, el miedo a lo desconocido y a la muerte, se amplifican al utilizar imágenes y personajes aparentemente amables. Un juguete, un muñeco articulado, se convertía allí en un San Sebastián asaeteado, otro en un Hamlet con la calavera en la mano. Y ahora, en ésta exposición, se transforma en un crucificado. Símbolos metafísicos eternos son trasladados a objetos y personajes del entorno infantil: el huevo cocido sobre la copa, la tarta de cumpleaños, la calavera o las sombras chinescas le servían entonces a Herráiz para recrear vanitas barrocas y mostrar el pozo más oscuro donde se cuecen los miedos del ser humano. La traslación al lienzo de las primeras imágenes oníricas de los chavales estaba conseguida a la perfección con el estilo ingenuista del dibujo de Herráiz.

El sexo como culpa y desasosiego

En esta exposición Herráiz ha añadido elementos más dramáticos a su puesta en escena. Los juguetes de la infancia, esos muñecos que servían al aprendiz de hombre para representar las épicas de la existencia -siempre imaginada, siempre fantástica- se han incorporado a su obra plástica transformados en símbolos de dolor, sujetos de pecado y punición, angustiados actores de una vida que se enseña dual y llena de abismos y castigos. Herráiz desvela como en un sueño el sustrato terrible con el que la enseñanza religiosa católica tiñó su infancia y, por extensión, la infancia de muchas personas de sus generación. La culpa, el pecado, la tentación, la expiación, el deseo, el sexo, la muerte, el cielo y el infierno y la búsqueda de la identidad se van entrelazando en sus lienzos. La mordacidad y la ironía que destilan sus críticas a la religión se acentúan desde el efecto dramático que producen sus piezas inquietantes y desasosegantes.
Así en el cuadro que aparece señalado con el lema “Esta es la casa de un loco majareta” -traslación de una frase de insulto que el propio Herráiz escuchaba cuando niño- un mono de plástico tocado con las potencias de Cristo se flagela ante el espectador sugiriendo el elemento de enajenación que acompaña a los místicos en su accesis. El mono, que aparece una y otra vez en esta muestra, es una vez más protagonista de otra pieza escultórica donde actúa como equilibrista, recordando la tesis de Herráiz en esta muestra: la existencia es una comedia, un espectáculo. Los símbolos del circo y la iglesia se confunden en esta pieza-objeto. En otro lienzo, dos monjas enfermeras sin rostro hablan desde bocadillos de cómic vacíos, mientras un cerebro de plástico y de juguete, como un Espíritu Santo, flota entre ellas que se presentan como seres que piensan por la mente de otro ser, inventado e irreal, como el juguete que lo representa.
El sexo como amenaza es otra de las constantes de al muestra, que incide sobre todo en la renuncia al placer a que la cultura católica ha obligado a la mujer. Vemos un lienzo donde una monja con cara virginal ocupa el centro. Sobre ella flota un jamón -la carne- mientras a sus pies se lee la frase “Soporta y abstente”, pintada con prisa en caracteres chorreantes que aluden al sexo y al carácter líquido de los fluidos. En otro cuadro de igual estructura, el pintor cambia el jamón por un plato de berzas, es un niño-muñeco desnudo con un crucifijo en la mano el ocupa el lugar la monja y la misma frase aparece escrita en latín: “Sustine et abstine”. En él aparecen referencias al color amarillo del evangelista san Marcos. El uso del latín, como idioma represivo, muerto y eclesial aparece varias veces en los cuadros, haciendo referencia asimismo a las leyendas con intención pedagógica propias de la pintura románica.
Esa presencia del sexo protagoniza una serie de cuadros con Caperucita y el lobo como protagonistas. En ellos Herráiz ha introducido elementos propios de la representación figurativa, ha cambiado la pincelada y los colores de su paleta y ha sugerido trucos de perspectiva acentuando el carácter teatral de las escenas, al contrario que en otros donde las figuras flotan simbólicamente sobre fondos planos. La muestra siempre flota entre las representaciones jeroglíficas propias de los catcismos o las de carácter narrativo, que se utilizaban tanto en los manuales escolares de historia sagrada como en los cuentso infantiles.
En uno de los cuadros de esta serie dedicada al lobo y la niña -un cuento al que ya Bruno Bettelheim en su Psicoanálisis del cuento infantil descubrió múltiples claves sexuales- vemos al lobo contemplando al otro lado de un río a Caperucita quien juega inocentemente con mariposas en pose de odalisca adolescente. El lobo aparece siempre como un ser demoníaco, aunque ridículo, en esta serie y en el resto de la exposición. En el siguiente cuadro, el lobo parece ser invitado por Caperucita a una especie de cueva bajo el lema “Vivir para disfrutar”. En el tercer cuadro, aparece en el centro el lobo vestido de novia en medio del bosque, como esperando una cita a la que parece acudir el espectador. El disfraz del lobo travestido y el de otros personajes que parecen en la muestra, incide en esa idea barroca de Herráiz para el que la vida no es más que una ficción.
Un lienzo alegórico donde una niña reza acodada sobre su cama, encierra múltiples claves sobre el conflicto entre fe y razón. La niña es el personaje de Alicia en el País de las Maravillas que creara Walt Disney para el cine. Sobre la almohada, una mancha de sangre recuerda el ciclo menstrual y el despertar del sexo. A la izquierda un ángel masculino con un gorro de piloto se inyecta algo en el brazo, una droga, con una jeringuilla. A la derecha, un grupo de monjas silueteadas aparece tras una enorme cruz negra, amenazadora y chorreante. En el centro del cuadro, un dibujo sobre fondo dorado del sagrado corazón de Jesús rodeado de espinas, ilumina u oscurece todo.
Este cuadro contiene muchas de las claves de la exposición y de esta última producción de Herráiz. En él se destaca el deseo de acceder a otros mundos, propio del ser humano, identifica asimismo el clímax místico con el erótico y plantea una crítica al concepto dual de la existencia que la cultura católica occidental posee. Una cultura que plantea la existencia humana como una lucha continua entre el bien y el mal, entre lo permitido y lo prohibido, entre la fe y la razón, entre dios y el demonio, entre la verdad y la mentira, entre el paraíso y el infierno, entre la inocencia y la culpa, entre el deseo y el pecado, entre la carne y el espíritu, entrte la mujer y el hombre, entre la infancia y la madurez, entre la vida y la muerte, entre el juego y la realidad.
En el lienzo en que una monja inmaculada y un lobo flanquean una tarta de cumpleaños bajo la orden “Piensa un deseo”, se ilustra perfectamente el conflicto moral que para el niño tiene cualquier elección. Pensar un deseo, ya es en sí mismo un acto pecaminoso, un acto culpable. Desear es pecar.
En la serie de dibujos y cuadros pequeños que acompañan la muestra, se observan variaciones sobre estos temas. El lobo aparece en unos convertido en un Sísifo que soporta una pesada piedra de la que no puede desprenderse. Pinocchio aparece asaeteado bajo el lema “Homo religiosus”. El lobo se confiesa, comulga, confiesa o da la comunión en una serie de cuadros. En otros es el mito de la serpiente demoníaca la que aparece, o bien los sempiternos monos flagelados o crucificados.
También aparecen los enanitos de Blancanieves coronados de espinas portando la leyenda “la comedia ha terminado”. Una versión en escayola de esta idea, una de las esculturas de la muestra, hace un guiño también a la reutilización de recursos de estilos artísticos de épocas pretéritas que resulta proverbial en Pablo Alonso Herráiz, con un enano sonriente con garras sobre una peana que despliega una banda dorada donde puede leerse “acta est fabula”. Aquí, como en otros casos se hace con la pintura románica, la referencia cae sobre la escultura gótica o barroca. El mismo artista reconoce que aun existiendo una “voluntad de estilo” en esa renuncia suya al gesto melindroso y acabado de la pincelada, en cada obra busca “no reiterarme, eligiendo una atmósfera más real o irreal en función de las circunstancias del cuadro”. Obras que según el autor, parten de un proceso mental “muy elaborado”.
Tal como arriba referíamos, muchas piezas las realiza el autor partiendo de juguetes que cubrieron su propia infancia. En sus manos se transforman en pequeñas esculturas que convierten viejos soldados articulados de su niñez en crucificados decapitados, hirsutos y dorados que inquieren “Eli, eli, lamma sabact hani” (= “Dios mío, dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Otra esculturita hecha a partir de un muñeco monstruoso de plástico representa una especie de demoníaco lobo que se come, como Saturno, a Caperucita. La cabeza nimbada de un muñeco articulado se convierte, en otra obra en “homo religiosus”. Un caballito y un lobo se enfrentan en otra pieza/escenografía para ilustrar la moraleja “hominus homo mendax”, o bien, “todo hombre es mentiroso”.
La resurrección, el pecado original, el martirio, el paraíso terrenal aparecen una y otra vez en el resto de las piezas. En todas se mezclan elementos irónicos y oníricos para construir una especie de auto sacramental deformado, un territorio de pesadilla donde la inocencia infantil se transforma una y otra vez en temor. La comedia acaba cuando empiezan a encenderse las preguntas en la cabeza del espectador. Y ésa es la intención de la muestra de Herráiz. Devolver como en un espejo del subsconciente todos los miedos anidados en el ser humano. Exzorcizar los propios temores e ilustrar cuán hondo y complejo es el miedo a la libertad, reconociendo, al cabo, que todo esto no es más que una vulgar parodia fieramente humana.


H. M. (Febrero 1999. Texto para el catálogo de una exposición de Pablo Alonso Herráiz).

No hay comentarios: